La inicial del segundo nombre de Baedecker no era M, pues su segundo nombre era Edgar. Ademas, no consideraba esa pequena localidad de Illinois como su pueblo natal. Cuando pensaba en el hogar de su infancia, lo que no era frecuente, recordaba el pequeno apartamento de la calle Kildare de Chicago, donde su familia habia vivido antes y despues de la guerra. Baedecker habia vivido en Glen Oak menos de tres anos, desde fines de 1942 hasta mayo de 1945. La familia de su madre habia tenido tierras durante muchos anos, y cuando el padre de Baedecker regreso al Cuerpo de Marines para actuar como instructor en Camp Pendleton, Richard Baedecker y sus dos hermanas se hallaron inexplicablemente arrancados del comodo apartamento de Chicago para vivir en una decrepita casa de Glen Oak. Entonces Baedecker tenia siete anos. Los recuerdos de esa epoca eran tan brumosos y ajenos como la busqueda de desechos metalicos y papeles que habia ocupado sus fines de semana y sus veranos en ese interludio. Aunque sus padres estaban sepultados en el linde de Glen Oak, hacia mucho que no pensaba en el pueblo ni lo visitaba.
Baedecker recibio la invitacion a fines de mayo, poco antes de iniciar un viaje de negocios de un mes que lo llevaria a tres continentes. Archivo la carta y la habria olvidado si no se la hubiera mencionado a Cole Prescott, vicepresidente de la empresa aeroespacial para la que trabajaba.
– Demonios, Dick, ?por que no vas? Seran buenas relaciones publicas para la compania.
– Bromeas -dijo Baedecker. Estaban en un bar del bulevar Lindbergh, cerca de sus oficinas de St. Louis-. Cuando vivia en ese pueblo de mala muerte durante la guerra, habia un letrero que decia «Poblacion 850 – Velocidad medida electricamente». Dudo de que haya crecido mucho desde entonces. Tal vez la poblacion haya disminuido. No debe de haber muchos interesados en comprar productos de aviacion de MD-GSS.
– Compran acciones, ?verdad? -pregunto Prescott, llevandose un punado de cacahuetes salados a la boca.
– Vacas -dijo Baedecker.
– ?Donde demonios queda Glen Oak, de todas formas? -pregunto Prescott.
Hacia anos que Baedecker no oia pronunciar ese nombre. Le sonaba extrano.
– A unos trescientos kilometros. En alguna parte entre Peona y Moline.
– Demonios, queda de paso. Se lo debes, Dick.
– Estoy ocupado -dijo Baedecker, pidiendo al barman un tercer whisky-. Debo recuperar el tiempo perdido despues de las conferencias de Bombay y Frankfurt.
– Oye -dijo Prescott. Dejo de mirar a una camarera agachada y se volvio hacia Baedecker-. ?El 9 de agosto no es el comienzo de esa reunion de lineas aereas en el Hyatt de Chicago? Turner te ha pedido que vayas, ?verdad?
– No, me lo ha pedido Wally. Seretti ira alli, sale de Rockwell y nosotros hablaremos acerca del trato de modificacion del Air Bus con Borman.
– ?Y pues! -dijo Prescott.
– ?Pues que?
– Que vas hacia esa direccion, amigo. Cumple con tu deber patriotico, Dick. Pedire a Teresa que les anuncie que vas.
– Veremos -dijo Baedecker.
Baedecker llego a Peoria la tarde del viernes 7 de agosto. El DC-9 de Ozark apenas habia subido a dos mil quinientos metros y hallado el meandroso rio Illinois cuando tuvieron que descender. El pequeno aeropuerto estaba tan vacio que Baedecker recordo la pista de asfalto del limite de la jungla india donde habia aterrizado semanas antes, en Khajuraho. Bajo la escalerilla, cruzo la pista caliente y lo recibio con entusiasmo un hombre corpulento y rubicundo a quien jamas habia visto.
Baedecker gruno para sus adentros. Habia planeado alquilar un coche, pasar la noche en Peoria y enfilar hacia Glen Oak por la manana. Pensaba detenerse en el cementerio durante el viaje.
– ?Senor Baedecker! ?Senor Baedecker! Bienvenido, bienvenido. Nos alegramos mucho de verle. -El hombre estaba solo. Baedecker tuvo que soltar la bolsa negra mientras el extrano le cogia la mano derecha y el brazo saludandolo con las dos manos-. Lamento que no hayamos podido organizar una recepcion mejor, pero no lo hemos sabido hasta que Marge recibio una llamada esta manana, anunciando que usted llegaria hoy.
