encaro una pared de maiz. La banda giro hacia un camino rural y rodeo la escuela secundaria enfilando hacia el campo abierto donde habian erigido el campo de festejos de Old Settlers. Mas alla del aparcamiento habia media docena de tiendas grandes, muchas cabinas y varias atracciones que permanecian inmoviles bajo el sol del mediodia. Las multitudes de la noche anterior habian pisoteado la hierba alta y marron del campo, llenandola de desperdicios. Mas al norte estaban los campos de beisbol, ocupados ya por jugadores de uniforme brillante y rodeados por multitudes entusiastas. Aun mas al norte, casi hasta la parte trasera de la vieja casa de Baedecker, coches de bomberos apinados formaban angulos rojos y verdes en la hierba.
Las bandas dejaron de tocar y el desfile se disolvio. La zona de juego se hallaba casi desierta y pocas personas miraban cuando los miembros de la banda y los caballos se dispersaron confusamente. Baedecker permanecio sentado un instante.
– Bien -dijo la alcaldesa Seaton-, ha sido divertido, ?verdad?
Baedecker meneo la cabeza y miro hacia arriba. El metal y la tapiceria del coche ardian. El sol estaba casi en el cenit. Cerca del horizonte, apenas visible en el cielo sin nubes, se veia el borde tenue de una luna en cuarto creciente.
– ?Dick!
Baedecker aparto los ojos de la mesa donde bebia cerveza con los demas. Era una mujer madura y corpulenta de pelo rubio y corto. Vestia una blusa estampada y pantalones elasticos que se acercaban al limite maximo de expansion. Baedecker no la reconocio. La luz sepia de la tienda de la Legion Americana era borrosa. El aire calido olia a lona. Baedecker se levanto.
– ?Dick! -repitio la mujer, acercandose para estrecharle la mano-. ?Como estas?
– Bien -repuso Baedecker-. ?Como estas tu?
– Oh, bien, muy bien. Tu aspecto es sensacional, Dick, pero ?que le ha pasado a tu pelo? Recuerdo cuando tenias esa melena roja.
Baedecker sonrio y sin darse cuenta se paso la mano por la coronilla. Los hombres con los que estaba charlando siguieron bebiendo cerveza.
La mujer se llevo las manos a la boca y titubeo.
– Cielos, me recuerdas, ?verdad?
– Soy pesimo para los nombres -confeso Baedecker.
– Pensaba que te acordarias de Sandy -dijo la mujer, y palmeo juguetonamente la muneca de Baedecker-. Sandy Serrel. Eramos intimos amigos. Donna Hewford y yo estabamos siempre contigo y Mickey Farrell y Kevin Cordon y Jimmy Raines en cuarto y quinto grado.
– Desde luego -dijo Baedecker, dandole la mano de nuevo. No la recordaba en absoluto-. ?Como estas, Sandy?
– Dick, este es mi esposo, Arthur. Arthur, este es mi viejo amigo, el que fue a la Luna. -Baedecker dio la mano a un hombre enclenque con uniforme de softbol. El hombre estaba cubierto con una patina de suciedad a traves de la cual se veian arrugas rojas en el cuello, la cara y las munecas.
– Apuesto a que nunca creiste que me casaria -dijo Sandy Serrel-. Al menos con otra persona, ?eh?
Baedecker correspondio a la sonrisa de la mujer observando que tenia un diente partido.
– Vamos. Comenzara el proximo juego -apremio el esposo.
La mujer corpulenta volvio a estrechar la mano y el brazo de Baedecker.
– Tenemos que irnos, Dick. Ha sido sensacional verte de nuevo. Ven esta noche y te presentare a Shirley y los mellizos. Solo recuerda esto: rece a Jesus mientras caminabas por la Luna. Si no fuera por nuestros rezos, Jesus jamas habria permitido que regresarais sanos y salvos.
– Lo recordare -dijo Baedecker. Ella le dio un beso en la mejilla y se marcho con su delgado esposo. Baedecker se quedo con una sensacion aspera en la mejilla y un tufo de toallas sucias.
Se sento y pidio otra ronda de cervezas.
– Arthur hace trabajos para el cementerio -dijo Phil Dixon, uno de los miembros del consejo.
– Es el tercer marido de Apestosa Serrel -anadio Bill Ackroyd-. Y no creo que sea el ultimo.
– ?Apestosa Serrel! -exclamo Baedecker, apoyando la jarra de cerveza sobre la mesa-. Cielos. -Su unico recuerdo de Apestosa Serrel, ademas de una presencia modesta siguiendole a el y a sus amigos por la calle, era de una vez en quinto grado en que ella se le acerco en el patio de juegos cuando alguien paso montado en un caballo palomino.
– No se como lo haceis -habia dicho ella, senalando el caballo.
– ?Hacer que? -pregunto Baedecker.
– Caminar con la polla colgada entre las piernas -le murmuro ella en el oido. El desconcertado Baedecker habia retrocedido, sonrojandose, enfureciendose con su sonrojo.
– Apestosa Serrel -dijo Baedecker-. Cielo santo. -Bebio el resto de la cerveza y le pidio mas al hombre con gorra de la Legion Americana.
No habia flores, pero las dos tumbas estaban bien cuidadas. Baedecker cambio de posicion y se quito las gafas. Las lapidas de granito gris era identicas excepto por las inscripciones:
CHARLES S. BAEDECKER 1893-1956
KATHLEEN BAEDECKER 1900-1957
El cementerio era tranquilo. Estaba protegido por altos maizales al norte y por bosques en los otros tres lados. Al este y al oeste habia barrancos que descendian hacia invisibles desfiladeros. Baedecker recordo las cacerias en las colinas boscosas del sur durante una de las licencias de su padre en la lluviosa primavera del 43 o el 44. Baedecker habia cargado con su escopeta durante horas, pero se habia negado a dispararle a una ardilla. Ocurrio durante su breve etapa pacifista. El padre de Baedecker se enfado pero no dijo nada, simplemente le dio el manchado saco de arpillera con ardillas muertas para que lo llevara.
Baedecker se apoyo en una rodilla y aparto la hierba de los lados de la lapida de la madre. Se volvio a poner las gafas. Penso en el cuerpo que yacia bajo el fertil y negro suelo de Illinois, los brazos que lo habian estrechado cuando regresaba llorando a casa tras las rinas en el parvulario, las manos que le brindaban consuelo durante las noches de terror en que despertaba llorando sin saber donde estaba, el susurro de las zapatillas de su madre en el pasillo, sus suaves caricias en la aterradora oscuridad. Salvacion. Cordura.
Baedecker se levanto, giro con brusquedad y se marcho del cementerio. Phil Dixon lo habia dejado alli cuando se dirigia a la granja para cenar. Baedecker le habia dicho que regresaria al pueblo a pie.
Corrio la aldaba de hierro negro del porton y echo otro vistazo al cementerio. Los insectos zumbaban en la hierba. Mas alla de los arboles una vaca mugia planideramente. Aun desde el camino, Baedecker pudo distinguir los rectangulos vacios junto a las tumbas de sus padres, donde habian reservado espacio para sus dos hermanas y para el.
Una camioneta avanzo colina arriba desde el este y se detuvo junto a Baedecker en una nube de polvo y gravilla. Un hombre de pelo claro y cara curtida se asomo por la ventanilla.
– Usted es Richard Baedecker, ?verdad? -Un hombre mas joven se sentaba a su lado. Detras llevaban dos rifles en un bastidor.
– Si.
– Me parecio que era usted. Lei sobre su llegada en el
– Si -respondio Baedecker. Se quito las gafas, las plego con cuidado y se las guardo en el bolsillo de la camisa-. Si, claro que si.
Segun el conductor de Baedecker, la Taberna del Arbol Solitario antes se encontraba a medio kilometro al sudoeste, frente al cruce de caminos de grava y carreteras del condado. El arbol solitario, un alto roble, aun estaba alli. Cuando el condado de Peoria adopto la ley seca en los anos 30, el Arbol Solitario se habia mudado al condado de Jubilee para pasar los cuarenta y cinco anos siguientes en el limite de los bosques, en la cima de la segunda colina al oeste del cementerio Calvary. Las colinas eran empinadas, el camino estrecho, y Baedecker recordo que su madre le habia contado que muchos parroquianos del Arbol Solitario que subian a la cresta de la