hasta que el sol dibujaba suavemente el contorno de las montanas sobre la niebla de la manana.
Aunque Bosch habia ido a la clinica de la Asociacion de Veteranos de Sepulveda, los psicologos no le habian servido de ayuda. Le dijeron que pasaba por una etapa en la que dormiria profundamente, pero con pesadillas.
A continuacion sufriria meses de insomnio, ya que su mente se defenderia del terror que le acechaba al dormir. Segun el medico, su cerebro habia reprimido la angustiosa experiencia vivida en la guerra y si queria descansar de noche, Bosch tenia que enfrentarse a esos sentimientos durante el dia. Lo que el doctor no comprendia que lo hecho, hecho esta. Era imposible volver atras para reparar lo que habia ocurrido; es inutil poner una tirita sobre un alma herida.
Bosch se ducho y se afeito. Al mirarse en el espejo, recordo lo dura que habia sido la vida con Billy Meadows. Aunque tenia muchas canas, Harry conservaba una cabellera abundante y rizada y, aparte de las ojeras, todavia ofrecia un aspecto joven y atractivo. Despues de limpiarse la espuma de afeitar, se puso su traje de verano beige y una camisa azul celeste. En una percha del armario encontro una corbata granate con un estampado de cascos de gladiador que no estaba descolorida ni demasiado arrugada, se la ajusto con el alfiler del 187, se enfundo la pistola en el cinto y se adentro en la oscuridad que precedia al alba.
Bosch condujo hasta el centro para tomarse una tortilla, tostadas y cafe en el Pantry, un bar de Figueroa Street que permanecia abierto las veinticuatro horas del dia. En el interior, un cartel anunciaba con orgullo que el establecimiento nunca habia pasado un solo instante sin clientes desde antes de la Depresion. Al darse la vuelta, comprobo que el peso de aquel record recaia sobre el, ya que estaba completamente solo.
El cafe y los cigarrillos le ayudaron a despejarse. Luego Bosch enfilo la autopista de vuelta a Hollywood, dejando atras un mar de coches que iniciaban su lucha para llegar al centro.
La comisaria de Hollywood estaba en Wilcox Street, a un par de manzanas del Boulevard. Bosch aparco delante de la puerta porque solo iba a estar un rato y no queria quedarse atrapado en el atasco que se formaba en el aparcamiento durante el cambio de turno. Al entrar en la pequena recepcion, vio una mujer con un ojo morado que lloraba y rellenaba una denuncia en el mostrador principal. En el pasillo de la izquierda donde estaba la oficina de detectives, en cambio, reinaba un silencio absoluto. El detective de guardia debia de estar fuera, de servicio, o arriba en la «suite nupcial» -un cuartucho con dos catres que usaban los primeros que llegaban-. La oficina de detectives parecia anclada en el tiempo; aunque no habia nadie, las largas mesas asignadas a Atracos, Automoviles, Menores, Robos y Homicidios estaban completamente inundadas de papeles y objetos. Los detectives entraban y desaparecian, pero el papel no se movia.
Bosch se dirigio al fondo de la oficina para poner la cafetera. Por el camino echo un vistazo a traves de una puerta trasera hacia el pasillo donde se hallaban los bancos de detencion y las celdas. Alli, esposado a un banco, habia un chico blanco con un peinado estilo rasta. «Un menor. Tendra como mucho diecisiete anos», dedujo Bosch. En California era ilegal meterlos en un calabozo con los adultos, lo cual era como decir que era peligroso meter a coyotes y dobermans en una perrera.
– ?Tu que miras, gilipollas? -le grito el chico.
Por toda respuesta, Bosch vacio un sobre de cafe dentro del filtro. Un policia de uniforme saco la cabeza del despacho del oficial de guardia situado al fondo del pasillo.
– ?Te aviso! -le chillo al chico-. La proxima vez te aprieto las esposas. Dentro de media hora no te notaras las manos, y entonces ya me diras con que te vas a limpiar el culo.
– Con tu cara, mamon.
El policia de uniforme se precipito al pasillo, avanzando hacia el chico con pasos agigantados y amenazadores. Bosch metio el filtro en la cafetera y oprimio el boton. Despues se alejo de la puerta y volvio a la mesa de Homicidios. No queria ver lo que le pasaba al chico. Arrastro su silla desde su lugar habitual hasta una de las maquinas de escribir de la oficina. Los formularios pertinentes estaban en unos casilleros en la pared, encima de la maquina. Bosch introdujo en el rodillo uno en blanco sobre la escena del crimen, saco su libreta de notas y la abrio por la primera pagina.
Al cabo de dos horas de escribir, fumar y beber cafe malo, una nube azulada flotaba sobre la mesa de Homicidios y Bosch habia completado el sinfin de papeles que acompanan a una investigacion de asesinato. Cuando se levanto a hacer fotocopias en el pasillo trasero, se fijo en que el chico del pelo rasta ya no estaba. Bosch saco una carpeta azul nueva del armario de material -tras forzar la puerta con su carne del Departamento de Policia de Los Angeles- y archivo una copia de los informes. Acto seguido escondio la otra copia en una vieja carpeta azul que guardaba en un cajon de su archivador con el nombre de un antiguo caso sin resolver. Luego releyo su trabajo. A Bosch le gustaba el orden que la burocracia imponia sobre un caso. En ocasiones anteriores habia adoptado la costumbre de releer cada manana el informe del asesinato porque le ayudaba a pensar. En ese momento el olor a plastico de la carpeta nueva le recordo pasadas investigaciones y le animo a seguir; la caza acababa de comenzar. Sin embargo, los informes que habia mecanografiado para el archivo no eran del todo completos. En el Informe Cronologico del Oficial Investigador habia omitido sus movimientos durante parte de la tarde y la noche del domingo. Tampoco habia incluido la conexion entre Meadows y el robo al WestLand Bank ni las visitas a la tienda de empenos y a Bremmer en el Times. Ni siquiera habia escrito un resumen de dichas entrevistas. Era lunes, solo el segundo dia de la investigacion. Antes de consignar nada, decidio hablar con el FBI y averiguar que estaba pasando exactamente; una precaucion que siempre tomaba. Finalmente, Bosch acabo su trabajo en la oficina antes de que los demas detectives empezaran el dia.
A las nueve ya habia llegado a Westwood y se encontraba en el decimoseptimo piso del edificio del FBI en Wilshire Boulevard. La sala de espera era espartana, con los clasicos sofas forrados de plastico y mesitas bajas de formica rayada sobre las que yacian desperdigados unos cuantos ejemplares del FBI Bulletin. Bosch no se sento ni se puso a leer, sino que se dirigio a las cortinas de gasa que cubrian las altisimas ventanas y contemplo el panorama. La cara norte del edificio le ofrecia una vista esplendida que iba desde el Pacifico hasta el este, pasando por las montanas de Santa Monica y Hollywood. Las cortinas actuaban como una capa de niebla sobre la contaminacion y Bosch, casi rozando el tejido con la nariz, miro abajo, al otro lado de Wilshire, donde se hallaba el cementerio de la Asociacion de Veteranos. Sus lapidas blancas se alzaban sobre el cesped recortado como filas y filas de dientes de leche. Precisamente en ese momento se desarrollaba un funeral en el que la guardia de honor rendia homenaje al difunto, aunque no habia mucha gente. Un poco mas alla, en un pequeno monticulo sin lapidas, unos trabajadores se dedicaban a extraer tierra con una excavadora. Mientras contemplaba el paisaje,
Bosch iba comprobando sus progresos, pero no acertaba a comprender que estaban haciendo. El agujero era demasiado largo y ancho para ser una tumba.
A las diez y media el funeral del soldado habia concluido, pero los empleados del cementerio seguian trabajando en la colina. Y Bosch seguia esperando junto a la ventana. Finalmente oyo una voz a sus espaldas.
– Todas esas lapidas… Yo prefiero no mirar.
Al volverse, Bosch vio a una mujer alta y esbelta, con el pelo ondulado hasta los hombros, castano con mechas rubias. Estaba morena e iba poco maquillada. Tenia un aspecto duro y quiza demasiado cansado para esa hora de la manana, algo bastante habitual entre las mujeres policia y las prostitutas. Llevaba un traje chaqueta marron y una blusa blanca con un lazo tambien marron de estilo vaquero. Bosch se fijo en las curvas asimetricas de sus caderas bajo la chaqueta; debia de llevar algo pequeno en el lado izquierdo, tal vez una Rugar. Le llamo la atencion, porque todas las mujeres policia que conocia solian llevar sus armas en el bolso.
– Es el cementerio de veteranos -le dijo ella.
– Ya lo se.
Bosch sonrio, aunque no por aquel comentario, sino porque habia imaginado que el agente especial E. D. Wish seria un hombre. El solo lo habia supuesto porque la mayoria de agentes federales asignados a robos de bancos eran hombres. Aunque las mujeres eran parte de la nueva imagen del FBI, no era habitual verlas en aquellas brigadas, en las que reinaba una fraternidad compuesta en su mayor parte por dinosaurios y gente que no cuadraba en el nuevo estilo del FBI. Los tiempos del agente federal Melvin Purvis habian pasado a la historia; actualmente el FBI se centraba en casos de fraude a gran escala, espionaje y narcotrafico. Los atracos a bancos ya no eran espectaculares, porque los atracadores no solian ser profesionales, sino yonquis que necesitaban un poco de dinero para pasar la semana. Por supuesto, robar un banco continuaba siendo un delito federal y ese era el unico motivo por el que el FBI seguia a cargo de los casos.
– Si, claro -contesto ella-. ?En que puedo ayudarle, detective Bosch? Soy la agente Wish.