Se detuvo delante de una pareja que se encaminaba hacia un rincon oscuro. Ver a un hombre besando a otro hombre era raro en la vida real. Por supuesto, habia programas de television en los que podian verse besos entre gays; eran programas que solian generar la suficiente polemica como para llegar a la prensa, de modo que Peter sabia cuando iban a emitirlos. A veces los habia visto, para saber si sentia algo al verlos. Pero los que salian en la tele actuaban, como en todo show programado…algo muy diferente al espectaculo que se ofrecia a sus ojos en aquellos momentos. Queria ver si el corazon empezaba a latirle con un poquitin mas de fuerza, si todo aquello le decia algo.
Sin embargo no sintio una emocion particular. Curiosidad desde luego: ?te picaba la barba si te besabas con un barbudo? Repulsion, no especialmente. Pero Peter tampoco hubiera podido asegurar que aquello fuera algo que deseara probar.
Los dos tipos se separaron, y uno de ellos entorno los ojos.
– Esto no es ningun
Peter trastabillo, yendo a chocar contra alguien que estaba sentado a la barra.
– ?Eh, quieto!-dijo el tipo, al que se le iluminaron los ojos de repente-. Pero ?que tenemos aqui?
– Perdon…
– Perdonado.-Tenia poco mas de veinte anos, el pelo casi al rape, de un amarillo casi blanco, y manchas de nicotina en los dedos-. ?Es la primera vez que vienes aqui?
Peter se volvio hacia el.
– ?Como lo sabes?
– Por tus ojos de cervatillo deslumbrado.-Apago el cigarrillo que estaba fumando y llamo al camarero, que a Peter le parecio salido de las paginas de una revista-. Rico, ponle algo a mi amigo. ?Que te apetece tomar?
Peter trago saliva.
– ?Una Pepsi?
El tipo mostro su reluciente dentadura.
– Bueno, esta bien.
– Yo…no bebo.
– Oh-dijo el otro-. Toma, entonces.
Le ofrecio a Peter un par de tubitos y luego saco del bolsillo otros dos para el. No habia ningun tipo de polvos en el interior…solo aire. Peter observo como abria la tapa e inhalaba profundamente, y como, acto seguido, repetia la operacion con el segundo frasquito en la otra ventana de la nariz. Despues de imitarle paso por paso, Peter sintio que la cabeza le daba vueltas, como aquella vez que se habia bebido un pack de seis cervezas aprovechando que sus padres habian ido a ver un partido de futbol de Joey. Pero a diferencia de aquella ocasion, en que lo unico que habia pasado era que le habian entrado unas ganas enormes de dormir, Peter sentia ahora como si todas las celulas del cuerpo vibraran, completamente desveladas.
– Yo me llamo Kurt-dijo el tipo, dandole la mano.
– Peter.
– ?Debajo o encima?
Peter se encogio de hombros, tratando de fingir que sabia de que estaba hablando aquel tipo, cuando en realidad no tenia la menor idea.
– Dios mio-dijo Kurt boquiabierto-. Savia nueva.
El camarero deposito una Pepsi en la barra, delante de Peter.
– Dejalo en paz, Kurt. Es un nino.
– Entonces a lo mejor podriamos jugar a algo-dijo Kurt-. ?Te gusta el billar?
Una partida de billar era algo con lo que Peter se atrevia.
– Si, genial.
Vio a Kurt sacarse un billete de veinte dolares de la cartera y dejarlo en la barra, para Rico.
– Quedate con el cambio-dijo.
La sala de billar estaba en un espacio contiguo a la parte principal del club, y en ella habia cuatro mesas, con partidas ya comenzadas. Peter se sento en un banco adosado a la pared, mientras estudiaba a los alli reunidos. Algunos se tocaban entre si con frecuencia, un brazo en el hombro aqui, una palmadita en el trasero alli; pero la mayoria se comportaba como cualquier grupo de hombres. Como si fueran amigos sin mas.
Kurt saco un punado de monedas de veinticinco centavos del bolsillo y las coloco en el borde de una mesa. Pensando que aquello era el bote por el que iban a jugar, Peter saco a su vez dos billetes arrugados de dolar.
– No es ninguna apuesta-rio Kurt-. Es lo que vale la partida.
Se puso de pie cuando el grupo que les precedia colaba la ultima bola, y comenzo a introducir monedas en la mesa, hasta que cayo un torrente multicolor de bolas lisas y rayadas.
Peter agarro un taco de la pared y le froto tiza en la punta. No era demasiado bueno jugando al billar, pero lo habia hecho un par de veces sin cometer ninguna tonteria de retrasado, como rasgar el tapete o arrojar la bola por el borde.
– Asi que te gusta apostar-dijo Kurt-. Podria hacerlo mas interesante.
– Pondre cinco pavos-dijo Peter, con la esperanza de asi parecer mayor.
– A mi no me gusta apostar con dinero. A ver que te parece: si gano yo, te llevo yo a casa; y si ganas tu, me llevas tu a mi.
Peter no veia que podia ganar el en un caso ni en otro, puesto que no tenia ningun interes especial en ir con Kurt a su casa, y, desde luego, tan seguro como que hay Dios, no iba a llevarse a Kurt a su propia casa. Apoyo el taco en el borde de la mesa.
– Me parece que no tengo muchas ganas de jugar.
Kurt tomo a Peter por el brazo. Sus ojos brillaban en medio de aquel rostro, como dos pequenas estrellas incandescentes.
– Yo ya he metido mis moneditas ahi dentro. Ahora ya no puedo sacarlas. Tu has querido empezar…asi que ahora tienes que jugar hasta el final.
– Deja que me vaya-dijo Peter, con una voz que parecia ascender por la escalera del panico.
Kurt sonrio.
– Pero si acabamos de empezar…
Peter oyo la voz de otro tipo a sus espaldas.
– Creo que ya has oido al chico.
Peter se dio la vuelta, asido todavia por Kurt, y vio detras de el al senor McCabe, su profesor de matematicas.
Fue uno de esos momentos de extraneza, como cuando estas en el cine y te encuentras a la senora que trabaja en la oficina de correos, y sabes que la conoces de algo, pero sin las cajas de los apartados de correo, las balanzas ni los expendedores de sellos, no acabas de reconocer quien es. El senor McCabe llevaba una cerveza en la mano y una camisa de un tejido sedoso. Dejo la botella y se cruzo de brazos.
– Con este no te acuestas, Kurt, o llamo a la poli para que te pongan de patitas en la calle.
Kurt se encogio de hombros.
– Lo que tu digas-dijo, y se marcho hacia el bar lleno de humo.
Peter se quedo mirando al suelo, esperando a que el senor McCabe hablara. Estaba seguro de que el profesor llamaria a sus padres, le romperia el carnet de identidad delante de las narices, o como minimo le preguntaria que demonios estaba haciendo en un local gay del centro de Manchester.
De pronto, Peter cayo en la cuenta de que el tambien podia hacerle al senor McCabe aquella misma pregunta. Mientras levantaba la vista, le vino a la mente un principio matematico que sin duda su profesor ya conocia: si dos personas comparten el mismo secreto, ya no es ningun secreto.
– Seguramente necesitas que alguien te lleve a casa-dijo el senor McCabe.
Josie levantaba la mano reteniendo la de Matt, una manaza de gigante.
– Mira que pequena eres en comparacion conmigo-dijo Matt-. Es asombroso que no te mate.
El cambio la posicion de apoyo sin salir de ella, dejandola sentir todo el peso de su cuerpo. Entonces le puso la mano en el cuello.
– Porque podria-dijo-, ?sabes?