penso en donde podia estar la prenda, busco en los dos cajones restantes y entonces recordo que la semana anterior Raffi le habia pedido prestado aquel jersey. Esto significaba -Brunetti estaba seguro- que lo encontraria hecho un ovillo en el suelo del armario de su hijo o en el fondo de un cajon. La reciente mejora del rendimiento academico de su primogenito no afectaba todavia, por desgracia, sus habitos de orden y pulcritud.

Brunetti cruzo el recibidor y, puesto que la puerta estaba abierta, entro en la habitacion de su hijo. Raffi ya habia salido para el colegio, pero Brunetti confiaba en que no se hubiera puesto aquel dia su jersey. Cuanto mas lo pensaba, mas deseaba ponerselo y mas le irritaba ver frustrado el deseo.

Abrio el armario. Chaquetas, camisas, un anorak de esqui y, en el suelo, botas, zapatillas deportivas y unas sandalias de verano. Pero no se veia el jersey. Tampoco estaba colgado del respaldo de la silla ni de los pies de la cama. Abrio el primer cajon de la comoda y encontro un revoltijo de ropa interior. El segundo contenia calcetines sueltos y viudos, y algunos -era de temer- no muy limpios. El tercer cajon parecia mas prometedor: un chandal y dos camisetas con inscripciones que Brunetti no se molesto en leer. El buscaba su jersey, no propaganda del bosque pluvial. Aparto la segunda camiseta y su mano se paralizo.

Debajo de las camisetas, semiescondidas pero con descuido, habia dos jeringuillas en sus envoltorios de plastico esteril. Brunetti sintio como se le aceleraban los latidos del corazon al verlas.

– Madre di Dio -dijo en voz alta, y rapidamente volvio la cabeza, temiendo que Raffi entrara y encontrara a su padre registrandole la habitacion. Volvio a tapar las jeringuillas con las camisetas y cerro el cajon.

De improviso, recordo un domingo por la tarde de hacia diez anos en que habia ido al Lido con Paola y los ninos. Raffi, corriendo por la playa, piso un trozo de botella y se hizo un corte en la planta del pie. Y Brunetti, con un nudo en la garganta por el dolor de su hijo y su propia angustia y ternura, habia envuelto el pie en una toalla y lo habia llevado en brazos corriendo a lo largo de un kilometro hasta el hospital que estaba al extremo de la playa. Dos horas habia esperado, en banador, helado hasta los huesos por el miedo y el aire acondicionado, hasta que salio un medico y le dijo que el nino estaba bien. Seis puntos y una semana con muletas, pero estaba bien.

?Que habia impulsado a Raffi? ?Era el un padre demasiado severo? Nunca habia levantado la mano a sus hijos, y la voz, muy pocas veces; el recuerdo de la violencia que habia acompanado su propia ninez habia bastado para frenar cualquier arrebato. ?Estaba excesivamente entregado a su trabajo, muy absorto en los problemas de la sociedad para preocuparse por los de sus propios hijos? ?Cuando fue la ultima vez que los habia ayudado con los deberes? ?Y donde conseguia la droga? ?Y que droga? Dios, que no sea heroina, cualquier cosa antes que eso.

?Paola? Habitualmente, ella sabia lo que hacian los chicos antes que el. ?Sospechaba algo? ?Quiza lo sabia y no le habia dicho nada? Y, si no lo sabia, ?debia el ocultarselo a vez, para no preocuparla?

Extendio el brazo buscando el apoyo del colchon y se sento lentamente en el borde de la cama de Raffi. Junto las manos y las oprimio con las rodillas, con la mirada fija en el suelo. Vianello sabria quien vendia droga en este barrio. Si Vianello sabia algo de Raffi, ?se lo contaria? A su lado, encima de la cama, estaba una de las camisas de Raffi. La atrajo hacia si, hundio en ella la cara y aspiro el olor de su hijo, el mismo olor que percibio el dia en que Paola volvio del hospital con Raffi y el arrimo la cara al vientre del bebe. Se le hizo un nudo en la garganta y noto en la boca sabor a sal.

Estuvo mucho rato sentado en el borde de la cama, recordando el pasado y eludiendo pensar en el futuro. Pero estaba claro que tenia que decirselo a Paola. Aunque ya habia reconocido su propia culpa, confiaba en que ella lo tranquilizara, le asegurara que habia sido un buen padre para sus dos hijos. ?Y Chiara? ?Lo sabia o sospechaba ella? ?O habia algo mas? Esta idea le hizo levantarse y salir de la habitacion dejando la puerta abierta tal como la habia encontrado.

Paola estaba sentada en el sofa de la sala, con los pies apoyados en la mesita de marmol, leyendo el periodico de la manana. Eso queria decir que ya habia salido a la calle a comprarlo, a pesar de la lluvia.

