– …los beneficios podrian incluir…

«La esposa y el hijo de Baedecker lanzandose hacia otras vidas, otras realidades.»

– …podrian incluir cosas tales…

«Richard E. Baedecker lanzandose…»

– …cosas tales como…

«Lanzandose a…»

– …tales como…

«?A que?»

Baedecker callo.

Un risueno grupo de granjeros que contaba chistes en el fondo del gimnasio dejo de hablar en el repentino silencio y se volvio hacia el escenario. El chico, Terry Ackroyd, todavia arrodillado en la silla, dejo de hablar con el amigo y se volvio hacia Baedecker.

Baedecker se agarro a ambos lados del podio para no caerse. La gran sala giraba y se curvaba. Un sudor frio le perlo la frente y la espalda. Sintio un cosquilleo nervioso en el cuello.

– Todos ustedes vieron estallar el transbordador -dijo Baedecker-. Una y otra vez en la grabacion. Era como un sueno recurrente, ?verdad? Una pesadilla de la que no podiamos despertar. -Baedecker se asombro de oir esas palabras. No sabia que iba a decir.

– Yo trabajaba en la NASA cuando disenaron el transbordador. Cada paso era una concesion causada por el dinero, la politica, la burocracia o la mera estupidez empresarial. Matamos a esas siete personas como si les hubieramos puesto una pistola en la cabeza.

Las caras vueltas hacia Baedecker eran transparentes como el agua, inestables como la llama de una vela.

– ?Pero asi es como funciona la evolucion! -exclamo Baedecker, acercando la boca al microfono-. El vehiculo orbital, el tanque externo y los cohetes impulsores son hermosos, avanzados, tecnologicamente perfectos… pero son como nosotros, una concesion evolutiva. Al lado del milagro del corazon o la maravilla de los ojos, siempre hay un artilugio de la estupidez, como el apendice vermiforme que espera para matarnos.

Baedecker se apoyo sobre los talones mirando al publico. No lograba comunicar la idea, y de pronto le parecio muy importante hacerlo.

El silencio se expandia. Los sonidos de Old Settlers se desvanecian. Alguien tosio en el fondo del gimnasio y el ruido retumbo como un canonazo. Baedecker ya no podia concentrar la vision en las caras. Cerro los ojos y se aferro al podio.

– ?Que ocurrio con los peces?

Abrio los ojos.

– ?Que ocurrio con los peces? -repitio con tono apremiante, elevando la voz-. Nuestros ancestros lejanos. Los primeros que salieron del mar. ?Que ocurrio con ellos?

El silencio de la multitud se altero. La sala se lleno de tension. Desde una de las atracciones una muchacha grito en un remedo de panico. El grito se disipo mientras el publico esperaba.

– Dejaron huellas en el barro, ?y despues que? -pregunto Baedecker. Su voz le sonaba extrana incluso a el. Trato de aclararse la garganta y continuo hablando-. Los primeros. Se que tal vez jadearon en la playa un rato y luego regresaron al mar. Cuando murieron, sus huesos se juntaron con todos los demas en esa viscosidad. Lo se. No quiero decir eso. -Baedecker se volvio un instante hacia Ackroyd y los demas como pidiendo ayuda, y luego miro de nuevo a la multitud. No reconocia a nadie. No podia fijar la vista. Temia tener la cara empapada en lagrimas pero era incapaz de hacer algo para evitarlo.

– ?Sonaban? -pregunto Baedecker. Espero pero no hubo respuesta-. ?Comprenden ustedes? Ellos vieron las estrellas. Mientras estaban tendidos en la playa, boqueando para respirar, deseando unicamente volver al mar, vieron las estrellas.

Baedecker se aclaro de nuevo la garganta.

– Lo que quiero saber es si… antes de morir… antes de que sus huesos se juntaran con el resto… ?sonaban? Es decir, claro que sonaban, pero ?eran diferentes? Los suenos. Lo que trato de decir…

Se interrumpio.

– Creo… -empezo, y callo de nuevo. Giro deprisa y su mano choco contra el microfono-. Gracias por asistir hoy -dijo Baedecker, pero miraba hacia otro lado y el microfono estaba torcido. Nadie oyo esas palabras.

Poco antes de las tres de la manana, Baedecker se descompuso. Agradecio que hubiera un cuarto de bano frente al dormitorio de invitados. Despues de vomitar se cepillo los dientes, se enjuago la boca y enfilo hacia el cuarto vacio de Terry.

Los Ackroyd se habian acostado horas antes. La casa estaba en silencio, Baedecker cerro la puerta para que no se filtrara la luz y espero a que despuntaran las estrellas.

Despuntaron. Surgieron una por una de la oscuridad. Habia cientos de ellas. El hemisferio soleado de la Tierra, tres diametros por encima de los picos lunares, tambien se hallaba salpicado de pintura fluorescente. La superficie lunar fulguraba en un tenue bano de luz terrestre. Las estrellas ardian. Los crateres arrojaban sombras impenetrables. El silencio era absoluto.

Baedecker se acosto en la cama del chico, tratando de no arrugar el cubrecama. Penso en el dia siguiente. Cuando llegara a Chicago y se registrara, buscaria a Borman y Seretti. Con suerte podrian reunirse esa noche para una cena informal y tratar el asunto del Air Bus antes del comienzo de la convencion.

Despues de la cena, Baedecker llamaria a Cole Prescott a su casa de St. Louis. Le diria que renunciaba y buscaria la manera mas rapida de mudarse. Baedecker queria estar fuera de St. Louis a principios de septiembre, de ser posible el Dia del Trabajo.

?Y despues que? Baedecker miro la Tierra que brillaba en un cielo cuajado de estrellas. Los remolinos de las masas nubosas eran brillantes. Cambiaria su Chrysler Le Baron de cuatro anos por un coche deportivo. Un Corvette. No, algo tan elegante y potente como un Corvette pero con una verdadera caja de cambios. Una maquina veloz y agradable de conducir. Baedecker sonrio ante la profunda simplicidad de todo.

?Y despues que? Mas estrellas se volvian visibles a medida que se le adaptaban los ojos. «El chico debe de haber trabajado horas», penso Baedecker mirando el cielo raso, viendo galaxias distantes que se resolvian en grandes y relucientes manojos de estrellas. Se dirigiria al oeste. Hacia muchos anos que Baedecker no atravesaba el continente en automovil. Visitaria a Dave en Salem, pasaria un tiempo con Tom Gavin en Colorado.

«?Y despues que?» Baedecker se apoyo la muneca en la frente. Oia voces, pero la interferencia de fondo las volvia ininteligibles. Penso en lapidas grises en la hierba y en formas oscuras escurriendose entre los amortiguadores oxidados de un Hudson 38. Penso en la luz del sol reflejada en la torre de agua de Glen Oak y en la terrible belleza de su hijo recien nacido. Penso en la oscuridad. Penso en las luces de la noria girando silenciosamente en la noche.

Mas tarde, cuando Baedecker cerro los ojos para dormirse, las estrellas seguian ardiendo.

TERCERA PARTE – UNCOMPAHGRE

– ?Todos preparados para escalar la montana?

Richard Baedecker y los otros tres excursionistas dejaron de examinar mochilas y cinturones para mirar a Tom Gavin. Gavin era un hombre bajo, de apenas un metro sesenta, con cara larga, pelo negro cortado al cepillo y mirada penetrante. Cuando hablaba, aun para formular una simple pregunta, la voz le brotaba del cuerpo menudo, tensa como un cable.

Baedecker asintio y se inclino para acomodarse el peso de la mochila. Intento abrocharse el cinturon acolchado una vez mas, pero no pudo. La anchura del estomago de Baedecker y la corta longitud del cinturon se combinaban para impedir que los dientes de metal mordieran el entramado.

– Demonios -mascullo Baedecker, guardando el cinturon. Se las apanaria con las correas del hombro, aunque el peso de la mochila ya le empezaba a causar dolor en un nervio del cuello.

– ?Deedee? -pregunto Gavin. El tono de voz le recordo a Baedecker los miles de chequeos que el y Gavin habian realizado durante las simulaciones.

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