– Esta bien -dijo Baedecker. Retiro la mano y anadio innecesariamente-: Soy Richard Baedecker.
– Claro que si, cielos. Yo soy Bill Ackroyd. La alcaldesa Seaton queria venir, pero esta noche debe asistir a la cena de Old Settlers.
– ?El alcalde de Glen Oak es una mujer? -Baedecker se echo la bolsa al hombro y se enjugo el sudor de la mejilla. Los rodeaban vaharadas de calor que transformaban el distante follaje y el aparcamiento en tremulos espejismos. La humedad era tan intensa como en St. Louis. Baedecker miro al hombre corpulento que tenia al lado. Bill Ackroyd rondaba los cincuenta anos. Su aspecto era fofo y la espalda de su camisa J.C. Penney estaba toda sudada. Llevaba el pelo peinado hacia adelante para ocultar la calva incipiente. «Tiene el mismo aspecto que yo», penso Baedecker con un aguijonazo de colera. Ackroyd sonrio y Baedecker le devolvio la sonrisa.
Baedecker lo siguio por la pequena terminal hacia el camino curvo donde Ackroyd habia aparcado el coche, en un espacio reservado para minusvalidos. Las banalidades de Ackroyd se combinaban con el calor causando nauseas a Baedecker. Ackroyd conducia un Bonneville. Habia dejado el motor en marcha y el aire acondicionado habia refrescado el interior hasta helarlo. Baedecker se hundio en el asiento de terciopelo con un suspiro mientras el otro guardaba el equipaje en el maletero.
– No puedo expresarle cuanto significa esto para nosotros -dijo Ackroyd, acomodandose-. Todo el pueblo esta entusiasmado. Es lo mas importante que ha ocurrido en Glen Oak desde que la pandilla de Jesse James atraveso el lugar y acampo en Hartley's Pond. -Ackroyd rio y arranco. Tenia unas manos tan grandes que el volante y la palanca de cambios parecian de juguete. Baedecker supuso que Ackroyd descendia de esos tipos del Medio Oeste que utilizaban esas manazas para prender a los salteadores de caminos.
– No sabia que la pandilla de James hubiera pasado por Glen Oak -comento.
– Tal vez no paso -dijo Ackroyd, soltando su risotada-. Con lo cual usted es lo mas excitante que nos ha ocurrido jamas.
Peoria parecia abandonada, bombardeada o ambas cosas. En los escaparates habia polvo y moscas muertas. Crecia hierba en las grietas de la autopista y malezas en las descuidadas plazoletas. Los edificios viejos se apinaban uno contra otro y las pocas estructuras nuevas se erguian como enormes altares druidas entre manzanas de escombros.
– Por Dios -murmuro Baedecker-. No recordaba que la ciudad tuviera este aspecto. -En realidad apenas recordaba Peoria. Una vez al ano asistian con su madre al desfile del Dia de Accion de Gracias para que pudieran saludar a Santa Claus. Baedecker era demasiado grande para Santa Claus, pero se sentaba con sus hermanas menores en los leones de piedra situados cerca del tribunal y obedientemente agitaba la mano. Un ano, Santa Claus llego en un jeep con los cuatro elfos vestidos con los uniformes de las diversas fuerzas. Baedecker recordaba que el cesped de la plaza de la ciudad se elevaba en un arco suave hasta el edificio amarillento del tribunal. Jugaba a que le disparaban y rodaba por la cuesta herbosa hasta que su madre le gritaba que no lo hiciera mas. Ahora se dio cuenta de que habian convertido la plaza -supuso que era el mismo lugar- en un modesto parque cerca de un edificio del ayuntamiento que parecia una caja de cristal.
– La recesion de Reagan -comento Ackroyd-. Y antes la recesion de Carter. Malditos rusos.
– ?Rusos? -Baedecker casi esperaba oir un torrente de propaganda estilo John Birch. Recordaba haber leido que George Wallace habia ganado en el condado de Peoria en la primaria de 1968. En 1968 Baedecker pasaba sesenta horas semanales en un simulador como parte del equipo de apoyo del
– En realidad no fue culpa de los rusos -gruno Ackroyd-. Fue culpa de Caterpillar, por depender tanto de las ventas que les hacian a ellos. Cuando Carter corto la exportacion de equipos pesados despues de Afganistan o lo