hacer. Cuando me llamo esta manana para contarme lo del chico, parecia bastante animado, como si las cosas fueran bien. No quiero dejar la vigilancia sin s visto bueno.

– Como quieras. Oye, ?como se entero Irving de que el chico habia muerto?

– No lo se. Cuidado: va a coger la 10.

Lewis y Clarke siguieron al Caprice gris hasta la autopista de Santa Monica. A medida que se alejaban de la ciudad, el trafico se iba haciendo mas fluido. Sin embargo, Bosch ya no conducia tan rapido; paso de largo las salidas de Clover Field y Lincoln, que llevaban a casa de Eleanor Wish, y continuo por la autopista hasta atravesar el tunel y emerger en los acantilados junto a la carretera de la costa. Bosch puso rumbo al norte, con el sol radiante sobre su cabeza y las montanas de Malibu en la distancia, como manchas opacas en el borroso horizonte.

– ?Y ahora que?

– No lo se. Despegate un poco.

Cada vez habia menos trafico, y a Clarke le resultaba dificil mantener un coche de distancia. Lewis continuaba creyendo que la mayoria de policias nunca comprobaban si les seguian, pero pensaba que aquel dia podia ser una excepcion. El testigo de Bosch acababa de ser asesinado y eso lo habria puesto sobre aviso.

– Si, no te acerques demasiado. Tenemos todo el dia.

Bosch mantuvo una velocidad constante durante los siguientes seis kilometros y finalmente se metio en un aparcamiento junto al restaurante Alice's, en el muelle de Malibu. Los detectives de Asuntos Internos pasaron de largo disimuladamente hasta que un kilometro mas alla, Clarke dio la vuelta mediante una maniobra ilegal. Cuando llegaron al aparcamiento, el coche de Bosch estaba alli, pero el no.

– ?Otra vez este restaurante? Le debe de encantar.

– Y ni siquiera esta abierto.

Los dos agentes miraron a su alrededor. Habia otros cuatro coches al fondo del aparcamiento y por sus bacas dedujeron que pertenecian a un grupito de surfistas que cabalgaban sobre las olas al sur del muelle. Finalmente Lewis avisto a Bosch y lo senalo con el dedo. Estaba caminando hacia el final del embarcadero, con la cabeza gacha y el pelo alborotado por el viento. Lewis se dispuso a coger la camara, pero se dio cuenta de que todavia estaba en el maletero. En su lugar, saco un par de prismaticos de la guantera y los enfoco hacia la figura cada vez mas pequena de Bosch. Lo observo hasta que llego al final de la plataforma de madera y apoyo los codos sobre la barandilla.

– ?Que hace? -pregunto Clarke-. Dejame ver.

– No. Tu conduces y yo vigilo. Ademas no hace nada; solo esta apoyado.

– Algo hara.

– Esta pensando, ?vale?… Ahora esta encendiendo un cigarrillo. Que, ?contento? Y ahora… Espera. -?Que pasa?

– Mierda. Deberiamos haber preparado la camara. -?Como que «deberiamos»? Ese es tu trabajo. Yo conduzco -protesto Clarke-. ?Que ha hecho? -Ha tirado algo al agua.

A traves de las lentes de aumento,. Lewis divisaba el cuerpo de Bosch apoyado sobre la barandilla, contemplando las olas. No parecia haber nadie mas en el muelle.

– ?Que ha tirado? ?Lo ves?

– ?Como quieres que lo sepa? Desde aqui no veo la superficie. ?Quieres que les pida a los surfistas que nos lo traigan? -se burlo Lewis-. Yo que se que cono ha tirado.

– Tranquilo, colega; solo era una pregunta. A ver, ?de que color era mas o menos?

– Parecia blanco, como una pelota, pero medio flotaba.

– Pensaba que no podias ver la superficie. -Quiero decir al caer, como un panuelo o una hoja de papel.

– ?Que hace ahora?

– Esta apoyado en la barandilla, mirando el agua.

– Son remordimientos de conciencia. Con un poco de suerte saltara y podremos olvidarnos de este maldito asunto.

Clarke se rio de su chiste, pero a Lewis no le hizo gracia.

