Nos sobra lugar, y lo hemos confirmado con Marge Seaton y el consejo. El Motel Six se halla lejos de todo, a veinte minutos por el camino duro.
El camino duro. Asi llamaban en Glen Oak a la carretera asfaltada que tambien hacia las veces de calle mayor. Hacia cuatro decadas que Baedecker no oia esa expresion. Meneo la cabeza y miro por la ventanilla mientras avanzaban despacio por esa calle mayor. El distrito comercial de Glen Oak tenia dos manzanas y media. Las aceras eran franjas de cemento de tres niveles. Los escaparates estaban a oscuras, y los aparcamientos diagonales se hallaban vacios excepto por algunos camiones frente a un bar, cerca del parque. Baedecker trato de asociar las imagenes de esos edificios de frente chato con sus recuerdos, pero encontro pocos elementos comunes, solo la vaga sensacion de estructuras desaparecidas, como orificios en una sonrisa otrora familiar.
– Jackie ha conservado la comida tibia, pero podriamos ir a Old Settlers y tomar pescado frito si le gusta.
– Estoy muy cansado -dijo Baedecker.
– De acuerdo. Entonces manana nos encargaremos de las formalidades. De todos modos, Marge estaria demasiado atareada esta noche, con la rifa y todo eso. Mi hijo Terry se muere por conocerle. Esta realmente deslumbrado… Usted ya entiende. A Terry le entusiasma el espacio y todo eso. Fue Terry precisamente quien preparo un informe para la escuela el ano pasado y recordo que usted habia vivido aqui por un tiempo. A decir verdad, eso me dio la idea de que usted fuera huesped de honor en el Old Settlers. Terry estaba muy contento de que hubiera nacido aqui. Claro que Marge habria adorado la idea de todos modos pero, sabe usted, para mi hijo significaria mucho que pasara las dos noches con nosotros.
Aunque se movian a muy poca velocidad, ya habian recorrido toda la calle mayor de Glen Oak. Ackroyd viro a la derecha y se detuvo cerca de la iglesia catolica. Era un parte de la ciudad que Baedecker rara vez recorria cuando nino porque Chuck Compton, el maton de la escuela, vivia alli. Era la unica parte del pueblo donde habia ido al regresar para las exequias de sus padres.
– No nos molestaria en absoluto -dijo Ackroyd-. Seria un gran honor recibirlo, y es probable que el Motel Six este lleno de camioneros a esta hora del viernes.
Baedecker miro la iglesia marron. La recordaba mucho mas grande. Se sintio embargado por una extrana laxitud. El calor estival, las largas semanas de viaje, la decepcion de ver a su hijo en el ashram de Poona, todo conspiraba para reducirlo a un estado de triste pasividad. Baedecker reconocio esa sensacion, pues la habia experimentado en sus primeros meses como marine en el verano de 1951. Tambien cuando Joan lo abandono los primeros meses.
– No quiero ser una molestia -dijo.
Ackroyd sonrio aliviado y cogio el brazo de Baedecker un segundo.
– No es ninguna molestia. Jackie ansia conocerle, y Terry nunca olvidara la visita de un verdadero astronauta.
El coche avanzo despacio entre estrias de luz crepuscular que alternaban con franjas de sombra.
Los murcielagos habian salido cuando Baedecker fue a caminar una hora despues. Sus vibrantes aleteos se perfilaban contra la opaca cupula del cielo nocturno. El sol habia desaparecido pero el dia se aferraba a la luz como Baedecker en su infancia, en una similar noche de agosto, se habia aferrado a las ultimas semanas de las vacaciones de verano. Tardo solo unos minutos en llegar caminando a la parte vieja de la ciudad, su parte de la ciudad. Se alegraba de estar fuera y a solas.
Ackroyd vivia en un complejo de veinte casas en la esquina noreste del pueblo, donde Baedecker solo recordaba parcelas y un arroyo donde cazaban ratas almizcleras. La casa de Ackroyd era de un estilo seudohispanico, con una lancha y un remolque en el garaje y una caravana en la calle. El interior se hallaba abarrotado de pesados muebles Ethan Allen. Jackie, la esposa de Ackroyd, llevaba una apretada permanente, tenia arrugas alrededor de los ojos y un labio superior prominente que daba la agradable sensacion de una sonrisa constante. Era unos anos mas joven que el esposo. Terry, el unico hijo, era un nino palido de trece o catorce anos, tan flaco y callado como corpulento y parlanchin su padre.
– Saluda al senor Baedecker, Terry. Vamos, cuentale cuanto has esperado este momento. -La manaza de Ackroyd impulso al nino hacia delante.
Baedecker se inclino pero no pudo hallar la mirada del nino, y en la palma abierta solo sintio un breve contacto de dedos humedos. El pelo castano de Terry le tapaba los ojos como una visera. El nino mascullo algo.
– Encantado de conocerte -dijo Baedecker.
– Vamos, Terry -apunto su madre-, ensena al senor Baedecker el cuarto de invitados. Luego ensenale tu cuarto. Sin duda le interesara mucho. -La madre sonrio y Baedecker recordo las primeras fotos de Eleanor Roosevelt.
El nino lo condujo escaleras abajo, saltando los escalones de dos en dos. El cuarto de huespedes estaba en el sotano. Disponia de cuarto de bano y la cama parecia confortable. La habitacion del nino se encontraba junto a una extensa sala enmoquetada, quiza pensada como cuarto de juguetes.
– Supongo que mama queria que le ensenara esto -murmuro Terry, y encendio una luz opaca. Baedecker miro el interior, parpadeo y avanzo un paso para mirar de nuevo.
Habia una sola cama, hecha con pulcritud, un pequeno escritorio, una minicadena estereo y tres paredes oscuras con estantes, carteles, algunos libros, diversas naves hechas a escala, todos los objetos habituales del cuarto de un adolescente. Pero la cuarta pared era distinta.
Una foto del
– Idea de mama -murmuro el nino. Toco nervioso una pila de cintas sobre el escritorio-. Creo que la consiguio en una liquidacion.
– ?Has construido tu las naves? -pregunto Baedecker. Los estantes estaban cubiertos de naves espaciales de plastico gris, las naves mastodonticas de
El nino movio los hombros y las manos, un gesto conciso y adusto como el de Scott, el hijo de Baedecker, despues de sus errores cometidos en la Pequena Liga.
– Papa ayudo.
– ?Te interesa el espacio, Terry?
– Si. -El nino titubeo y miro a Baedecker con un destello de repentino coraje en los ojos oscuros-. Es decir, me interesaba. Cuando era mas pequeno. Todavia me gusta, si, pero son cosas de chicos. Lo que me interesa ahora es ser principal guitarrista de un grupo como Twisted Sister. -Callo y clavo los ojos en Baedecker.
Baedecker no pudo contener una sonrisa. Toco el hombro del chico brevemente, con firmeza.
– Bien. Bien. Vamos arriba, ?quieres?
Las calles estaban oscuras excepto por algunos faroles y el centelleo azulado de los televisores en las ventanas. Baedecker aspiro el aroma de la hierba recien cortada y los lejanos campos. Las estrellas vacilaban en aparecer. A excepcion de algun coche que pasaba por el «camino duro», una calle hacia el oeste, el unico ruido era el chachareo sofocado pero excitado de los televisores. Baedecker recordo el sonido de las radios de consola a traves de esos mismos canceles y ventanas. Las voces radiales tenian mas autoridad y profundidad.
A pesar de su nombre, Glen Oak -Roble del Vallecito- nunca habia tenido muchos robles, pero en los anos 40 albergaba gran cantidad de olmos gigantes, arboles increiblemente macizos que arqueaban sus gruesas ramas en un enrejado que transformaba incluso la calle lateral mas ancha en un tunel de luces y sombras. Los olmos eran Glen Oak. Incluso un nino de diez anos lo habia notado mientras iba en bicicleta al centro en un atardecer estival, pedaleando con furia hacia el oasis de los arboles y la cena del sabado.
Ahora los olmos habian desaparecido. Baedecker supuso que diversas epidemias los habian diezmado. Las anchas calles estaban abiertas al cielo. Todavia quedaba una proliferacion de arboles pequenos. En la brisa, las hojas bailaban frente a los faroles y arrojaban sombras sobre la acera. Viejas casas apartadas de las aceras aun tenian pisos altos protegidos por un follaje susurrante. Pero los olmos gigantes de la infancia de Baedecker ya no