topo con una fotocopia de otra instantanea del brazalete, asi como las descripciones y fotos de los objetos desaparecidos en un robo al WestLand National Bank, un banco situado en la esquina de Sixth Avenue y Hill Street. Finalmente, Bosch fue capaz de recordar el cristal ahumado del edificio. «Un golpe a un banco en el que solo se llevan joyas -penso-. Que raro.» Estudio la lista con detenimiento; era demasiado extensa para que se tratara de un atraco a mano armada. Solo contando las de Harriet Beecham ya sumaban dieciseis joyas: ocho sortijas antiguas, cuatro brazaletes y cuatro pares de pendientes. Ademas, todas ellas estaban listadas bajo el epigrafe de robo, no atraco. Bosch miro en el dossier por si habia algun resumen del delito, pero solo encontro el nombre de una persona en el FBI: el agente especial E. D. Wish.

En ese momento Bosch se fijo en una esquina de la hoja donde se citaban tres dias como fecha del robo; tres dias consecutivos de la primera semana de septiembre. Bosch cayo en la cuenta de que se trataba del puente del dia del Trabajo, un fin de semana en que los bancos cerraban tres dias, por lo que el robo tuvo que ser un asalto a la camara acorazada. ?Con tunel incluido? Bosch se echo hacia atras y reflexiono sobre todo ello. ?Por que no lo recordaba? Un golpe como aquel habria sido tema de actualidad durante dias, y los de la oficina lo habrian comentado durante mas tiempo aun. En ese instante recordo que el se encontraba en Mexico tanto en el dia Trabajo, como durante las tres semanas siguientes, golpe al banco habia ocurrido durante su suspension un mes por el caso del Maquillador. Bosch se abalan sobre el telefono y marco un numero.

– Times, ?digame?

– Hola, Bremmer. Soy Bosch. Que, ?aun trabaja los domingos?

– Ya ves. Me tienen aqui encerrado de dos a diez, sin libertad condicional. Y tu, ?que me cuentas? No se nada de ti desde… lo del caso del Maquillador. ?Que tal por la Division de Hollywood?

– Soportable…, de momento. -Bosch hablaba en voz baja para que no le oyera el detective de guardia.

– No pareces muy entusiasmado -comento Bremmer-. Bueno, me han dicho que esta manana encontraste un fiambre en la presa.

Joel Bremmer llevaba mas tiempo escribiendo para el Times sobre casos policiales que el que la mayoria de policias llevaba en el cuerpo, Bosch incluido. Estaba al tanto de practicamente todo sobre el departamento, y lo que no sabia, lo podia averiguar sin dificultad con una sola llamada. Hacia un ano habia telefoneado a Bosch para saber que opinaba sobre su suspension de empleo y sueldo de veintidos dias; se habia enterado antes que el propio Bosch. Normalmente el departamento odiaba al Times, ya que el periodico nunca se quedaba corto en sus criticas a la policia. Sin embargo, Bremmer era respetado y muchos agentes, como Bosch, confiaban en el.

– Si, es mi caso -contesto Bosch-. De momento no esta nada claro, pero necesito un favor. Si al final es lo que parece, te aseguro que te interesara.

Aunque Bosch sabia que no tenia por que ofrecerle nada al periodista, queria dejar claro que podria haber algo para el mas adelante.

– ?Que necesitas? -pregunto Bremmer. -Tu ya sabes que, gracias a los de Asuntos Internos estuve de «vacaciones» el dia del Trabajo. Pero ese dia hubo…

– ?El robo por medio del tunel? ?No me iras a preguntar por el robo al banco en el que desaparecieron un monton de joyas, bonos, acciones y quizas incluso

Bosch noto que el tono del periodista iba subiendo a medida que hablaba. Sus conjeturas eran correctas; habia habido un tunel y la historia habia dado que hablar. Si Bremmer seguia asi de interesado, seguro que era un caso de peso. De todas formas, a Bosch le extranaba no haber oido nada sobre el asunto despues de volver al trabajo en octubre.

– Si, ese -contesto Bosch-. Como no estaba, me lo perdi. ?Detuvieron a alguien?

– No, el caso sigue abierto. Creo que lo lleva el FBI. -Me gustaria ver los recortes de prensa esta misma larde. ?Podria ser?

– Te hare copias. ?Cuando te vas a pasar? -Dentro de un rato.

– Supongo que tendra que ver con el fiambre de esta manana, ?no?

– Eso parece, pero no estoy seguro. Ahora mismo no puedo hablar. Si los federales llevan el caso, ire a verlos manana. Por eso necesito los recortes esta tarde.

– Aqui estare.

Despues de colgar, Bosch examino el brazalete en la fotocopia del FBI. No cabia duda de que se trataba de la misma joya que Meadows habia empenado, la misma que aparecia en la instantanea de Obinna. En la foto del FBI, el brazalete -con tres pececitos grabados sobre una ola de oro- rodeaba la muneca de una mujer que; a juzgar por su piel manchada, debia de ser bastan mayor. Bosch dedujo que seria la de la propia Harriet Beecham, de setenta y un anos, y que la foto la habria tomado para la poliza de seguros. Miro de soslayo detective de guardia, que seguia hojeando el catalogo de armas, y, tal como se lo habia visto hacer a Jack Nicholson en una pelicula, tosio ruidosamente a la vez que arrancaba la hoja del boletin. El detective alzo la cabeza, pero en seguida volvio a sus balas y pistolas. Mientras Bosch se guardaba la hoja en el bolsillo, sono su busca. Bosch marco el numero de la comisaria de Hollywood, pensando que le llamaban para decirle que habia otro cadaver para el. El que cogio la llamada era el sargento de guardia Art Crocket, a quien todo el mundo conocia por Davey.

– Harry, ?estas en casa?

– No, estoy en el Parker Center. Tenia que hacer una consulta.

– Perfecto; asi puedes pasarte por el deposito. Ha llamado un forense, un tal Sakai, diciendo que quiere verte.

– ?A mi?

– Me ha dicho que te dijera que ha pasado algo y que van a hacer esa autopsia hoy. Bueno, ahora mismo.

Bosch tardo cinco minutos en llegar al hospital County-USC y un cuarto de hora en encontrar aparcamiento. La oficina del medico forense estaba situada detras de uno de los edificios del hospital que habian sido declarados en ruinas tras el terremoto de 1987; era una construccion prefabricada de color amarillo y dos pisos de altura, fea y sin gracia. Al cruzar las puertas de cristal por donde entraban los vivos, Bosch se topo con un detective con quien habia trabajado a principios de los ochenta, cuando pertenecia a la brigada de vigilancia nocturna.

– Eh, Bernie -le saludo Bosch con una sonrisa.

– Vete al carajo, Bosch -le contesto Bernie-. Ni creas que tus fiambres son mas importantes que los nuestros.

Bosch siguio al detective con la mirada mientras este salia del edificio. Acto seguido entro en la recepcion, torcio a la derecha y recorrio por un pasillo pintado de color verde dividido por dos puertas dobles. A medida que avanzaba, el olor se hacia mas desagradable; era una combinacion de muerte y desinfectante industrial, en el que dominaba la primera. Finalmente, Bosch llego al vestuario de baldosas amarillas donde se cambiaban los forenses. Larry Sakai ya estaba alli, con la mascarilla y las botas de agua, poniendose una bata de un solo uso sobre su uniforme de hospital. Bosch saco otra bata de unas cajas que habia sobre un mostrador de acero inoxidable y empezo a endosarsela.

– ?Que mosca le ha picado a Bernie Slaughter? -pregunto-. ?Que le habeis hecho para que se haya cabreado tanto?

– Querras decir que le has hecho tu, Bosch -dijo Sakai sin mirarle a la cara-. Ayer lo avisaron porque un chico de dieciseis anos habia matado a su mejor amigo, en Lancaster. En principio parece un accidente, pero Bernie esta esperando a que comprobemos la trayectoria y el rastro de la bala para poder cerrar el caso. Yo le dije que lo hariamos hoy a ultima hora, asi que logicamente se ha presentado. Lo que pasa es que no vamos a hacerlo, porque a Sally le ha dado por empezar por el tuyo. No me preguntes por que. Cuando traje el cadaver le echo un vistazo y dijo que lo haria hoy. Yo le dije que tendriamos que saltarnos un fiambre y el decidio saltarse el de Bernie. Cuando fui a avisarlo, Bernie ya venia para aqui; por eso esta cabreado. Ya sabes que vive al otro lado de la ciudad, en Diamond Bar. Se ha pegado todo el viaje para nada.

Bosch, con la mascarilla, la bata y las botas, siguio a Sakai por el pasillo embaldosado que conducia a la sala, de autopsias.

– Pues que se cabree con Sally, no conmigo -comento Bosch.

Sakai no respondio. Ambos se dirigieron hacia la primera mesa, donde Billy Meadows yacia boca arriba, desnudo, y con la nuca apoyada sobre un taco de madera. En total habia seis mesas de acero inoxidable, con canalones en los bordes, desagues en las esquinas y un cadaver en cada una. El doctor Jesus Salazar estaba examinando el pecho de Meadows, de espaldas a Bosch y Sakai.

Вы читаете El eco negro
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату