amplios de lo que los autores estan dispuestos a contar.
Miro hacia el fondo, donde habia una mujer que se ponia la mano en el costado. «?Calambres?-penso Lacy-. ?Embarazo ectopico?».
La mujer llevaba un conjunto negro, y el pelo recogido en forma de pulcra y larga cola de caballo. Lacy vio como se tocaba el costado de nuevo, pero esta vez saco un
– Yo…ejem, lo siento, tengo que irme.
– ?No puede esperar unos minutos?-pregunto Lacy-. Ahora mismo vamos a hacer una visita al pabellon de maternidad.
La mujer le entrego el formulario que le habian hecho rellenar para la visita.
– Tengo un asunto mas urgente que atender-dijo, y se marcho a toda prisa.
– Bien-dijo Lacy-. Puede que sea buen momento para hacer un descanso, por si alguien quiere ir al bano.
Mientras las seis mujeres que quedaban salian en fila de la sala, miro el formulario que tenia en la mano. «Alexandra Cormier», leyo. Y penso: «A esta voy a tener que vigilarla».
La ultima vez que Alex habia defendido a Loomis Bronchetti, este habia entrado con allanamiento en tres casas, en las que habia robado diversos equipos electronicos, que luego habia tratado de vender en las calles de Enfield, New Hampshire. Aunque Loomis era lo bastante listo como para idear un tipo de plan como aquel, no habia tenido en cuenta que, en una ciudad tan pequena como Enfield, tratar de colocar unos equipos estereo tan buenos era como hacer ondear una bandera roja de alarma.
Al parecer, la noche pasada Loomis habia ampliado su curriculum, cuando, junto con otros dos compinches, habia decidido saldar cuentas con un traficante que no les habia proporcionado suficiente marihuana. Se emborracharon, le ataron al tipo las manos a la espalda y luego se las ligaron a los pies y lo metieron en el maletero del coche. Loomis le dio un porrazo en la cabeza con un bate de beisbol. Le partio el craneo, dejandolo presa de convulsiones. Cuando el desgraciado empezaba a ahogarse en su propia sangre, Loomis lo movio para que pudiera respirar.
– No puedo creer que me acusen de agresion-le dijo Loomis a Alex a traves de los barrotes de la celda-. Yo le salve la vida.
– Bueno-dijo Alex-, eso podria habernos servido de ayuda…siempre que no hubieras sido tu el que le habia provocado la hemorragia.
– Tiene que conseguir que me caiga menos de un ano. No quiero que me envien a la prision de Concord…
– Podrian haberte acusado de intento de asesinato, ?sabes?
Loomis fruncio el entrecejo.
– La policia tendria que agradecerme que haya sacado de la circulacion a un mugroso como ese.
Alex sabia que lo mismo podia decirse de Loomis Bronchetti si lo declaraban culpable y lo mandaban a la prision del Estado. Pero su trabajo no consistia en juzgar a Loomis, sino en defenderle con todo su afan, a despecho de sus opiniones personales acerca de el. Su trabajo consistia en presentar una cara de Loomis, sabiendo que tenia otra oculta; en no dejar que sus sentimientos se interpusieran a la hora de poner en juego su capacidad para lograr la declaracion de no culpabilidad para Loomis Bronchetti.
– A ver que puedo hacer-dijo.
Lacy entendia que todos los ninos eran diferentes, unas criaturas diminutas cada cual con sus habitos y rarezas, con sus deseos y aversiones. Pero aun sin ser consciente de ello, habia esperado que aquella segunda incursion suya en el terreno de la maternidad diera como fruto un retono como su primer hijo, Joey, un nino de rizos dorados que hacia volverse a los transeuntes, y ante el cual las otras mujeres se detenian para decirle la preciosidad que llevaba en el cochecito. Peter era igual de guapo, pero no cabia duda de que era mas dificil. Lloraba, tenia colicos y habia que tranquilizarlo colocando su capazo encima de la secadora, para que notara las vibraciones. A lo mejor estaba mamando, y de golpe se arqueaba y se apartaba de ella.
