abrian las fauces con una amenaza que quiza en tiempos fuera intimidatoria. Pero el tiempo habia desgastado los dientes y suavizado los rasgos, y ahora parecian encararse a sus enemigos con lo que mas que un rugido era un bostezo.

– C'e qualcuno? -grito Brunetti hacia el fondo de la tienda. Miro al suelo y observo que su paraguas habia dejado ya un gran charco en el parquet de la tienda. El signor Murino debia de ser un optimista, ademas de forastero, para haber puesto parquet en una zona de la ciudad tan baja como esta. La primera acqua alta grave inundaria la tienda estropeando la madera y llevandose la cola y el barniz cuando bajara la marea.

– Buon giorno? -volvio a gritar dando unos pasos hacia el arco y dejando un rastro de gotas en el suelo.

Una mano aparecio entre las cortinas y aparto una de ellas. El hombre que salio a la tienda era el mismo al que Brunetti recordaba haber visto en la ciudad y que alguien -ya no recordaba quien- le habia dicho que era el anticuario de Santa Maria Formosa. Murino era bajo, como muchos meridionales y su pelo negro, rizado y lustroso, formaba una corona que le rozaba el cuello de la camisa. Tenia la tez oscura y tersa y las facciones pequenas y regulares. Lo que desconcertaba en este prototipo de belleza mediterranea eran los ojos, de un verde claro y opalino. Aunque tamizados por los cristales redondos de unas gafas con montura de oro y sombreados por unas pestanas tan largas como negras, aquellos ojos eran el rasgo dominante de su cara. Los franceses -Brunetti lo sabia- habian conquistado Napoles hacia siglos, pero la reliquia mas corriente de su larga ocupacion era el pelo rojo que a veces se veia en la ciudad, no estos claros ojos nordicos.

– ?Signor Murino? -pregunto extendiendo la mano.

– Si -respondio el anticuario tomando la mano de Brunetti y devolviendole el apreton con firmeza.

– Guido Brunetti, comisario de policia. Me gustaria hablar un momento con usted.

La expresion de Murino seguia siendo de cortes curiosidad.

– Deseo hacerle unas preguntas acerca de su socio. ?O quiza deberia decir su difunto socio?

Brunetti vio a Murino absorber esta informacion y espero mientras el otro consideraba cual debia ser su reaccion visible. Todo esto, solo en cuestion de segundos, pero Brunetti habia tenido ocasion de observar el proceso durante decadas y estaba familiarizado con el. Las personas ante las que se presentaba tenian una coleccion de reacciones que ellas consideraban apropiadas, y formaba parte del trabajo del policia estudiar su expresion mientras las iban repasando una a una, en busca de la mas adecuada. ?Sorpresa? ?Temor? ?Inocencia? ?Curiosidad? Vio a Murino pasar revista a varias posibilidades y estudio su rostro mientras iba considerandolas y descartandolas. Al parecer, se decidio por la ultima.

– ?Si? ?Y que quiere saber, comisario? -La sonrisa era cortes; y el tono, amistoso. Miro al suelo y vio el paraguas de Brunetti-. Permita que me lo lleve, por favor -dijo, y consiguio que pareciera que le preocupaba mas la incomodidad de Brunetti que el deterioro que el agua causara en su parquet. Llevo el paraguas a un paraguero de porcelana decorado con flores que habia al lado de la puerta, lo introdujo en el y se volvio hacia Brunetti-. ?Me da el abrigo?

Brunetti advirtio que Murino trataba de marcar el tono de la conversacion, un tono amistoso y relajado, manifestacion verbal de su inocencia.

– Gracias, no se moleste -respondio Brunetti y, con su respuesta, ajusto el tono a su propia medida-. ?Cuanto tiempo ha sido socio suyo?

Murino no acuso que hubiera detectado la pugna por el dominio de la conversacion.

– Cinco anos, desde que abri esta tienda.

