Obinna sonrio, satisfecho de compartir su desgracia. Bosch contemplo el fulgor del cristal roto en el fondo de la vitrina.

– Si -asintio.

– Que lastima. Ha llegado un dia tarde.

– ?Dice que solo han robado joyas de estas dos vitrinas?

– Si. Entraron, se las llevaron y salieron a escape. -?Que hora era?

– La policia me llamo a las cuatro y media de la manana, en cuanto salto la alarma, y yo vine en seguida. Ellos tambien vinieron inmediatamente, pero cuando llegaron ya no habia nadie. Esperaron a que yo llegara y luego se marcharon. Desde entonces estoy esperando a unos detectives que aun no han aparecido. No puedo limpiar los cristales hasta que ellos vengan a investigar el robo.

Bosch estaba pensando en la hora. El cadaver habia aparecido a las cuatro de la madrugada, despues de la llamada anonima al telefono de emergencias. La casa de empenos habia sido robada mas o menos a la misma hora y un brazalete empenado por el muerto habia desaparecido. «Demasiada casualidad», se dijo.

– Ha mencionado algo sobre unas fotos. ?Se refiere a un inventario para la policia?

– Si, para el Departamento de Policia de Los Angeles. La ley me obliga a pasar listas de todo lo que compro a los detectives encargados de estos asuntos y yo coopero al maximo.

Obinna contemplo su vitrina rota con cara de lastima.

– ?Y las fotos?

– Ah, si. Las fotos. Los detectives me pidieron que sacara fotos de mis mejores adquisiciones para poder identificar la mercancia robada. En este caso, yo no estaba obligado pero, como siempre he cooperado con la policia, me compre una Polaroid y hago fotos de todo por si quieren venir a mirar. Lo malo es que nunca vienen; es una tomadura de pelo.

– ?Tiene una foto del brazalete? Obinna puso cara de sorpresa; al parecer, no se le habia ocurrido aquella posibilidad.

– Creo que si -contesto, y desaparecio tras una cortina negra que tapaba una puerta, justo detras del mostrador. Obinna aparecio unos segundos mas tarde con una caja de zapatos llena de fotografias y unos recibos de color amarillo enganchados con un clip. Busco entre las fotos, sacando una de vez en cuando, arqueando las cejas y volviendola a meter. Finalmente encontro la que queria.

– ?Ah! Aqui esta.

Bosch la cogio y la examino.

– Oro antiguo con incrustaciones de jade. Precioso -lo describio Obinna-. Ya me acuerdo; de primera calidad. No me extrana que el cabron que me robo se lo llevara. Es un brazalete mexicano, de los anos treinta… Le di al hombre ochocientos dolares, aunque no suelo pagar tanto dinero por una joya. Una vez (me acordare toda la vida) un tio enorme me trajo el anillo de la Super Bowl de 1983. Era precioso. Le di mil dolares, pero no volvio a buscarlo.

Obinna alargo la mano izquierda para mostrarle aquel enorme anillo, que parecia aun mas grande en su dedo menique.

– Y al hombre que empeno el brazalete, ?lo recuerda? -le pregunto Bosch.

Obinna lo miro desconcertado, mientras el detective contemplaba sus cejas, que eran como dos orugas a punto de atacarse. A continuacion, Bosch se saco del bolsillo una de las instantaneas de Meadows y se la entrego al prestamista. Obinna la estudio detenidamente.

– Este hombre esta muerto -concluyo al cabo de un rato. Las orugas se estremecian de miedo-. O lo parece.

– Eso ya lo se -le dijo Bosch-. Lo que quiero es que me diga si fue el, quien empeno el brazalete.

Obinna le devolvio la foto. -Creo que si -respondio.

– ?Vino alguna otra vez por aqui, antes o despues de empenar el brazalete?

– No, creo que me acordaria -contesto Obinna-. Yo diria que no.

– Necesito llevarme esto -le informo Bosch, refiriendose a la foto del brazalete-. Si la necesita, llameme.