El se paro en la puerta y la vio volver una pagina. El radar de los muchos anos de matrimonio hizo que ella volviera la cabeza.

– Guido, ?haces mas cafe? -pregunto, reanudando la lectura del periodico.

– Paola -empezo el. Ella capto el tono y bajo el periodico al regazo-. Paola -repitio el, sin saber lo que tenia que decir ni como decirlo-. He encontrado dos jeringuillas en el cuarto de Raffi.

Ella lo miro, esperando que dijera mas, volvio a levantar el periodico y siguio leyendo.

– Paola, ?has oido lo que he dicho?

– ?Hmm? -murmuro ella, alzando la cabeza para leer el titular de la parte superior de la pagina.

– Digo que he encontrado dos jeringuillas en el cuarto de Raffi. Estaban en el fondo de un cajon. -Se acerco a ella, con el impulso de arrancarle el periodico de las manos y arrojarlo al suelo.

– Ya. Ahi debian de estar -dijo ella volviendo la pagina.

El se sento en el sofa a su lado y, haciendo un esfuerzo para mantener el gesto tranquilo, puso la palma de la mano sobre el papel y, lentamente, se lo bajo al regazo.

– ?Que es eso de que «ahi debian de estar»? -pregunto el con voz tensa.

– Guido -dijo ella dedicandole toda su atencion ahora que ya no tenia delante el periodico-, ?que tienes? ?No te encuentras bien?

Totalmente inconsciente de lo que hacia, el apreto el puno estrujando el papel.

– Te he dicho que en el cuarto de Raffi he encontrado dos jeringuillas, Paola. Jeringuillas, ?no lo entiendes?

Ella lo miro fijamente, desconcertada, y entonces comprendio lo que para el significaban las jeringuillas. Se miraban a los ojos, y el vio como la madre de Raffi descubria que su marido creia que el hijo de ambos era drogadicto. Apreto los labios, abrio mucho los ojos, echo la cabeza hacia atras y se echo a reir. Se reia a carcajadas y, en su transporte de hilaridad, se dejo caer de lado en el sofa. Se enjugaba las lagrimas pero no podia dejar de reir.

– Oh, Guido -dijo tapandose la boca con la mano en un vano intento por dominarse-. Oh, Guido, no, no es posible que pienses eso. Drogas no. -Y vuelta a reir.

Durante un momento, Brunetti penso que era la histeria del panico, pero eso seria impropio de Paola. No; la suya era una risa provocada por la comicidad. Con un gesto violento, el agarro el periodico y lo arrojo al suelo. Esta manifestacion de furor la sereno instantaneamente y se incorporo en el sofa.

– Guido. I tarli -dijo como si esto lo explicara todo.

?Tambien ella estaba drogada? ?Que tenia que ver con esto la carcoma?

– Guido -repitio Paola con voz suave, en tono dulce, como si hablara a un loco peligroso-. Te lo dije hace una semana. Tenemos carcoma en la mesa de la cocina. Las patas estan llenas de carcoma. Y la unica manera de acabar con ella es inyectar el veneno en los agujeros. Recuerda que te pregunte si me ayudarias a sacar la mesa a la terraza el primer dia de sol que tuvieramos, para que no nos mataran a todos los vapores del veneno.

Si, lo recordaba, pero vagamente. No habia prestado atencion cuando ella se lo dijo, pero ahora le habia vuelto a la cabeza.

– Pedi a Raffi que me comprara jeringuillas y guantes de goma, para inyectar el veneno en la mesa. Crei que se habia olvidado, pero por lo visto las trajo, las guardo en el cajon y olvido decirme que las tenia. -Alargo la mano cubriendo la de el-. No pasa nada. Guido. No es lo que imaginabas.

El sintio como una calida sensacion de alivio le recorria el cuerpo, y tuvo que apoyar la cabeza en el respaldo del sofa. Cerro los ojos. Le hubiera gustado poder sentirse tan despreocupado como Paola, poder reirse de lo absurdo de su temor, pero no podia, todavia no.

Cuando por fin consiguio hablar la miro:

– No se lo digas a Raffi, por favor, Paola.

Ella se inclino hacia el, le puso la palma de la mano en la mejilla y lo miro fijamente, y el creyo que iba a hacerle la promesa, pero la risa volvio a apoderarse de ella y se dejo caer contra su pecho.

El contacto del cuerpo de su mujer lo libero por fin y el empezo a reir a su vez, primero entre dientes, moviendo la cabeza a derecha e izquierda y luego con una franca carcajada que fue subiendo de tono hasta convertirse en gritos, en aullidos de alivio, de jubilo y de puro gozo. Ella apreto el abrazo buscando sus labios. Y entonces, como una pareja de adolescentes, hicieron el amor en el sofa, arrancandose bruscamente la ropa que acabo en el suelo en un monton con el mismo abandono con que estaba la de Raffi en el armario.

Вы читаете Aqua alta
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату