Suele decirse que los economistas conocen el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. Lewis pensaba en ello en su despacho mientras abria un enorme archivo en la computadora: el Estudio Mundial sobre Valores. Los datos, recogidos por expertos noruegos en ciencias sociales, se habian obtenido a partir de encuestas realizadas a cientos de miles de personas de todo el mundo, y constituian una serie interminable de detalles, algunos de ellos muy sencillos, como la edad, el sexo, el orden de nacimiento, el peso, la religion, el estado civil, el numero de hijos; y tambien informes mas complejos, como las opiniones politicas y la filiacion religiosa. El informe habia tenido en cuenta incluso la organizacion del tiempo: cuantas horas pasaba una persona en el trabajo, con cuanta frecuencia iba a misa, cuantas veces por semana tenia relaciones sexuales, y con cuantas parejas.
Lo que a la mayor parte de la gente le habria parecido tedioso, para Lewis era como un viaje en montana rusa. Cuando uno se ponia a organizar los patrones que encerraban una cantidad de datos tan ingente, no sabia adonde lo iban a llevar, cuan profunda seria la caida o cuan elevada la subida. Habia examinado aquellos numeros lo bastante a menudo como para saber que a duras penas era capaz de elaborar una ponencia para la conferencia de la semana siguiente. Pero bueno, no tenia por que ser perfecta; la reunion era reducida, y sus colegas de mayor prestigio no estarian presentes. Siempre podia hacer ahora algo con lo que salir del paso y pulirlo mas tarde para su publicacion en una revista academica.
El articulo debia centrarse en el dilema de ponerle un precio a las variables de la felicidad. Todo el mundo decia que el dinero daba la felicidad, pero ?que cantidad de dinero? ?Tenian los ingresos economicos un efecto directo o causal en la felicidad? La gente mas feliz, ?era tambien la que tenia mas exito en el trabajo, o bien obtenian un salario mas alto precisamente porque eran personas mas felices?
Sin embargo, la felicidad no podia reducirse a los ingresos monetarios. El matrimonio, ?era mas valioso en Norteamerica o en Europa? ?Era el sexo importante? ?Por que las personas que frecuentaban la iglesia alcanzaban mayores niveles de felicidad que quienes no lo hacian? ?Por que los escandinavos, que estaban muy arriba en la escala de la felicidad, tenian uno de los mayores indices de suicidio del mundo?
Mientras Lewis empezaba a cotejar los diferentes elementos a traves de un analisis de regresion multivariable con el programa Stata, reflexiono acerca del valor que daria a las variables de su propia felicidad. ?Que compensacion monetaria habria sido necesaria a cambio de no tener en su vida a una mujer como Lacy? ?O de no ocupar una plaza titular en la Universidad de Sterling? ?O a cambio de su salud?
Al ciudadano medio no le haria demasiada gracia saber que su estado civil repercutia solo en un 0,07% de aumento de nivel de felicidad (con un margen de error de un 0,02%). Es decir, que estar casado tenia sobre la felicidad en general el mismo efecto que una bonificacion anual de cien mil dolares.
Estas eran las conclusiones a las que habia llegado por el momento:
A mayores ingresos economicos, mayor felicidad, pero no en progresion constante. Por ejemplo, una persona que ganaba cincuenta mil dolares manifestaba ser mas feliz que otra con un salario de veinticinco mil dolares. Sin embargo el incremento adicional de felicidad que resultaba de un aumento de cincuenta mil dolares a cien mil dolares era mucho menor.
A pesar de la mejora de las condiciones materiales, la linea de la felicidad con el tiempo tiende a la horizontalidad. Los ingresos relativos pueden ser mas importantes que las ganancias absolutas.
El grado de bienestar era mayor entre las mujeres, las personas casadas, las personas con educacion elevada y aquellas cuyos padres no se habian divorciado.
La felicidad en la mujer ha ido disminuyendo a traves del tiempo, posiblemente por haber logrado una mayor equilist Item cion con los hombres en el mercado laboral.
En Estados Unidos, la poblacion negra era mucho menos feliz que la blanca, pero su satisfaccion iba incrementandose.
Segun los calculos, la «indemnizacion» necesaria para compensar ser un desempleado seria de sesenta mil dolares anuales; la «indemnizacion» por ser negro, treinta mil dolares por ano; la «indemnizacion» por ser viudo o separado, cien mil dolares al ano.
Habia un juego al que Lewis solia jugar consigo mismo, cuando sus dos hijos habian nacido ya, y el se sentia tan ridiculamente feliz que estaba seguro de que algo tragico tenia que pasar. Se tumbaba en la cama y se forzaba a escoger entre que preferiria perder primero, su matrimonio, su trabajo o un hijo. Se preguntaba cuanto podia soportar un hombre antes de quedar reducido a nada.
Cerro la ventana de datos y se quedo mirando el fondo de pantalla de su computadora. Era una foto de cuando sus hijos tenian ocho y diez anos, en un zoo infantil de Connecticut. Joey llevaba a su hermano a la espalda, y ambos sonreian, con una rosada puesta de sol como telon de fondo. Momentos despues, un gamo (que debia de haber tomado esteroides, segun dijo Lacy luego) habia hecho perder el equilibrio a Joey dandole un topetazo, y los dos hermanos se habian caido al suelo, deshaciendose en lagrimas…Pero no era asi como a Lewis le gustaba recordarlo.
La felicidad no solo era lo que podia consignarse con datos objetivos, sino tambien aquello que uno elegia recordar.
Habia otra conclusion mas que habia incluido en su ponencia: la felicidad tenia forma de U. Las personas eran mas felices cuando eran muy jovenes y cuando eran muy mayores. El bajon se producia, mas o menos, al cumplir los cuarenta.
O, en otras palabras, penso Lewis con alivio, eso era lo peor que podia pasar.
Aunque sacaba sobresalientes y le gustaba la asignatura, la nota de matematicas era por la que Josie mas debia esforzarse. No tenia una facilidad extraordinaria para los numeros, si bien era capaz de razonar con logica y de escribir un ensayo sin esfuerzo. En eso era como su madre, suponia.
O posiblemente como su padre.
El senor McCabe, el profesor de matematicas, se paseaba por los pasillos entre las filas de pupitres, arrojando una pelota de tenis hacia el techo y cantando un remedo de una cancion de Don McLean:
Josie borro una coordenada del papel milimetrado que tenia delante.
– Si hoy no entra el numero pi-dijo un chico.
El profesor giro en redondo y lanzo la pelota de tenis, que boto sobre el pupitre del chico que habia hablado.
– Andrew, estoy muy contento de que te hayas despertado a tiempo para darte cuenta de eso.
– ?Va a contar para nota?
– No. A lo mejor tendria que ir a la tele-reflexiono el senor McCabe-. ?No hay ningun programa tipo «Quiere ser matematico»?
– Dios, espero que no-murmuro Matt, sentado detras de Josie. Le dio un empujoncito en el hombro, y ella coloco su hoja en la esquina superior izquierda del pupitre, de forma que el pudiera ver mejor sus respuestas.
Aquella semana estaban trabajando con graficas. Ademas de un millon de tareas a partir de las cuales habia que obtener datos y encajarlos en graficas de barras y tablas, cada uno de los alumnos habia tenido que idear y presentar una grafica de algo que les resultara familiar y estimado. El senor McCabe reservaba diez minutos al final de las clases para las presentaciones. El dia anterior, Matt habia mostrado con presuncion una grafica con la edad relativa de los jugadores de hockey sobre hielo de la NHL. Josie, que debia presentar la suya al dia siguiente, habia encuestado a sus amigos para comprobar si existia una relacion proporcional entre el numero de horas que empleaban para hacer los deberes y la media de las notas obtenidas.
Aquel dia le tocaba el turno a Peter Houghton. Ella le habia visto llevar su grafica a clase, en forma de poster enrollado.
– Vaya, que les parece-dijo el senor McCabe-. Resulta que hoy tenemos quesitos de postre.
Peter habia optado por un diagrama circular, con sectores triangulares en forma de quesito. Resultaba muy