– Continua -dijo Baedecker-. Llegare alli dentro de una semana.
Ella rio y corrio cuesta arriba, indiferente a la gravedad que pesaba tanto sobre Baedecker. El la miro un minuto y continuo, andando a mejor paso, sintiendo que el peso de la espalda se le aligeraba mientras ascendia hacia la cupula del cielo azul de Colorado.
Para Baedecker, lo mejor de la vida en St. Louis habia sido dejarla.
Renuncio a su puesto en la compania aeroespacial donde habia trabajado ocho anos cuando su sensacion de inutilidad quedo confirmada accidentalmente por el modo en que su jefe, Cole Prescott, le dejo ir con profundo y sincero pesar pero sin necesidad de un periodo intermedio para instruir a un sustituto. Baedecker vendio su casa a la empresa que la habia construido, vendio la mayor parte de sus muebles, almaceno sus libros, papeles y el escritorio que Joan le habia regalado al cumplir los cuarenta, se despidio con unas copas de sus pocos conocidos y amigos -la mayoria trabajaban para la compania- y se marcho hacia el oeste una tarde tras haber desayunado en el restaurante Three Flags de St. Charles, en la otra margen del Missouri.
Habia tardado menos de tres dias en liquidar su vida en St. Louis.
Llego a Kansas City en la hora punta. La marea de trafico no lo molesto mientras se reclinaba en la tapiceria de piel y escuchaba musica clasica en la emisora FM del coche. Habia planeado vender el Chrysler Le Baron y conseguir un automovil mas rapido y mas pequeno -un Corvette o un Mazda RX-7-, esos vehiculos de alto rendimiento que habia conducido veinte anos atras cuando se preparaba para una mision o pilotaba aviones experimentales, pero en el ultimo momento comprendio que seria un lugar comun -el hombre maduro buscando la juventud perdida en un nuevo coche deportivo- y conservo el Le Baron. Ahora se relajaba disfrutando de la tapiceria y el aire acondicionado y escuchando
Paso la noche en Russell, Kansas, tras encontrar un motel barato lejos de la carretera interestatal. El letrero exterior decia TV CABLE – CAFE GRATIS. Las viejas cabanas no tenian aire acondicionado, pero eran limpias y tranquilas y estaban bajo grandes arboles que arrojaban charcos de sombra en el crepusculo. Baedecker se ducho, se cambio la ropa y fue a caminar. Ceno en un banco del parque de la ciudad, compro dos perritos calientes y un cafe en un puesto situado detras del campo de beisbol. En la mitad del segundo partido despunto una luna naranja y palida. Por costumbre, Baedecker miro hacia arriba tratando de hallar las colinas Marius en el Oceanus Procellarum del oeste, pero ese lugar estaba en sombras. La velada tenia un aire triston de fin de temporada. Habian transcurrido cuatro dias desde el Dia del Trabajo, y a pesar de la ultima oleada de calor estival y del torneo de softbol, los ninos regresaron a la escuela, se cerro la piscina de la ciudad y los maizales se volvian cada vez mas amarillos y quebradizos con la cercania de la cosecha.
Baedecker se marcho durante el segundo juego y regreso al motel. La television por «cable» consistia en un pequeno televisor en blanco y negro que ofrecia dos canales de Kansas City, WTBS de Atlanta, WGN de Chicago y tres canales fundamentalistas.
En el segundo de esos canales religiosos Baedecker vio a su ex companero de la
A dos kilometros del prado donde habian aparcado el coche, el vapuleado camino se estrechaba en una senda que serpenteaba a traves de un tupido bosque. Baedecker se movia ahora con mayor soltura, siguiendo su propio ritmo, disfrutando del atardecer y del movimiento de las sombras por el suelo del valle. Habia refrescado, pues la sombra del risco llenaba el desfiladero por donde ascendian.
Maggie lo esperaba en una curva del camino, y avanzaron juntos en un grato silencio. Mas alla de la siguiente curva, Tom y Deedee instalaban el campamento en un claro, a diez metros del arroyo que circulaba paralelo al sendero. Baedecker dejo la mochila, se desperezo y se froto el cuello dolorido.
– ?Habeis visto a Tommy? -pregunto Deedee.
– Estaba cien metros camino abajo -respondio Maggie-. Llegara en cualquier momento.
Baedecker extendio la manta y monto la tienda para dos personas que llevaba encima. Era preciso conectar varios postes y varillas de fibra de vidrio. Baedecker y Maggie tardaron varios minutos en ensamblarlos y montar la tienda entre risas. Cuando terminaron, la tienda baja de Baedecker quedo a pocos metros de la cupula azul de Tom y Deedee.
Gavin se acerco y se arrodillo junto a Maggie, ofreciendole un bulto de nailon.
– Esta es la vieja tienda de Tommy -dijo-. Bastante pequena. Es casi un saco de dormir, pero pensamos que seria suficiente para un par de noches.
– Claro -dijo Maggie, y monto la pequena tienda a pocos metros de la de Baedecker. Tommy habia llegado y hablaba animadamente con su madre mientras ella recogia lena en el extremo del claro.
– Tu y Tommy dormireis en la tienda de dos, ?de acuerdo? -dijo Gavin, observando a Maggie, que clavaba estacas con una piedra.
– De acuerdo -contesto Baedecker. Se habia quitado las botas y movia los dedos de los pies dentro de los calcetines empapados de sudor. Ese alivio era una definicion funcional del paraiso.
– ?Hace tiempo que la conoces? -pregunto Gavin.
– ?A Maggie? La conoci este verano en la India -respondio Baedecker-. Como dije anoche, es amiga de Scott.
– Hmm -dijo Gavin. Iba a decir algo mas pero se levanto sacudiendose los vaqueros-. Encendere el fuego y preparare la comida. ?Quieres ayudar?
– Claro -dijo Baedecker. Se levanto y echo a andar despacio, sintiendo la presion de cada rama y guijarro en las plantas de los pies-. Dentro de un segundo. Voy a ayudar a Maggie con la tienda y en seguida estoy contigo, Tom. -Pisando con cuidado, Baedecker bajo por la cuesta herbosa hasta donde Maggie clavaba las estacas.
El programa de television por cable habia sido uno de los muchos clones del PTL Club que llenaban los horarios del canal fundamentalista. El plato consistia en un supermercado, y el pelo gris del animador congeniaba con el traje de poliester gris. Un numero de telefono de diez digitos permanecia en pantalla por si de pronto un espectador decidia donar dinero y habia olvidado la direccion que la esposa del animador, con peluca blanca, exhibia cada varios minutos. La esposa parecia sufrir algun trastorno neurologico que le provocaba inexplicables arrebatos de llanto. Durante los diez minutos que Baedecker miro el programa antes de la aparicion de Tom Gavin, la mujer lloro mientras leia cartas de espectadores que se habian arrepentido y convertido mientras miraban el programa, lloro cuando un paraplejico, ex cantor de
Baedecker estaba en pijama y se levantaba para apagar el televisor cuando vio a su ex camarada.
– Nuestro proximo invitado ha visto la gloria de la creacion de Dios de una manera que pocos han tenido el privilegio de presenciar -dijo el animador. La voz del hombre habia cobrado un tono resonante, serio pero no solemne, que Baedecker habia oido toda la vida a vendedores de exito y burocratas mediocres.
– Alabado sea Jesus -dijo la esposa.
– El mayor Thomas Milburne Gavin de la Fuerza Aerea, ademas de ser heroe de guerra en Vietnam…
«Tom pilotaba reactores desde California hasta las bases de Okinawa», penso Baedecker. En fin.
– …fue condecorado con la Medalla de la Libertad por el presidente, cuando su transbordador
«Todos recibimos una medalla, -penso Baedecker-. Si hubieramos llevado un gato a bordo, tambien le habrian dado una.»
– …piloto de pruebas, ingeniero, astronauta y respetado cientifico…
«Tom no es cientifico, -penso Baedecker-. Ninguno de nosotros lo era hasta que volo Schmidt. Tom obtuvo su titulo en ingenieria en el Tecnologico de California mas tarde que la mayoria de nosotros. De lo contrario lo hubieran expulsado del programa en Edwards.»
– …y mas importante, el hombre que quizas haya sido el primer cristiano verdadero que piso la Luna -dijo el animador-. ?Amigos mios, el mayor Thomas M. Gavin!
«Tom nunca piso la Luna», penso Baedecker.