incomodaban a su padre o a el mismo solian pasarlo mal. Al dia siguiente, y antes de que la policia hubiera tenido tiempo de actuar, el arquitecto volvio a presentarse en la questura para decir que todo habia sido un malentendido y que en realidad no habian mediado amenazas. Los cargos se habian retirado, pero se redacto el informe de la denuncia, que habian leido los tres, por lo que ahora recordaban que esta habia sido hecha contra Salvatore La Capra.

– Creo que deberiamos ver si el signorino La Capra o su padre estan en casa - propuso Brunetti-. Y usted, signorina, haga el favor de mirar si encuentra algo sobre el padre. Si no tiene otra cosa que hacer, desde luego.

– No, dottore. Ya esta hecha la reserva para la cena del vicequestore, de modo que puedo ponerme con esto inmediatamente. -Con una sonrisa, ella se levanto y Vianello, como una sombra, fue hasta la puerta delante de ella, la sostuvo abierta mientras ella salia y luego volvio a su silla.

– He hablado con la esposa, comisario. Bueno, con la viuda.

– Si, he leido su informe. Era muy corto.

– La visita fue corta, comisario -dijo Vianello con voz opaca-. No habia mucho que decir. La mujer estaba muy apenada, casi no podia hablar. Le hice unas preguntas, pero ella no paraba de llorar y tuve que dejarlo. No creo que comprendiera por que estaba yo alli ni por que le hacia preguntas.

– ?Era dolor de verdad? -pregunto Brunetti. Los dos policias habian visto mucho dolor de una y otra clase, verdadero y falso, y podian distinguirlo.

– Creo que si, senor.

– ?Como es ella?

– Unos cuarenta anos, diez menos que el. Sin hijos, por lo que el era todo lo que tenia, no creo que esa mujer encajara muy bien aqui.

– ?Por que no? -pregunto Brunetti.

– Semenzato era veneciano pero ella es del Sur. De Sicilia. Nunca le ha gustado esto. Dijo que, cuando acabara todo esto, queria volver a su tierra.

Brunetti se pregunto cuantos hilos de esta trama apuntarian hacia el Sur. Desde luego, el lugar de procedencia de la mujer no lo autorizaba a considerarla sospechosa de asociacion con malhechores. Mientras se hacia esta exhortacion, dijo:

– Que le intervengan el telefono.

– ?De la signora Semenzato? -La sorpresa de Vianello era audible.

– ?Y de quien estamos hablando, Vianello?

– ?Si acabo de hablar con ella y casi no se tiene en pie! No finge, comisario, estoy seguro.

– No se pone en duda su dolor, Vianello. Lo que esta en entredicho es la integridad de su marido. -Brunetti tambien sentia curiosidad por lo que la viuda supiera de las actividades de su marido, pero, en vista de la insolita tesitura galante adoptada por Vianello, creyo preferible callar.

Vianello aun objeto:

– No obstante…

– ?Que hay del personal del museo? -corto Brunetti.

Vianello se dejo conducir al redil.

– Parece ser que apreciaban a Semenzato. Era competente, se llevaba bien con los sindicatos y solia delegar mucha responsabilidad, por lo menos, en la medida en que el Ministerio se lo permitia.

– ?Que quiere decir?

– Que dejaba que los conservadores decidieran que cuadros tenian que someterse a restauracion, que tecnicas habia que emplear, cuando habia que llamar a especialistas del exterior. Por lo que he podido deducir, el que ocupo el cargo antes que el se empenaba en controlarlo todo y eso hacia que los asuntos se retrasaran, ya que el se empenaba en conocer hasta el ultimo detalle. La mayoria preferian a Semenzato.

– ?Alguna cosa mas?

– Volvi al ala del edificio en la que estaba el despacho de Semenzato y eche un vistazo con luz de dia. En el pasillo hay una puerta que comunica con el ala izquierda, pero esta condenada. Y desde el tejado, imposible descolgarse. Asi que tuvieron que subir por la escalera.

– Pasando por delante de la oficina de los guardias -Brunetti termino por el.

