Era lo que el suponia, pero el dedo tenia peor aspecto de lo que habia imaginado, estaba hinchado, con la una de un rojo vivo que prometia amoratarse con el tiempo.

– ?Esta roto? -pregunto.

– No, papa, puedo moverlo sin que duela. Pero da unos latigazos muy fuertes -dijo Chiara. Habia dejado de llorar, pero su cara indicaba que el dolor era intenso-. Por favor, papa, haz algo.

– Papa no puede hacer nada, Chiara -dijo Paola ladeando un poco el pie y ajustando la bolsa de hielo.

– ?Cuando ha sido? -pregunto el.

– Esta tarde, nada mas irte tu -respondio Paola.

– ?Y esta asi desde entonces?

– No, papa -dijo Chiara, defendiendose de la implicita acusacion de que se habia pasado la tarde llorando-. Me ha dolido al principio, luego se ha calmado y ahora vuelve a doler un monton. -Ya habia pedido una vez a su padre que hiciera algo, y Chiara no era de las que repiten una peticion.

Entonces Brunetti recordo algo que habia aprendido hacia anos, en el servicio militar. A uno de los hombres de su unidad se le cayo una tapa de alcantarilla en el dedo gordo del pie. No se lo rompio porque le dio en la punta, pero se le hincho y se le puso muy rojo como a Chiara.

– Algo se puede hacer -empezo, y Paola y Chiara se volvieron a mirarlo.

– ?El que? -preguntaron al unisono.

– Es un poco espeluznante -dijo el-, pero efectivo.

– ?Que es, papa? -dijo Chiara, a la que volvia a temblarle la barbilla del dolor.

– Tengo que atravesar la una con una aguja para que salga la sangre.

– ?No! -grito Paola, abrazando mas estrechamente a su hija.

– ?Funciona, papa?

– Aquella vez funciono, hace muchos anos. No lo hice yo sino el medico, pero yo miraba.

– ?Te parece que podras, papa?

El se quito el abrigo y lo dejo a los pies de la cama.

– Creo que si, cielo. ?Quieres que pruebe?

– ?Me calmara el dolor?

– Creo que si.

– De acuerdo.

El miro a Paola, pidiendo opinion. Ella dio un beso a Chiara en el pelo, la envolvio en un abrazo mas apretado y movio la cabeza, afirmativamente, tratando de sonreir a su marido.

El fue a la cocina, saco una vela del tercer cajon de la derecha del fregadero, la inserto en una palmatoria de ceramica, tomo una caja de fosforos y volvio al dormitorio. Puso la palmatoria en el pupitre de Chiara, encendio la vela y fue al estudio de Paola. Del cajon de arriba saco un clip sujetapapeles y lo estiro para obtener una fina varilla mientras volvia al cuarto de Chiara. Habia dicho «aguja» pero despues recordo que el medico habia utilizado un clip porque -segun dijo- una aguja era muy fina para perforar la una rapidamente.

Puso la vela a los pies de la cama, detras de Paola.

– Creo que vale mas que no mires, cielo -dijo a Chiara. Para impedirlo, el se sento en el borde de la cama, de espaldas a Paola, y destapo el pie.

Cuando el le toco el dedo, la nina, instintivamente, lo retiro doblando la rodilla, pero enseguida, con la boca pegada al hombro de su madre, dijo:

– Lo siento -y volvio a dejar el pie inerte. El lo asio con la mano izquierda y retiro la bolsa de hielo. Tuvo que cambiar de postura, procurando no volcar la vela, hasta quedar de cara a ellas dos. Tomo el pie y sujeto firmemente el talon entre las rodillas.

– Todo va bien, cielo. Sera un momento -dijo tomando la vela con una mano y sosteniendo un extremo del clip con la otra. Cuando el calor le abraso las yemas de los dedos, solto el clip derramando la cera en la colcha. Madre e hija hicieron una mueca de dolor por lo brusco del movimiento.

– Un momento, un momento -dijo el, y volvio a la cocina mascullando entre dientes. Saco unas tenazas del cajon de abajo y volvio al dormitorio. Cuando hubo encendido la vela otra vez y todo volvia a estar como antes, asiendo un extremo del clip con las tenazas, sostuvo el otro extremo en la llama hasta que se puso al rojo. Entonces, rapidamente, para no pensar en lo que hacia, aplico la punta candente al centro de la una que empezo a humear. Le sostenia el tobillo con la mano izquierda, para impedir que retirara el pie.

De pronto, el hierro dejo de encontrar resistencia y una sangre oscura broto del dedo y le corrio por la mano. Entonces saco el clip y, actuando mas por instinto que por lo que pudiera recordar, apreto el dedo para que sangrara por el agujero de la una.

Durante la operacion, Chiara habia estado abrazada a Paola, que habia mantenido los ojos apartados de lo que hacia Brunetti. Pero al levantar la cabeza vio que Chiara lo miraba por encima del hombro de su madre y luego se miraba el pie.

– ?Eso es todo? -pregunto.

– Si -contesto el-. ?Como va?

– Mejor, papa. Ya no me aprieta ni me da latigazos. -Paso revista al instrumental: vela, tenazas, clip sujetapapeles-. ?Y eso es todo lo que hay que hacer? -pregunto con verdadera curiosidad, olvidando las lagrimas.

– Eso es todo -respondio el dando un apreton al tobillo.

– ?Crees que yo sabria hacerlo?

– ?Te refieres a ti misma o a otra persona? -pregunto el.

– Las dos cosas.

– No veo por que no.

Paola, a la que Chiara, fascinada por este descubrimiento cientifico, parecia haber olvidado, solto a su hija que ya habia dejado de sufrir, y recogio de la cama la bolsa de hielo y la toalla. Se levanto, miro un momento a la pareja como el que estudia una forma de vida alienigena y se fue a la cocina.

17

A la manana siguiente, el pie de Chiara habia mejorado lo suficiente como para permitirle ir a la escuela, aunque decidio ponerse tres pares de calcetines de lana y las botas altas de goma, no solo porque seguia lloviendo y persistia la amenaza de acqua alta sino porque las botas eran anchas y no le oprimian el dedo lastimado. Cuando el estuvo vestido y dispuesto para ir a trabajar, ella ya se habia marchado, pero el encontro en su sitio de la mesa de la cocina una hoja de papel con un gran corazon rojo dibujado y, debajo, en la pulcra letra de imprenta de su hija: «Grazie, Papa.» El doblo cuidadosamente el dibujo y lo guardo en el billetero.

Brunetti no se habia preocupado de llamar por telefono para avisar a Flavia y Brett de su visita -daba por descontado que las dos estaban en casa-, aunque cuando toco el timbre ya eran casi las diez, una hora bastante decente para presentarse en una casa a hablar de asesinatos.

Dijo a la voz del interfono quien era y empujo la pesada puerta cuando el interruptor acciono la cerradura desde arriba. Dejo el paraguas apoyado en un rincon, se sacudio casi a la manera de un perro y empezo a subir escalones.

Hoy la que habia abierto la puerta era Brett, que sonrio al verlo y el observo que su blanca sonrisa volvia a ser la de antes.

– ?Donde esta la signora Petrelli? -pregunto mientras la seguia a la sala.

– Flavia no suele estar presentable antes de las once. Y, antes de las diez, no esta ni siquiera humana. -El vio tambien que la mujer se movia con mas soltura, sin tomar tantas precauciones por temor a que un movimiento o gesto enteramente natural despertara el dolor.

Brett indico un sillon y ocupo su lugar en el sofa; la poca luz que entraba en la habitacion venia de las ventanas situadas detras de ella y su cara quedaba en sombra. Cuando estuvieron sentados, el saco del bolsillo el papel con las anotaciones que habia hecho el dia antes, a pesar de que no necesitaba recordatorio alguno de lo que deseaba averiguar.

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