– Naturalmente que se quien es. Al fin y al cabo, estoy licenciado en Historia del Arte, Guido.

– ?Tan conocida es?

– Su libro sobre arte chino es el mejor que se ha escrito. Sigue en China, ?verdad?

– No; esta aqui.

– ?En Venecia? ?Y que hace ahi?

Lo mismo se habia preguntado Brunetti. La respuesta que se habia dado era que estaba tratando de decidir entre regresar a China, quedarse junto a su amante y, ahora, descubrir si su anterior amante habia sido asesinada.

– Vino para hablar con Semenzato acerca de las piezas que se enviaron a China. La semana pasada, dos gorilas le dieron una paliza. Le hicieron una fisura en la mandibula y le fracturaron varias costillas. Aparecio en los periodicos.

Otra vez sono el silbido de Carrara, pero ahora consiguio transmitir compasion.

– Aqui no hablaron de ello.

– Su ayudante, una japonesa que vino para supervisar la devolucion de las piezas a China, murio alli de accidente.

– Freud dice no se donde que los accidentes no existen, ?verdad?

– No se si Freud incluia a China cuando dijo eso, pero no parece que fuera un accidente, desde luego.

El grunido de Carrara podia significar cualquier cosa. Brunetti opto por interpretarlo como una afirmacion y dijo:

– Manana por la manana hablare con la dottoressa Lynch.

– ?Por que?

– Quiero convencerla para que salga de la ciudad una temporada y quiero saber mas cosas acerca de las piezas sustituidas. Que eran, si tienen valor en el mercado…

– Claro que tienen valor en el mercado -le interrumpio Carrara.

– Si, eso ya lo imagino, Giulio. Pero quiero tener una idea de cual pueda ser ese valor y de si podrian venderse abiertamente.

– Perdon. No entendi a que se referia, Guido. -Su pausa podia interpretarse como una disculpa, y agrego-: Si viene de una excavacion de China, puedes pedir lo que quieras.

– ?Tanto valor tiene?

– Tanto valor. Pero, ?que desea saber concretamente?

– Primero, donde y como se hicieron las copias.

Carrara le interrumpio otra vez.

– Italia esta llena de talleres que se dedican a hacer copias, Guido. Copias de todo: estatuas griegas, joyas etruscas, alfareria Ming, pinturas renacentistas. Usted diga que quiere y saldra un artesano italiano que le hara una copia que enganara a los especialistas.

– ?Pero no tienen ustedes toda clase de medios para detectarlas? La prueba del carbono 14 y esas cosas.

Carrara se rio.

– Hable con la dottoressa Lynch, Guido. Le dedica un capitulo de su libro. Estoy seguro de que puede decirle cosas que le mantendran despierto en las largas noches de invierno. -Brunetti oyo ruido en el otro extremo del hilo, seguido de un silencio, cuando Carrara cubrio el micro con la mano. Al cabo de un momento, el maggiore le decia-: Perdone, Guido, pero acaban de darme una conferencia con Vietnam que hace dos dias que estoy tratando de conseguir. Llameme si sabe algo. Yo tambien le llamare. - Antes de que Brunetti pudiera asentir, Carrara habia colgado.

14

Totalmente ajeno al calor que hacia en su despacho, Brunetti reflexionaba sobre lo que le habia dicho Carrara. Tomese un director de museo, agreguense guardias, sindicatos, un poco de Mafia y el resultado era un coctel lo bastante fuerte como para dar a la rama antirrobo de obras de arte una buena resaca. Saco una hoja de papel del cajon y empezo a hacer la lista de la informacion que necesitaba de Brett. Una descripcion completa de las piezas falsificadas. Mas informacion acerca de como pudo llevarse a cabo la sustitucion y de donde y como se habian hecho las copias. Y necesitaba una descripcion detallada de las conversaciones mantenidas y la correspondencia intercambiada con Semenzato.

Interrumpio la escritura y dejo que su pensamiento derivara hacia lo personal: ?regresaria Brett a China? Al pensar en ella, evocando la imagen de como la habia visto por ultima vez, dando un punetazo en la mesa y saliendo de la sala con un portazo, advirtio una discrepancia que hasta aquel momento se le habia escapado. ?Por que ella solo habia recibido una paliza mientras Semenzato habia sido asesinado? Brunetti no dudaba de que los hombres enviados a su casa solo llevaban ordenes de hacerle llegar su violenta advertencia para que no acudiera a la cita. Pero, ?por que molestarse, si de todos modos iban a matar a Semenzato? ?La intervencion de Flavia habia alterado el equilibrio de las cosas o acaso Semenzato, de algun modo, habia provocado la violencia que le habia costado la vida?

Primero, las cosas practicas. Llamo a Vianello y le pidio que subiera y que, al pasar por delante del despacho de Patta, rogara a la signorina Elettra que lo acompanara. El informe de la Interpol no habia llegado todavia, por lo que pensaba que ya era hora de empezar a indagar por su cuenta. Fue a la ventana y la abrio mientras esperaba que llegaran.

Entraron juntos, minutos despues. Vianello abrio la puerta e invito a la mujer a entrar primero. Cuando ambos estuvieron dentro, Brunetti cerro la ventana y el sargento, el adusto y tosco Vianello, acerco una silla a la mesa de Brunetti y la ofrecio a la signorina Elettra. ?Vianello?

Mientras se sentaba, la signorina Elettra dejo una hoja de papel en la mesa de Brunetti.

– Ha llegado esto de Roma, comisario. -En respuesta a su muda pregunta, agrego-: Han identificado las huellas.

Bajo el membrete de los carabinieri, la carta, que tenia una firma indescifrable, decia que las huellas tomadas del telefono de Semenzato correspondian a las de Salvatore La Capra, de veintitres anos, residente en Palermo. A pesar de su juventud, La Capra tenia a su espalda un numero considerable de arrestos y acusaciones: extorsion, violacion, agresion, intento de asesinato y asociacion con conocidos miembros de la Mafia. Acusaciones que habian sido retiradas en distintas fases del largo proceso legal que mediaba entre el arresto y el juicio. Tres testigos del caso de extorsion habian desaparecido; la mujer que habia presentado la denuncia de violacion se habia retractado. La unica acusacion que se habia mantenido contra La Capra era por exceso de velocidad, infraccion por la que habia pagado una multa de cuatrocientas veintidos mil liras. El informe senalaba tambien que La Capra, que no estaba empleado, vivia con su padre.

Cuando acabo de leer el informe, Brunetti miro a Vianello.

– ?Ha visto esto?

Vianello asintio.

– ?Por que me suena el nombre? -pregunto Brunetti dirigiendose a los dos.

La signorina Elettra y Vianello empezaron a hablar al mismo tiempo, pero el sargento, al oirla, se interrumpio y le cedio la palabra con un ademan.

Como ella callara, Brunetti, irritado por tanta ceremonia, azuzo:

– ?Bueno?

– ?El arquitecto? -pregunto la signorina Elettra, y Vianello movio la cabeza afirmativamente.

Basto para refrescar la memoria a Brunetti. Hacia cinco meses, el arquitecto encargado de unas extensas obras de restauracion en un palazzo del Gran Canal, habia denunciado al propietario del palazzo por amenazas formuladas por el hijo de este, de recurrir a la violencia si la restauracion, que ya habia entrado en el octavo mes, sufria mas retrasos. El arquitecto habia intentado justificarse alegando dificultades en la obtencion de los permisos de obra, excusas que el hijo del dueno habia rechazado, advirtiendole que su padre no era hombre que estuviera acostumbrado a que se le hiciera esperar y que quienes

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