– ?Y la tienda de Milan? ?Tambien tenia participacion en ella?

– Oh, no. Son negocios independientes. Solo tenia participacion en esta.

– ?Y como llego a ser socio?

– Ya sabe lo que son estas cosas. Se corre la voz.

– No; lo siento, pero no lo se, signor Murino. ?Como se hizo socio suyo?

La sonrisa de Murino era persistentemente relajada; estaba decidido a no darse por enterado de la rudeza de Brunetti.

– Cuando tuve la oportunidad de alquilar este local, me puse en contacto con varios amigos mios de esta ciudad, con vistas a conseguir un prestamo. Tenia la mayor parte de mi capital invertido en las existencias de la tienda de Milan, y en aquel momento el mercado de antiguedades estaba estancado.

– ?A pesar de lo cual queria abrir otra tienda?

La sonrisa de Murino era serafica.

– Yo tenia confianza en el futuro. La gente puede retraerse durante algun tiempo, pero son crisis pasajeras y al fin siempre vuelven a comprar cosas bellas.

Al igual que una mujer deseosa de que le regalen los oidos, Murino parecia estar pidiendo a Brunetti que dedicara un cumplido a las piezas que tenia en la tienda, relajando con ello la tension creada con las preguntas.

– ?Su optimismo quedo justificado, signor Murino?

– Oh, no puedo quejarme.

– ?Y como se entero su socio de su interes en un prestamo?

– Bueno, ya sabe lo que pasa, se corre la voz. -Al parecer, esta era toda la explicacion que el signor Murino estaba dispuesto a dar.

– ?Y entonces se presento el, dinero en mano, solicitando ser su socio?

Murino se acerco a un arcon de novia y limpio una marca de dedos con el panuelo. Se agacho, situando los ojos en plano horizontal con la superficie del arcon y froto varias veces la marca hasta hacerla desaparecer. Doblo el panuelo en un rectangulo perfecto, volvio a guardarlo en el bolsillo de la chaqueta, se volvio de espaldas al arcon y se apoyo en el borde.

– Si; podriamos decir que asi fue.

– ?Y que consiguio a cambio de su inversion?

– El cincuenta por ciento de los beneficios durante diez anos.

– ?Quien llevaba los libros?

– Tenemos un contabile que se encarga de eso.

– ?Quien hace las compras?

– Yo.

– ?Y las ventas?

– Yo. O mi hija. Trabaja aqui dos dias a la semana.

– ?Asi que usted y su hija son los que saben que se compra y a que precio y que se vende y a que precio?

– Tengo recibos de todas las compras y de todas las ventas, dottor Brunetti -dijo Murino casi con indignacion en la voz.

Brunetti considero durante un momento la opcion de decir a Murino que en Italia todo el mundo tiene recibos de todo y que todos los recibos no son mas que pruebas fabricadas para evadir el pago de impuestos. Pero uno no tiene necesidad de decir que llueve de arriba abajo ni que en primavera florecen los arboles. Analogamente, no es necesario hablar de la existencia del fraude fiscal, mucho menos, a un anticuario, y no digamos un anticuario napolitano.

– Estoy seguro de que las tiene, signor Murino -dijo Brunetti, y cambio de tema-. ?Cuando lo vio por ultima vez?

Murino esperaba la pregunta, porque la respuesta fue inmediata:

– Hace dos semanas. Fuimos a tomar una copa y le dije que a ultimos de mes pensaba hacer un viaje de compras por Lombardia. Le dije que queria cerrar la tienda durante una semana y le pregunte si tenia algun inconveniente.

– ?Lo tenia?

– No; ninguno.

– ?Y su hija?

– Esta muy ocupada preparando examenes. Estudia derecho. A veces no entra nadie en la tienda en todo el dia. Por eso me parecio que era un buen momento para cerrar. Ademas, tenemos que hacer pequenas reparaciones.

– ?Que reparaciones?

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