mi.
?Era cosa de la imaginacion de Jordan, o por los ojos de Peter habia cruzado algo al escuchar aquellas palabras? Tan rapido como habia aparecido se habia esfumado. Peter miraba fijamente al suelo, sin expresion.
– Bien-dijo Jordan, poniendose en pie-. ?Tienes alguna pregunta?
Tal como esperaba, no obtuvo respuesta alguna. Demonios, a juzgar por la actitud de Peter durante aquella breve entrevista, Jordan podria haber estado hablando con alguna de las infortunadas victimas de los disparos.
«A lo mejor lo es», penso; y la voz sono en su cabeza muy parecida a la de su mujer.
– De acuerdo, entonces. Nos veremos manana.
Golpeo en la puerta con los nudillos, y estaba esperando que acudiera el guardian que habia de acompanar a Peter de regreso a la celda, cuando de pronto el chico hablo.
– ?A cuantos acerte?
Jordan dudo unos segundos, con la mano en el pomo. No se volvio a mirar a su cliente.
– Nos veremos manana-repitio.
El doctor Ervin Peabody vivia al otro lado del rio, en Norwich, Vermont, y colaboraba con la facultad de psicologia de la Universidad de Sterling. Seis anos atras habia escrito, junto con otros seis autores, un articulo sobre la violencia escolar; un trabajo academico que casi habia olvidado. Ahora habia sido requerido por la agencia filial de la NBC en Burlington, para un programa de noticias matutino que el mismo habia visto a veces, mientras se tomaba un tazon de cereales, por la mera diversion de ver la ineptitud de los locutores.
– Buscamos a alguien que pueda hablar del suceso del Instituto Sterling desde un punto de vista psicologico-le habia dicho el productor.
Y Ervin le habia contestado:
– Yo soy el que buscan.
– ?Senales de advertencia?-dijo, en respuesta a la pregunta del presentador-. Bien, estos jovenes suelen apartarse de los demas. Tienden a ser solitarios. Hablan de lastimarse a si mismos, o a los demas. Son incapaces de integrarse en la escuela o reciben frecuentes castigos. Les falta estar en comunicacion con alguien, quienquiera que sea, que les haga sentirse importantes.
Ervin sabia que la cadena no habia ido a buscarle por sus conocimientos, sino para procurar consuelo. El resto de Sterling, el resto del mundo, queria saber que los chicos como Peter Houghton son reconocibles; como si la capacidad para convertirse en un asesino de la noche a la manana fuese una marca de nacimiento.
– Entonces podriamos decir que existe un perfil general que define a un asesino escolar-insto el presentador.
Ervin Peabody miro a la camara. El sabia la verdad: que decir que tales chicos visten de negro, o les gusta escuchar musica extravagante, o que se irritan con facilidad, era aplicable a la mayor parte de la poblacion adolescente masculina, al menos durante un periodo de tiempo de la adolescencia. Sabia que si un individuo profundamente perturbado tenia intencion de causar dano, era muy probable que lo consiguiera. Pero tambien sabia que todos los ojos del valle de Connecticut estaban puestos en el, tal vez todos los ojos del nordeste del pais, y que el era profesor en Sterling. Un pequeno prestigio, una etiqueta de experto, no podia hacer dano.
– Podria decirse, si-corroboro.
Lewis se encargaba de las ultimas tareas domesticas antes de acostarse. Empezaba por la cocina, poniendo el lavavajillas, y terminaba cerrando con llave la puerta principal y apagando las luces. Luego subia al piso de arriba, donde Lacy solia estar ya metida en la cama, leyendo (si es que no la habian llamado para asistir a algun parto), y se detenia unos momentos en la habitacion de su hijo, al que le decia que apagara la computadora y se fuera a dormir.
Aquella noche se quedo delante de la habitacion de Peter, contemplando el desorden que habia dejado tras de si el registro policial. Su primera intencion fue volver a colocar en las estanterias los libros que habian dejado, y guardar en su sitio el contenido de los cajones del escritorio, desparramado por la alfombra. Pero despues de pensarlo mejor, cerro la puerta con suavidad.