– Y tambien al salir -agrego Vianello sin indulgencia.

– ?Que ponian aquella noche en television?

– Repeticion de Golpo Grosso -respondio Vianello con una prontitud que hizo que Brunetti se preguntara si el sargento no habria estado aquella noche en su casa, al igual que media Italia, viendo como semifamosas se desnudaban poco a poco ante los alaridos del publico del estudio. Probablemente, si los pechos eran lo bastante grandes, los ladrones hubieran podido llevarse hasta la Basilica de la Piazza sin que nadie se enterara hasta la manana siguiente.

Parecia un buen momento para cambiar de tema.

– Esta bien, Vianello, vea que puede hacer para que alguien se encargue de ese telefono. -La frase no podia ser considerada terminante; ni el tono, de despedida. Por lo menos, no del todo.

De comun acuerdo, la conversacion se dio por terminada. Vianello se puso en pie. Se veia que no estaba de acuerdo con esta nueva invasion del dolor de la viuda Semenzato, pero aceptaba el encargo.

– ?Nada mas, comisario?

– Nada mas. -Normalmente, Brunetti hubiera pedido ser informado cuando hubiera sido intervenido el telefono, pero en este caso prefirio dejarlo al criterio de Vianello. El sargento movio la silla unos centimetros hacia adelante, para centrarla frente a la mesa de Brunetti, alzo la mano en un vago saludo y salio del despacho sin mas palabras. Brunetti se dijo que ya era suficiente tener que tratar con una prima donna en Cannaregio. No necesitaba otra en la questura.

15

Brunetti salio de la questura quince minutos despues llevando las botas y el paraguas. Corto hacia la izquierda en direccion a Rialto, pero luego torcio a la derecha, otra vez a la izquierda y al poco cruzaba el puente que conduce a campo Santa Maria Formosa. Frente a el, al otro lado del campo, se levantaba el palazzo Priuli abandonado desde que el pudiera recordar, plato fuerte de un envenenado litigio sobre un testamento impugnado. Mientras herederos y presuntos herederos se disputaban su propiedad, el palazzo se entregaba con aplicacion y perseverancia a su labor de deterioro, indiferente a herederos, reclamaciones y legalidad. Largos churretes de herrumbre bajaban por las paredes de piedra desde las rejas que trataban de impedir la entrada a los intrusos, y el tejado se descoyuntaba formando protuberancias y hendiduras y abriendo aqui y alla grietas por las que el sol se colaba a curiosear en el desvan cerrado desde hacia anos. El Brunetti romantico habia imaginado muchas veces que el palazzo Priuli seria el lugar ideal para recluir a una tia loca, a una esposa rebelde o a una heredera recalcitrante, mientras que su yo mas pragmatico y veneciano lo consideraba un inmueble muy apetecible y contemplaba sus ventanas dividiendo el espacio interior en apartamentos, oficinas y estudios.

Tenia la vaga idea de que la tienda de Murino se hallaba en el lado norte, entre una pizzeria y una tienda de mascaras. La pizzeria estaba cerrada, en espera de la vuelta de los turistas, pero tanto la tienda de mascaras como la de antiguedades estaban abiertas y sus luces brillaban entre la lluvia invernal.

Cuando Brunetti empujo la puerta de la tienda, sono una campanilla en una habitacion situada mas alla de un par de cortinas de terciopelo adamascado colgadas de un arco que conducia al interior. La sala tenia el brillo discreto de la riqueza, una riqueza antigua y solida. Sorprendentemente, eran pocas las piezas expuestas, pero cada una exigia la plena atencion del visitante. Al fondo habia un aparador de nogal que relucia merced a siglos de cuidados, con cinco cajones en el lado izquierdo. A mano derecha de Brunetti se extendia una larga mesa de roble, procedente sin duda del refectorio de algun convento. Tambien a la mesa se le habia sacado brillo, aunque sin tratar de disimular las muescas y otras senales debidas a un largo uso. A sus pies yacian dos leones de marmol que

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