pez?
La acusada, una mujer de cincuenta y cuatro anos de edad, que lucia una permanente lamentable y un traje pantalon peor todavia, asintio.
– Asi es, Su Senoria.
Alex apoyo los codos sobre el estrado.
– Esto hay que oirlo.
La mujer miro a su abogada.
– La senora Calloway, despues de pasar por la tienda de animales, volvia a su casa con una arowana plateada-explico la abogada.
– Es un pez tropical de cincuenta y cinco dolares, senora jueza-apostillo la acusada.
– La bolsa de plastico se cayo del asiento del acompanante y se revento. La senora Calloway se agacho a recoger el pez y entonces fue cuando…tuvo lugar el desafortunado percance.
– Por desafortunado percance-aclaro Alex, mirando el expediente-, entiende usted atropellar a un peaton.
– Si, Su Senoria.
Alex se volvio hacia la acusada.
– ?Como esta el pez?
La senora Calloway sonrio.
– Estupendamente. Le he llamado Choque.
Alex vio por el rabillo del ojo a un ujier que entraba en la sala y le decia algo en voz baja al secretario, quien levanto la vista en direccion a Alex y asintio. A continuacion, escribio algo en una hoja de papel, que el ujier llevo hasta el estrado.
HA HABIDO UN TIROTEO EN EL INSTITUTO STERLING, leyo.
Alex se quedo petrificada. «Josie».
– Se aplaza la sesion-dijo casi sin voz, y salio a toda prisa.
John Eberhard apretaba los dientes, mientras se arrastraba por el suelo y ponia todo su empeno en avanzar, aunque solo fuera un centimetro. La sangre que le cubria el rostro no le dejaba ver, y tenia el lado izquierdo completamente inmovilizado. Tampoco oia nada, los oidos aun le zumbaban por los estampidos del arma. Con todo, habia conseguido huir reptando por el vestibulo de la primera planta, donde Peter Houghton le habia disparado, y refugiandose luego en el almacen de utensilios de dibujo y pintura.
Pensaba en los entrenamientos de hockey sobre hielo, cuando el preparador les hacia patinar una y otra vez de un extremo al otro de la pista, cada vez mas de prisa, hasta que los jugadores se quedaban sin aliento, escupiendo saliva sobre la superficie de hielo. Se acordaba de que, cuando parecia que ya no podias mas, aun encontrabas un ultimo resto de energia. Consiguio arrastrarse unos centimetros mas, clavando el codo contra el suelo.
Cuando John llego hasta el anaquel donde estaban la arcilla, las pinturas, cuentas y el alambre, intento incorporarse agarrandose a el, pero un dolor cegador le atraveso la cabeza. Al cabo de unos minutos, ?o fueron horas?, recobro la consciencia. No sabia si aun era peligroso asomarse fuera del almacen. Estaba tumbado boca arriba, y algo frio le caia sobre el rostro. Procedia de una grieta en el ajuste de la ventana.
Una ventana.
John penso en Courtney Ignatio: estaba sentada delante de el, en la mesa del comedor comunitario, cuando la pared de cristal de detras de ella estallo; de repente, en mitad de su pecho, habia aparecido una flor abriendose, brillante como una amapola. Recordo como cien voces, todas a la vez, se habian unido formando un solo lamento. Recordaba a los profesores asomando la cabeza desde sus aulas como topos curiosos, y sus miradas al oir los disparos.
John se incorporo agarrandose con una mano a las estanterias, luchando contra el negro zumbido que le anunciaba que iba a desvanecerse de nuevo. Cuando consiguio ponerse de pie, apoyado contra la estructura metalica, estaba temblando. Tenia la vision tan borrosa que, cuando agarro una lata de pintura y la arrojo contra el cristal, le parecio ver dos ventanas.
El cristal se rompio en mil pedazos. Recostado sobre el alfeizar, distinguio camiones de bomberos y ambulancias. Periodistas y padres agolpandose contra la cinta de la policia. Grupos de alumnos llorando. Cuerpos destrozados, esparcidos de trecho en trecho, como los rieles del ferrocarril entre la nieve. Y los socorristas que seguian sacando cadaveres.
– ?Socorro!-intento gritar John Eberhard, pero no pudo formar la palabra. No podia formar ninguna palabra, ni aqui, ni basta, ni su propio nombre.
– ?Eh!-grito alguien-. ?Hay un chico alli arriba!
Medio llorando, John intento hacer gestos con el brazo, pero este no le respondia.
La gente se habia puesto a senalar hacia arriba.
– ?Quedate ahi!-le grito un bombero, y John trato de asentir. Pero su cuerpo habia dejado de pertenecerle y, antes de comprender lo que sucedia, aquel leve movimiento de la cabeza hizo que se precipitara por la ventana sobre el cemento, desde una altura de dos pisos.
Diana Leven, que habia abandonado su trabajo como ayudante de fiscal del distrito en Boston hacia dos anos para integrarse en un departamento un poco mas discreto y agradable, entro en el gimnasio del Instituto Sterling y se detuvo junto al cadaver de un chico que se habia desplomado justo encima de la linea de tres puntos, despues de recibir un disparo en el cuello. Los zapatos de los peritos policiales chirriaban sobre el suelo sintetico mientras tomaban fotografias y recogian casquillos de bala, que guardaban en bolsitas de plastico de las utilizadas para conservar las pruebas. Al frente del grupo estaba Patrick Ducharme.
Diana se quedo contemplando el cumulo de pruebas a su alrededor, prendas de ropa, armas, salpicaduras de sangre, cargadores gastados, bolsas de libros, zapatillas tiradas, y comprendio que no era la unica que tenia por delante una ingente cantidad de trabajo.
– ?Que se sabe hasta ahora?
– Creemos que se trata de un solo asaltante. Esta ya arrestado-explico Patrick-. No sabemos con seguridad si hay o no alguien mas involucrado. Pero el edificio ya es seguro.
– ?Cuantos muertos?
– Diez confirmados.
Diana asintio.
– ?Heridos?
– Aun no lo sabemos. Tenemos aqui todas las ambulancias del norte de New Hampshire.
– ?En que puedo ayudar?
Patrick se volvio hacia ella.
– Monte un numerito y librenos de las camaras.
Ella asintio e hizo un gesto para marcharse, pero Patrick la tomo por el brazo.
– ?Quiere que hable con el?
– ?Con el chico?
Patrick asintio con la cabeza.
– Podria ser nuestra unica oportunidad de hablar con el antes de que tenga un abogado. Si cree que puede ausentarse de aqui, hagalo-contesto ella.
A continuacion salio del gimnasio y bajo a toda prisa la escalera, con cuidado de no entorpecer la labor de medicos y policias. Nada mas salir del edificio, los medios de comunicacion se dirigieron hacia ella, lanzando preguntas como aguijonazos. «?Cuantas victimas? ?Los nombres de las victimas? ?Cual es la identidad del asaltante?»
?Por que?
Diana respiro hondo y se aparto el pelo de la cara. Era la parte de su trabajo que menos le gustaba, ser portavoz ante las camaras. Aunque a medida que transcurriera el dia irian llegando mas furgonetas, en aquellos momentos solo habia medios locales de New Hampshire afiliados a las cadenas CBS, ABC y FOX. Tenia que aprovechar la ventaja de jugar en casa mientras pudiera.
– Mi nombre es Diana Leven, y pertenezco a la oficina del Minis-terio Fiscal. No podemos facilitarles todavia