Le dio el agua a Maggie, que bebio con avidez, irguiendo la cabeza de tal modo que los rizos cortos y rojizos recibieron la luz del sol.
Maggie le ofrecio agua a Deedee, pero la mujer en cambio le cogio la mano. Con la otra mano cogio los dedos de Baedecker. Los tres formaban un circulo. Deedee agacho la cabeza.
– Gracias, Senor -dijo-, por permitirnos presenciar la perfeccion de Tu Creacion y por compartir este momento especial con queridos amigos que, con la ayuda del Espiritu Santo, conoceran la verdad de Tu Palabra. Lo pedimos en nombre de Jesus. Amen.
Deedee palmeo la mano de Baedecker y lo miro.
– Claro que es maravilloso -dijo con lagrimas en los ojos-. Admitelo, Richard, ?no te gustaria que Joan estuviera aqui para compartirlo con nosotros?
El campamento consistia en tres tiendas alrededor de una roca alta de cima roma que se erguia en un vasto circulo de tundra. No habia lena a esa altitud, excepto las ramas de los arbustos que crecian entre las rocas, asi que pusieron sus calentadores portatiles en una piedra plana, al lado de la roca, y observaron las azules llamas de propano mientras despuntaban las estrellas.
Antes de la cena habian explorado la ruta mientras las sombras del Wetterhorn y el Matterhorn cubrian la meseta y ascendian por los flancos escalonados del Uncompahgre.
– Alla -dijo Gavin, entregando los prismaticos a Baedecker-. Al pie del risco sur.
Baedecker miro y distinguio una tienda baja y roja a la sombra de las rocas. Dos figuras se movian alrededor, almacenando equipo y trabajando sobre un pequeno calentador. Baedecker devolvio los prismaticos.
– Veo a dos de ellos -dijo-. Me pregunto donde estan la chica y el tio del ala delta.
– Alla arriba -contesto Maggie, senalando el alto risco que aun recibia la luz del sol.
Gavin enfoco los prismaticos.
– Los veo. Ese idiota todavia arrastra el ala delta.
– No planeara volar esta noche, ?verdad? -pregunto Maggie.
Gavin meneo la cabeza.
– No, le faltan horas para llegar a la cima. Simplemente llegan a la mayor altura posible antes del anochecer. -Le entrego los prismaticos a Maggie.
– El amanecer sera la hora mas apropiada para lo que desea hacer -dijo Baedecker-. Fuertes corrientes termicas. Poco viento. -Maggie le dio los prismaticos y Baedecker escruto dos veces el risco antes de hallar las pequenas figuras en el dentado espinazo de la montana. El sol alumbraba el saco rojo y amarillo mientras el hombre se encorvaba bajo el peso del bulto de aluminio y tela. La mujer lo seguia a varios pasos, encorvada bajo su propia carga, una enorme mochila con dos sacos de dormir. La luz del sol abandono la montana y las dos siluetas se confundieron con las agujas y las rocas del risco.
– ?Oh!, ?oh! -exclamo Maggie. Estaba mirando hacia el oeste. El sol aun no se habia puesto, pero sobre el horizonte se extendia un banco de nubes negruzcas que habia devorado la ultima luz del dia.
– Tal vez pase de largo -dijo Gavin-. El viento sopla hacia el sudeste.
– Ojala -dijo Maggie.
Baedecker volvio a enfocar los prismaticos hacia el risco sur, pero era dificil distinguir dos insignificantes figuras humanas con la cercania de la tormenta y el anochecer.
Las estrellas aun titilaban, pero en el oeste todo era oscuridad. Los cuatro adultos, acurrucados cerca de los calentadores, bebian te caliente mientras Tommy miraba al norte sentado en la roca. Hacia mucho frio, pero no soplaba viento.
– Tu no conoces a Joan, la esposa de Dick, ?verdad, Maggie? -pregunto Deedee.
– No -dijo Maggie-. No la conozco.
– Joan es una persona maravillosa -dijo Deedee-. Tiene la paciencia de una santa. Su personalidad es perfecta para una excursion como esta porque nada la inmuta. Sabe atenerse a las circunstancias.
– ?Adonde iras despues de Colorado? -le pregunto Gavin a Baedecker.
– Oregon. Pensaba visitar a Rockford.
– ?Rockford? -dijo Gavin-. Oh, Muldorff. Lastima de su enfermedad.
– ?Que enfermedad? -pregunto Baedecker.
– Joan era la mas paciente de las esposas -le dijo Deedee a Maggie-. Cuando los hombres se iban durante unos dias, semanas, todas nos poniamos nerviosas… incluso yo. Pero Joan nunca se quejaba. Creo que jamas le oi una queja en todos los anos que la conoci.
– Lo hospitalizaron en junio -dijo Gavin.
– Lo se -dijo Baedecker-. Pensaba que era apendicitis. Ahora esta bien, ?verdad?
– Entonces, Joan era cristiana, pero no se habia entregado del todo a Jesus -dijo Deedee-. En cuanto a ella y Philip… creo que el es contable. Bien, tengo entendido que trabajan mucho en una iglesia evangelica de Boston.
– No era apendicitis -dijo Gavin-. Hable con Jim Bosworth, personaje influyente en el Capitolio de Washington. Dice que los amigos de Muldorff en el Congreso saben que tiene la enfermedad de Hodgkin. Le extirparon el bazo en junio.
– ?Asistes a una iglesia alla, querida? Me refiero a Boston.
– No -respondio Maggie.
– Oh, bien -dijo Deedee-. Pense que en tal caso te podrias haber cruzado con Joan. El mundo es tan pequeno, ?verdad?
– ?Lo es? -pregunto Maggie.
– El pronostico no es bueno, creo -dijo Gavin-. Pero siempre existe la posibilidad de un milagro.
– Si, claro que lo es -dijo Deedee-. Una vez, cuando todas nos preparabamos para la mision de los hombres, Joan me llamo para pedirme que me quedara con su hijo mientras ella iba a comprar el regalo de cumpleanos de Dick. Yo tenia visitas de Dallas, pero le dije que iriamos. Bien, Scott tenia siete anos entonces, y Tommy tres o cuatro.
Baedecker se levanto, fue hasta su tienda y se metio dentro para no oir mas.
Cuando Baedecker tenia siete u ocho anos, al principio de la guerra acompano a su padre a pescar a un embalse de Illinois. Era la primera vez que le permitian ir a una excursion de pesca nocturna. Habia dormido en la misma cama que su padre en una cabana cerca del lago y habia salido por la manana de un dia caluroso y brillante de fines de verano. La ancha extension de agua parecia ahogar y amplificar los sonidos al mismo tiempo. El follaje del camino de grava que bajaba al muelle parecia demasiado denso para adentrarse, y las hojas ya estaban cubiertas de polvo a las seis y media de la manana.
El pequeno ritual de preparar el bote y el motor fueraborda era excitante, un recreo dentro del largo viaje. El chaleco salvavidas, un bulto incomodo con peste a pescado, era tranquilizador. El pequeno bote avanzo despacio por el embalse, hendiendo las aguas calmas, agitando perezosos arcos iris de aceite derramado. La palpitacion del motor de diez caballos se fundia con el olor a gasolina y escamas de pescado para crear una perfecta sensacion de lugar y perspectiva en la joven conciencia de Baedecker.
El puente de la carretera vieja se habia alejado de la costa cuando la presa habia taponado el rio unos anos antes. Ahora solo quedaban dos fragmentos rotos, blancos y brillantes como femures expuestos contra el cielo azul y el agua oscura.
El joven Baedecker estaba fascinado con la idea de subir a los puentes, de erguirse sobre la caliente extension del lago, de pescar desde alla arriba. Baedecker sabia que su padre amaba la pesca tranquila. Conocia la infinita paciencia con que pescaba su padre, observando la linea durante horas sin pestanear, dejando que el bote se deslizara por el lago o incluso que bogara a la deriva con el motor apagado. Baedecker no tenia esa paciencia. El bote ya le parecia demasiado pequeno, el avance demasiado lento. Acordaron una solucion de compromiso: el nino tendria libertad -aunque arropado en su chaleco salvavidas- mientras su padre exploraba las caletas cercanas buscando una entrada promisoria. Baedecker tuvo que prometer que se quedaria en el centro del mas grande de los dos arcos.
La sensacion de aislamiento era maravillosa. El bote de su padre se perdio de vista a la vuelta de un cabo y Baedecker continuo observando hasta que murieron los ultimos ecos del motor fueraborda. El sol calentaba