Eran las dos de la manana, y Lacy acababa de dejar a Peter de nuevo en la cuna, intentando que volviera a dormirse. A diferencia de Joey, que caia redondo como un gigante que se despenara desde un precipicio, con Peter habia que negociar duramente todas y cada una de las fases. Lacy le daba palmaditas en la espalda y le frotaba entre los diminutos omoplatos formando pequenos circulos, mientras el hipaba y se quejaba. Al final, a ella tambien le entraban ganas de hacer lo mismo. Llevaba dos horas con el bebe en brazos, mirando el mismo comercial sobre cuchillos Ginsu, y habia contado las rayas del elefantiasico brazo del sofa hasta volversele borrosas. Estaba tan cansada que le dolia todo.
– Pero ?que te pasa, hombrecito?-suspiraba-. ?Que puedo hacer para que seas feliz?
La felicidad era algo relativo, segun su marido. Aunque casi todo el mundo se reia cuando Lacy decia que el trabajo de su esposo estaba relacionado con ponerle precio a la alegria, lo que el hacia no era mas que la actividad normal de los economistas: encontrar el valor de las cosas intangibles de la vida. Los colegas de Lewis en la Universidad de Sterling habian escrito articulos acerca del impulso relativo que podia suponer una determinada educacion, o sobre la sanidad en el mundo, o sobre la satisfaccion del trabajo. La disciplina de Lewis no era menos importante, por poco ortodoxa que fuera. Hacia de el un invitado popular en la NPR, [2] o en el programa
Estadisticas aparte, Lewis pasaria a la historia por ser el economista que habia ideado una formula para la felicidad: R/E, o, lo que es lo mismo, Realidad dividido por Expectativas. Habia dos caminos para ser feliz: o bien mejorar la realidad, o bien rebajar las expectativas. En una ocasion, con motivo de una cena en una fiesta vecinal, Lacy le habia preguntado que pasaba si uno no tenia expectativas. No se puede dividir nada si el divisor es cero. ?Significaba acaso que si uno se quedaba al margen de los golpes que pudiera darle la vida, nunca podria ser feliz? Aquella noche, al volver a casa en el coche, Lewis la acuso por haberlo dejado en mal lugar.
A Lacy no le gustaba permitirse pensamientos acerca de si Lewis y ellos, su familia, eran felices de verdad. Cabria pensar que el hombre que habia ideado la formula habria encontrado tambien el secreto de la felicidad, pero las cosas no eran tan sencillas. A veces le venia a la cabeza el viejo refran: «En casa del herrero, cuchillo de palo», y se preguntaba por los que vivian en la casa del hombre que conocia el valor de la felicidad, sobre todo por los hijos de ese hombre. Por aquel entonces, cuando Lewis se quedaba hasta tarde en su despacho de la universidad para acabar a tiempo un articulo, y ella estaba tan agotada que se dormia incluso de pie en el ascensor del hospital, intentaba convencerse a si misma de que se trataba meramente de una fase que aun no habian superado: un campamento militar infantil que sin duda se transformaria un dia en alegria y satisfaccion y union y todos esos otros parametros que Lewis incluia en sus programas informaticos. Despues de todo, tenia un esposo que la queria y dos hijos sanos y una carrera que la hacia sentirse realizada. ?Acaso tener lo que una siempre habia querido no se correspondia con la definicion misma de la felicidad?
Se dio cuenta de que, ?oh, milagro de los milagros!, Peter se habia quedado dormido sobre su hombro, con la suave piel de durazno de su cara presionada contra su piel desnuda. Subio la escalera de puntillas y lo deposito con cuidado en la cuna, tras lo cual echo un vistazo por la habitacion y miro hacia la cama en la que yacia Joey. La luna lo acariciaba con su luz. Se pregunto como seria Peter cuando tuviera la edad de Joey. Se pregunto si se podia tener dos veces la misma suerte.
Alex Cormier era mas joven de lo que habia supuesto Lacy. Veinticuatro anos, pero se comportaba con la suficiente confianza en si misma como para que pudiera creerse que tenia diez mas.
– Y bien-dijo Lacy, abordandola-, ?como fue el otro asunto?