es posible que todos fueran el primero.

Durante los dias que siguieron a la matanza en el instituto, las familias de las victimas recibieron una lluvia de cosas: dinero, platos cocinados, asistencia para el cuidado de los hijos, simpatia. El padre de Kaitlyn Harvey, al despertar una manana despues de la ultima y ligera nevada de la primavera, descubrio que algun buen samaritano habia limpiado con una pala la nieve del camino de entrada. La familia de Courtney Ignatio fueron los beneficiarios de su iglesia local, cuyos miembros se pusieron de acuerdo para aportar comida o servicios de limpieza para cada uno de los dias de la semana, siguiendo un turno rotatorio que iba a durar hasta junio. La madre de John Eberhard fue obsequiada con una furgoneta adaptada para discapacitados, cortesia de Sterling Ford, para facilitarle las cosas a su hijo en su nuevo estado paraplejico. Todos los heridos del Instituto Sterling recibieron una carta del presidente de Estados Unidos, con el pulcro membrete de la Casa Blanca, felicitandoles por su valor.

Los medios de comunicacion, recibidos en un principio como un tsunami, acabaron convirtiendose en un elemento cotidiano en las calles de Sterling. Despues de varios dias viendo como sus botas negras de tacon alto se hundian en el blando barro de un mes de marzo de Nueva Inglaterra, hicieron una visita a una tienda de equipos para granjeros y se compraron zuecos y botas de goma. En el mostrador de la hospederia Sterling Inn dejaron de preguntar por que no funcionaban sus telefonos moviles y, en lugar de ello, se reunian en el estacionamiento de la estacion de servicio Mobil, el punto mas elevado de la ciudad, donde tenian una minima cobertura. Deambulaban enfrente de la comisaria de policia, de los juzgados y de la cafeteria local, a la espera de alguna migaja de informacion que enviar a los teletipos.

En Sterling, cada dia habia un funeral diferente.

El servicio religioso en memoria de Matthew Royston tuvo lugar en una iglesia que se quedo pequena para albergar a cuantos quisieron acompanar a la familia. Companeros de clase, parientes y amigos atestaban la nave, sentados en los bancos, de pie en los laterales, fuera de las puertas. Una representacion de alumnos del Instituto Sterling habian acudido vestidos con sendas camisetas verdes con el numero 19 en el pecho, el mismo que luciera la camiseta de hockey de Matt.

Josie y su madre estaban sentadas en el fondo, pero a pesar de ello, Josie no podia sustraerse al sentimiento de que todo el mundo la miraba. No estaba segura si ello se debia a que todos sabian que habia sido la novia de Matt, o a que intentaban ver que sentia.

– Bienaventurados los que lloran-leia el sacerdote-, porque seran consolados.

Josie se estremecio. ?Estaba ella llorando en su interior? ?Llorar era notar un agujero por dentro que se hacia mas grande cada vez que querias taparlo? ?O acaso era incapaz de llorar, porque era incapaz de recordar?

Su madre se inclino sobre ella.

– Podemos marcharnos si quieres. No tienes mas que decirlo.

Josie no tenia ni idea de quien era ella misma, pero alli, en el funeral, le parecio que, ademas, no tenia ni idea de quien era nadie. Gente que la habia ignorado durante toda la vida ahora la conocian por el nombre. Todos parecian enternecerse cuando la miraban. Y su madre le parecia la mas extrana de todos, como una de esas adictas a los grupos de terapia que ha pasado por una experiencia proxima a la muerte y despues ama a todo el mundo y se abraza a los arboles. Josie pensaba que tendria que discutir con su madre para que la dejara asistir al funeral de Matt, pero para su sorpresa, habia sido ella quien se lo habia propuesto. El estupido psiquiatra al que Josie tenia que ir entonces, y probablemente durante el resto de su vida, no dejaba de hablar acerca de cerrar. Por lo visto, cerrar significaba que una perdida podia calificarse de normal si la superabas, como cuando pierdes un partido de futbol, o una camiseta. Cerrar tambien significaba que su madre se habia transformado en una loca maquina de emotividad ultracompensadora que no paraba de preguntarle si necesitaba algo (?cuantas tazas de infusion podia beber una persona sin licuarse?) y de intentar comportarse como una madre corriente, o al menos como lo que ella imaginaba que debia de ser una madre corriente. «Si de verdad quieres que me sienta mejor-le daban ganas de decir a Josie-, vuelve al trabajo». Entonces podrian fingir que todo iba como siempre. Despues de todo, para empezar, era su madre la que la habia ensenado a fingir.

En la parte delantera de la iglesia habia un ataud. Josie sabia que no estaba abierto. Habian circulado rumores. Era dificil de imaginar que Matt estuviera dentro de aquella caja negra barnizada. Que no respirara, que sus venas se hubieran quedado sin una gota de sangre y las hubieran rellenado con productos quimicos.