Lacy no estaba en el dormitorio, ni cepillandose los dientes. Dudo unos segundos mientras aguzaba el oido. Se oia el bisbiseo de una charla, como si fuera una conversacion furtiva, procedente de la estancia que tenia justo debajo.
Volvio sobre sus pasos en direccion a las voces. ?Con quien estaria hablando Lacy, casi a medianoche?
En la oscuridad del estudio, el resplandor verdoso de la pantalla del televisor tenia un destello sobrenatural. Lewis habia olvidado que alli hubiera un aparato, tan poco uso se hacia de el. Vio el logotipo de la CNN y la familiar franja inferior con los teletipos de ultima hora desplazandose hacia la izquierda. Penso que aquella forma de dar las ultimas noticias, aquella franja movil, se utilizo por primera vez cuando el 11-S; cuando la gente empezo a tener tanto miedo que necesitaba saber sin demora los hechos que acontecian en el mundo que habitaban.
Lacy estaba de rodillas sobre la alfombra, mirando la pantalla.
–
– Lacy-dijo, tragando saliva-. Lacy, ven a la cama.
Lacy no se movio ni dio senales de haberle oido. Lewis le poso la mano en el hombro al pasar junto a ella y apago el televisor.
–
Lacy se volvio hacia el. Sus ojos le hicieron pensar a Lewis en el cielo que se ve desde un avion: un gris ilimitado que podria estar en todas partes y en ninguna, todo a la vez.
– Todo el rato dicen que es un hombre-comento ella-, y no es mas que un muchacho.
– Lacy-repitio el. Ella se levanto y se dejo tomar entre sus brazos, como si la hubiese invitado a bailar.
Si se escucha con atencion cuanto se dice en un hospital, es posible enterarse de la verdad. Las enfermeras cuchichean entre si mientras tu finges dormir; los policias intercambian secretos en los pasillos; los medicos entran en tu habitacion hablando todavia del estado de salud del paciente al que acaban de visitar.
Josie se habia ido haciendo mentalmente una lista de los heridos. La habia ido confeccionando haciendo un esfuerzo por recordar cuando los habia visto por ultima vez; cuando se habian cruzado con ellos por el pasillo; cuan cerca o lejos estaban de ella en el momento de recibir el disparo. Estaba Drew Girard, que habia tomado del brazo a Matt y a Josie para decirles que Peter Houghton estaba disparando dentro del instituto. Emma, que estaba sentada a unas sillas de distancia de Josie en el comedor. Y Trey MacKenzie, un jugador de futbol conocido por las fiestas que montaba en su casa. John Eberhard, que habia comido de las patatas fritas de Josie aquella manana. Min Horuka, de Tokio, un alumno de un programa de intercambio estudiantil, que el ano pasado se habia emborrachado en la zona de actividades al aire libre, detras de la pista de atletismo, y luego habia vomitado dentro del coche del director metiendo la cabeza por la ventanilla abierta. Natalie Zlenko, que estaba delante de Josie en la cola del comedor. El entrenador Spears y la senorita Ritolli, ex profesores ambos de Josie. Brady Pryce y Haley Weaver, la parejita del ano de los de ultimo curso.
Habia otros a los que Josie solo conocia de nombre: Michael Beach, Steve Babourias, Natalie Phlug, Austin Prokiov, Alyssa Carr, Jared Weiner, Richard Hicks, Jada Knight, Zoe Patterson…extranos con los que a partir de ahora iba a estar vinculada para siempre.
Mas dificil era averiguar el nombre de los que habian muerto, pronunciados en voz aun mas baja, como si su estado fuera contagioso para todas las almas que ocupaban los lechos del hospital. Josie habia oido rumores: que el senor McCabe habia resultado muerto, y tambien Topher McPhee, el traficante de marihuana del instituto. Con el fin de ir almacenando retazos de informacion, Josie intentaba ver la television, que cubria durante las veinticuatro horas el suceso del Instituto Sterling, pero al final siempre aparecia su madre y la apagaba. Lo unico que habia podido entresacar de sus incursiones prohibidas en la informacion de los medios de comunicacion era que habia habido diez victimas mortales.
Matt era una.