Bosch dejo su tarjeta en la caja registradora. La tarjeta era una de esas baratas, con el nombre y el telefono escritos a mano en un espacio en blanco. Mientras pasaba por delante de una hilera de banjos en direccion a la salida, Bosch consulto su reloj. Volviendose hacia Obinna, que seguia mirando dentro de la caja, le dijo:

– ?Ah! El oficial de guardia me ha pedido que le dijera que si los detectives no llegaban dentro de media hora, que se fuera usted a casa y ellos ya vendrian manana por la manana.

Obinna lo miro sin decir nada. Las orugas se juntaron. Bosch desvio la mirada y se vio reflejado en un saxofon de bronce que colgaba del techo. Se fijo en que era un tenor. A continuacion dio media vuelta, salio de la tienda y puso rumbo al centro de comunicaciones para recoger la cinta.

El sargento de guardia en el centro de comunicaciones junto al ayuntamiento le dejo grabar la llamada al numero de emergencias, recogida por una de esas enormes grabadoras que nunca dejan de girar y captar los gritos de socorro de la ciudad. La voz de la persona que contesto el telefono era de mujer y parecia de raza negra. El que llamaba era un varon de raza blanca, un chico.

– Emergencias, ?digame?

– Em…

– ?Digame? ?Que quiere denunciar?

– Si… quiero denunciar que hay un tio muerto en una tuberia.

– ?Un cadaver? -Eso.

– ?Que quiere decir con «una tuberia»? -Una tuberia al lado de la presa. -?Que presa?

– Em… La de alla arriba, en las montanas… do esta el rotulo de Hollywood.

– ?La presa de Mulholland? ?En North Hollywood? -Si, Mulholland. No me acordaba del nombre. -?Y donde esta el cadaver? -En una tuberia vieja que hay alli, donde duerme gente. El muerto esta dentro.

– ?Conoce usted a esta persona? -?Yo? ?Que va! -?No podria estar durmiendo?

– No, no. -El chico solto una risa nerviosa-. Esta muerto.

– ?Como lo sabe?

– Porque lo se. Si no le interesa…

– ?Me da su nombre, por favor?

– ?Mi nombre? ?Para que lo quiere? Yo solo lo he visto; no he hecho nada.

– ?Y como puedo saber que me dice la verdad? -Pues registren la tuberia y veran. No se que mas decirle. ?Por que me pide el nombre?

– Porque lo necesito para el registro. ?Me dice como se llama?

– Em… no.

– ?Le importa esperar donde esta hasta que llegue un oficial?

– Bueno, yo ya no estoy en la presa, sino en… -Ya lo se. Esta usted en una cabina en Gower, cerca de Hollywood Boulevard. ?Puede esperar al oficial?

– ?Como lo sa…? No importa, me tengo que ir. Compruebenlo ustedes. Les aseguro que hay un tio muerto.

– Oiga…

La llamada se corto. Bosch se metio la cinta en el bolsillo y dejo el centro de comunicaciones.

Hacia diez meses que Harry Bosch no habia estado en el tercer piso de Parker Center. Habia trabajado en la Division de Robos y Homicidios durante casi diez anos, pero no habia vuelto desde que le habian suspendido de la Brigada Especial de Homicidios y trasladado al Departamento de Detectives de Hollywood. El dia que recibio la noticia, dos idiotas de Asuntos Internos llamados Lewis y Clarke le limpiaron la mesa, llevaron sus cosas al mostrador de Homicidios de la comisaria de Hollywood y le dejaron un mensaje en el contestador diciendole donde encontrarlas. Ahora, diez meses mas larde, pisaba de nuevo el recinto sagrado donde trabajaba la mejor brigada de detectives del Departamento de Policia de Los Angeles. Se alegro de que fuera domingo porque asi no habria caras conocidas ni motivos para desviar la mirada.

La sala 321 estaba vacia a excepcion del detective de guardia, a quien Bosch no conocia. Harry le senalo el fondo de la sala y dijo:

– Bosch, detective de Hollywood. Necesito el ordenador.

El hombre de guardia, un chico joven que llevaba el mismo corte de pelo desde su paso por los Marines, estaba leyendo un catalogo de armas. Primero se volvio para mirar la fila de ordenadores que se extendia junto a

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