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Al pie del puente de Rialto, Brunetti entro en el pasaje cubierto situado a la derecha de la estatua de Goldoni, en direccion a SS Giovanni e Paolo y el apartamento de Brett. Sabia que ella habia vuelto a casa porque el agente que estuvo de guardia en la puerta de la habitacion del hospital durante un dia y medio, regreso a la
Aunque hacia ya varios anos que Brunetti habia estado en el apartamento, lo encontro sin dificultad, a la derecha de la calle dello Squaro Vecchio, tan pequena que el municipio no se habia molestado en pintar el nombre en la pared. Toco el timbre y al cabo de unos momentos una voz pregunto por el interfono quien era. Le alegro comprobar que tomaban por lo menos esta minima precaucion, ya que muchas veces los habitantes de esta tranquila ciudad abrian la puerta de la calle sin molestarse en preguntar quien llamaba.
A pesar de que el edificio habia sido restaurado no hacia muchos anos, y la escalera, enyesada y pintada, la sal y la humedad ya habian empezado su labor, devorando la pintura y esparciendo particulas por el suelo, como migas debajo de una mesa. Al encarar el cuarto y ultimo tramo de la escalera, Brunetti levanto la mirada y vio que la pesada puerta metalica del apartamento estaba abierta y que Flavia Petrelli la sostenia. Lo que habia en su cara parecia realmente una sonrisa, aunque tensa y nerviosa.
Se estrecharon la mano en la puerta y ella retrocedio para dejarle entrar. Hablaron al mismo tiempo:
– Celebro que haya venido -dijo ella.
–
Ella llevaba una falda negra y un jersey escotado de un amarillo canario que pocas mujeres se arriesgarian a ponerse. Este color hacia que el cutis aceitunado y los ojos casi negros de Flavia resplandecieran por el contraste. Pero una observacion mas atenta revelaba que los ojos, aunque hermosos, estaban cansados y que de los labios partian finas lineas de tension.
Ella le pidio el abrigo y lo colgo en un gran
Flavia no inicio el movimiento de pasar a la sala sino que lo retuvo alli preguntando en voz baja:
– ?Han averiguado algo?
– ?Se refiere al doctor Semenzato?
Ella movio la cabeza afirmativamente.
Antes de que el pudiera contestar, Brett grito desde la sala:
– Deja de conspirar, Flavio y hazle pasar.
Ella tuvo a bien sonreir encogiendose de hombros, luego dio media vuelta y lo condujo a la sala. Tal como el recordaba, incluso en un dia tan gris como este, la pieza estaba inundada por la luz que se filtraba a traves de seis grandes claraboyas abiertas en el techo. Brett, vestida con pantalon color borgona y jersey negro con cuello de cisne, estaba sentada en un sofa situado entre dos ventanas altas. Brunetti observo que las marcas de su cara, aunque mucho menos hinchadas que en el hospital, aun tenian un marcado tinte azul. Ella se movio hacia la izquierda para hacerle sitio y extendio la mano.
El le estrecho la mano y se sento a su lado, mirandola atentamente.
– Ya no soy Frankenstein -dijo ella sonriendo para mostrar no solo que sus dientes ya estaban libres de los alambres que los habian mantenido atados la mayor parte del tiempo que estuvo en el hospital, sino que el corte del labio se habia curado lo suficiente como para permitirle cerrar la boca.
Brunetti, que conocia las pretensiones de omnisciencia de los medicos italianos y su consiguiente inflexibilidad, pregunto sorprendido:
– ?Como ha conseguido que la dejaran salir?
– Hice una escena -dijo ella simplemente.
En vista de que no se le daban mas explicaciones, Brunetti miro a Flavio, que se tapo los ojos con la mano y movio la cabeza al recordarlo.
– ?Y entonces? -pregunto el.
– Me dijeron que podia marcharme, con la condicion de que comiera, de modo que ahora mi dieta se ha ampliado y abarca platano y yogur.
Al hablar de comida, Brunetti miro mas atentamente y vio que, bajo las magulladuras, tenia la cara mas delgada, las facciones mas angulosas y afiladas.
– Tiene que comer mas que eso -dijo y entonces, a su espalda, oyo reir a Flavia, pero cuando se volvio a mirarla, ella le recordo el tema del dia preguntando:
– ?Que hay de Semenzato? Esta manana lo hemos leido en el periodico.
– Poca cosa se puede anadir a la noticia. Lo mataron en su despacho.
– ?Quien encontro el cadaver? -pregunto Brett.
– La mujer de la limpieza.
– ?Que ocurrio? ?Como lo mataron?
– Golpeandole en la cabeza.
– ?Con que? -pregunto Flavia.
– Con un ladrillo.
Brett, con repentina curiosidad, pregunto:
– ?Que clase de ladrillo?
Brunetti trato de recordar la pieza que habia visto al lado del cuerpo.
– Es azul intenso, de un tamano del doble de mi mano, y tiene marcas doradas.
– ?Y que hacia alli ese ladrillo? -pregunto Brett.
– La mujer de la limpieza dijo que el lo usaba de pisapapeles. ?Por que lo pregunta?
Ella asintio, como en respuesta a otra pregunta, se levanto del sofa apoyando las manos en el asiento y cruzo la sala en direccion a la libreria. Brunetti no pudo reprimir una mueca al observar su andar vacilante y la lentitud con que levantaba el brazo para sacar un libro grueso de un estante alto. Con el libro debajo del brazo, Brett volvio hacia ellos y puso el libro encima de la mesa baja que estaba delante del sofa. Abrio el libro y lo hojeo brevemente deteniendose en una pagina doble que sostuvo apoyando la palma de las manos a cada lado.
Brunetti se inclino y vio varias fotos en color de lo que parecia una puerta grande, aunque faltaba la escala, porque no estaba unida a unas paredes sino aislada en una sala, quiza de un museo. Habia a cada lado de la puerta un toro alado, enorme, en actitud protectora. El color de la puerta era el mismo azul cobalto que el del ladrillo utilizado para matar a Semenzato y el cuerpo de los animales estaba dibujado en oro. Una mirada mas atenta descubria que la pared estaba construida con ladrillos rectangulares y las figuras de los toros esculpidas en bajorrelieve.
– ?Que es? -pregunto Brunetti senalando la foto.
– La puerta de Istar, de Babilonia -dijo ella-. Ha sido reconstruida en gran parte, pero de ella procede el ladrillo, o quiza de una construccion similar, del mismo sitio. -Antes de que el pudiera preguntar, ella explico-: Recuerdo haber visto varios de esos ladrillos en los almacenes del museo mientras trabajabamos alli.
– Pero, ?como pudo llegar a su mesa? -pregunto Brunetti.
Brett volvio a sonreir.
– Gangas del oficio, supongo. Como era el director, podia hacer subir a su despacho cualquier pieza de la coleccion permanente.
– ?Eso es normal? -pregunto Brunetti.
– Si. Desde luego, no hubiera podido colgar un Leonardo ni un Bellini para su disfrute particular, pero es frecuente que se usen piezas de los fondos de un museo para decorar un despacho, especialmente, el del