– Amigos, mientras nos hallamos aqui reunidos para honrar la memoria de Matthew Carlton Royston, nos encontramos bajo el cobijo protector del amor sanador de Dios-decia el sacerdote-. Somos libres para dar rienda suelta a nuestro dolor, liberar nuestra rabia, enfrentarnos a nuestro vacio, sabiendo que a Dios le importa.

El ano anterior, en historia universal antigua, habian estudiado el modo que tenian los egipcios de embalsamar a los muertos. Matt, que solo estudiaba cuando Josie le obligaba, se habia mostrado verdaderamente fascinado. Le habia impresionado en particular la tecnica de extraer el cerebro succionandolo por la nariz; las posesiones que acompanaban al faraon en su tumba; las mascotas que se enterraban con el. Josie habia leido el capitulo del libro de texto en voz alta, con la cabeza apoyada en el regazo de Matt. El la habia interrumpido poniendole la mano en la frente.

– Cuando yo me muera-le dijo-, pienso llevarte conmigo.

El sacerdote paseo la mirada por la multitud.

– La muerte de un ser querido es algo capaz de sacudir los fundamentos mismos sobre los que nos apoyamos. Cuando la persona es tan joven y tan llena de capacidades y proyectos, los sentimientos de dolor y desamparo son aun mas abrumadores si cabe. En momentos asi es cuando nos volvemos hacia nuestros amigos y familiares en busca de apoyo, de un hombro sobre el que llorar, de alguien que nos acompane en este camino de dolor y de angustia. No podemos hacer que Matt vuelva, pero si podemos sentirnos mas confortados si sabemos que el ha encontrado en la muerte la paz que se le nego en la tierra.

Matt no iba a misa. Sus padres si, e intentaban que el fuera, pero Josie sabia que era algo que el aborrecia. Opinaba que era una forma de perder el domingo, y que si Dios creia que valia la pena estar con el, podia encontrarlo conduciendo su jeep sin capota o jugando a hockey sobre hielo, y no sentado en una sala sofocante y leyendo sensiblerias.

El sacerdote se hizo a un lado, y el padre de Matt se puso en pie. Josie lo conocia, naturalmente, siempre contaba unos chistes de pena, hacia juegos de palabras sin ninguna gracia. Habia sido jugador de hockey con el equipo de la Universidad de Vermont hasta que se destrozo la rodilla, y habia puesto grandes esperanzas en Matt. De la noche a la manana se habia vuelto un hombre cargado de espaldas y hosco, como si se hubiera convertido solo en una cascara. Al dirigirse a la congregacion, hablo de la primera vez que habia llevado a Matt a patinar; le habia dado un palo de hockey, tirando el de la punta del mismo y arrastrando al chico sobre el hielo, para advertir al cabo de poco que ya patinaba sin agarrarse del palo. En la primera fila, la madre de Matt se echo a llorar. Los sollozos, fuertes y ruidosos, se derramaban por las paredes de la iglesia como pintura.

Antes de darse cuenta de lo que hacia, Josie se puso de pie.

– ?Josie!-le susurro su madre, con irritacion; una reaccion instintiva propia de la madre que solia ser antes, siempre temerosa de ponerse en evidencia. Josie temblaba con tal fuerza que le parecia que sus pies no tocaban el suelo, mientras se dirigia por el pasillo, vestida de negro con ropa de su madre, en direccion al ataud de Matt, como atraida por su magnetismo.

Sentia los ojos del padre de Matt clavados en ella, al tiempo que oia los murmullos de los asistentes. Llego hasta el feretro, tan pulido y brillante que pudo ver su propio rostro reflejado en el, una impostora.

– Josie-dijo el senor Royston, bajando del altar para abrazarla-. ?Estas bien?

Josie tenia la garganta apretada como el capullo de una rosa. ?Como podia aquel hombre, cuyo hijo estaba muerto, preguntarle eso a ella? Se sentia como si se evaporara en el aire, y se pregunto si era posible volverse uno un fantasma sin haber muerto; y si esa parte del proceso no seria mas que un tecnicismo.

– ?Querias decir algo?-la invito el senor Royston-. ?Algo sobre Matt?

Antes de darse cuenta siquiera de lo que sucedia, el padre de Matt la ayudo a subir al altar. Era levemente consciente de la presencia de su madre, que se habia levantado de su lugar en el banco y avanzaba poco a poco hacia el frente de la iglesia. ?Para que? ?Para evitar que cometiera otro error?

Josie tenia la mirada fija en un paisaje de rostros que reconocia sin conocerlos. «Cuanto le queria-pensaban todos-. Estaba con el cuando murio». Su respiracion estaba aprisionada como una mariposa nocturna en la jaula de sus pulmones.

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