– Una puerta que da al canal se ha salido de los goznes. Si queremos utilizarla, tendremos que cambiar el marco -dijo senalando hacia las cortinas de terciopelo-. ?Quiere verla?
– No, gracias.
Murino sonrio interrogativamente.
– Me temo que no comprendo.
– Permita entonces que trate de aclararselo. Su otro cargo podria haber servido para, digamos, favorecer su inversion conjunta en este negocio.
– Lo lamento, pero sigo sin comprender. -La sonrisa de Murino no hubiera parecido fuera de lugar en la cara de un angel.
Brunetti puso ejemplos.
– Quiza utilizandolo a usted como especialista cuando se enteraba de que determinadas piezas o colecciones iban a ponerse a la venta. Quiza recomendando la tienda a personas que manifestaran interes por un objeto determinado.
– Eso nunca se me ocurrio.
– ?Se le ocurrio a su socio?
Murino saco el panuelo para limpiar otra marca. Cuando la superficie quedo a su gusto, dijo:
– Yo era su socio, comisario, no su confesor. Creo que a esa pregunta solo el podria responder.
– Pero eso, desgraciadamente, no es posible.
Murino movio la cabeza tristemente.
– No; no es posible.
– ?Que pasara ahora con su participacion en el negocio?
La cara de Murino era todo asombro e inocencia.
– Oh, yo seguire repartiendo los beneficios con su viuda.
– ?Y usted y su hija seguiran comprando y vendiendo?
La respuesta de Murino tardo en llegar, pero cuando se produjo no fue sino la confirmacion de lo evidente.
– Si, naturalmente.
– Naturalmente -corroboro Brunetti, aunque la palabra no sono igual ni tenia el mismo sentido dicha por el.
La cara de Murino se encendio de una colera repentina, pero antes de que pudiera contestar, Brunetti dijo:
– Muchas gracias por su tiempo,
Murino se aparto del arcon y se acerco a la puerta a buscar el paraguas de Brunetti. Se lo dio sosteniendolo por la tela todavia mojada. Abrio la puerta, la sostuvo cortesmente y, cuando Brunetti salio, la cerro con suavidad. Brunetti se encontro bajo la lluvia y abrio el paraguas. Una rafaga de aire trato de arrancarselo de la mano, pero el lo sujeto con fuerza y se encamino a casa. Durante toda la conversacion ninguno de los dos habia pronunciado ni una sola vez el nombre de Semenzato.
16
Mientras cruzaba el
A causa de la lluvia, que era cada vez mas fuerte, y de la amenaza de
Al entrar en su edificio, cerro con un portazo: con tiempo humedo, la cerradura se atascaba y habia que recurrir a la violencia para hacer que el pesado portalon se cerrara o se abriera. Agito varias veces el paraguas, lo enrollo y se lo puso debajo del brazo. Agarrando el pasamanos con la derecha, inicio la larga ascension hasta su apartamento. En el primer piso, la
Y, por fin, su propia puerta y la promesa de sosiego. Que se desvanecio nada mas poner un pie en el recibidor. Del fondo del apartamento llegaban los sollozos de Chiara. ?Que le pasaba a su pequena espartana, la nina que nunca lloraba, a la que podias castigar privandola de lo que mas deseaba sin que se le escapara ni una lagrima, y que habia permanecido palida pero impavida mientras le reducian la fractura de la muneca? Y ahora no solo lloraba sino que berreaba.
Brunetti fue rapidamente por el pasillo hasta la habitacion. Paola, sentada al borde de la cama, acunaba a su hija.
– Cielo, no podemos hacer nada mas. Hemos puesto hielo y ahora hay que esperar a que haga efecto.
– Duele,
– Puedo darte un poco mas de aspirina. Quiza te calme.
Chiara hipo y repitio con una voz extranamente aguda:
–
– ?Que pasa, Paola? -pregunto el con voz atona, muy serena.
– Oh, Guido -dijo Paola volviendose hacia el pero sin soltar a la nina-. Le ha caido la mesa en el dedo.
– ?Que mesa? -pregunto el, en lugar de que dedo.
– La mesa de la cocina. -La que tenia carcoma. ?Que hacian, querian moverla solas? ?Por que, si estaba lloviendo? No podian sacarla a la terraza. Pesaba demasiado.
– ?Como ha sido?
– No me ha creido cuando le he dicho que habia tantos agujeros, ha querido tumbarla de lado para mirar, se le ha escurrido de las manos y le ha caido en el dedo gordo del pie.
– A ver -dijo el, mirando el pie que descansaba encima de la colcha, envuelto en una toalla que sujetaba una bolsita de plastico llena de hielo sobre el dedo lesionado, para prevenir la hinchazon.