– Ya te gustaria.

– Pasame los prismaticos y llama a Irving para preguntarle que quiere que hagamos.

Lewis entrego los prismaticos a su companero y salio del coche. Primero se dirigio al maletero, lo abrio y saco la Nikon, a la que puso un objetivo de larga distancia; luego se la llevo hacia la ventanilla del conductor y se la paso a Clarke.

– Sacale una foto para que tengamos algo que ensenarle a Irving.

A continuacion corrio al restaurante a telefonear y volvio al cabo de tres minutos. Bosch seguia apoyado en la barandilla del muelle.

– El jefe dice que no dejemos la vigilancia bajo ninguna circunstancia -anuncio Lewis-. Tambien me ha dicho que nuestros informes eran una puta mierda. Quiere mas detalles y mas fotos. ?Lo entiendes?

Clarke estaba demasiado ocupado mirando por el visor de la camara. Lewis cogio los prismaticos y observo a Bosch que incomprensiblemente seguia inmovil. ?Que hacia? ?Pensar? ?Por que habia venido tan lejos para pensar?

– Me cago en Irving -respondio Clarke, dejando caer la camara sobre su regazo y mirando a su colega-. Ya he sacado un par de fotos de Bosch; las suficientes para tenerlo contento. Pero no esta haciendo nada.

– Ahora si -anuncio Lewis, que seguia espiando por los prismaticos-. Arranca y vamonos.

Bosch se alejo del muelle despues de arrojar al agua el memorandum sobre la hipnosis. Como una flor tirada a un mar revuelto, el papel floto unos breves instantes antes de hundirse para siempre. La determinacion de Bosch de encontrar al asesino de Meadows era cada vez mas fuerte; ahora tambien buscaba justicia para Tiburon. Mientras caminaba por los viejos tablones del muelle, Bosch vio salir del aparcamiento al Plymouth que le habia seguido hasta alli.

«Son ellos -penso-, pero no pasa nada.»

Ya no le importaba lo que hubieran visto o dejado de ver. Habian entrado en vigor las nuevas reglas y Bosch tenia planes para Lewis y Clarke.

Bosch regreso al centro de la ciudad por la autopista 10. En ningun momento se molesto en buscar el coche negro por el retrovisor, porque sabia que estaria alli. De hecho, queria que estuviese alli.

Cuando llego a Los Angeles Street, aparco en zona prohibida frente a un edificio gubernamental. Subio al tercer piso y entro en una de las abarrotadas salas de espera del Servicio de Inmigracion y Naturalizacion. El lugar olia como una carcel: a sudor, miedo y desesperacion. Una mujer con aspecto aburrido estaba haciendo el crucigrama del Times detras de una ventanilla. En el mostrador habia un dispensador de billetes como los que usan en los supermercados para dar el turno. Al cabo de unos instantes, la mujer alzo la vista y vio a Bosch sosteniendo su placa.

– ?Sabe como se le llama a un hombre que sufre una tristeza y soledad constantes? Cinco letras -pregunto ella despues de abrir la ventanilla corredera y comprobar si se habia roto una una.

– Bosch.

– ?Que?

– Detective Harry Bosch. Dejeme entrar. Quiero ver a Hector.

– Primero tengo que preguntar -contesto con un mohin. Despues de susurrar algo por telefono, la mujer repaso el nombre de Bosch con el dedo y colgo.

– Dice que entre por detras -le informo, apretando el boton que abria la puerta-, que ya sabe el camino.

Bosch le dio la mano a Hector Villabona, que estaba sentado en una oficina mucho mas pequena incluso que la de Bosch.

– Necesito un favor: que me dejes el ordenador.

– Adelante.

Eso era lo que a Bosch le gustaba de Hector; nunca preguntaba que o por que antes de decidir. Era un tio que no se iba por las ramas ni participaba en los jueguecitos en los que, segun Bosch, estaba metida toda la profesion. Sin levantarse de la silla, Hector rodo hasta un ordenador situado contra una pared y tecleo su contrasena.

– Supongo que querras que te mire unos nombres. ?Cuantos son?

Bosch tampoco quiso irse por las ramas, de modo que le enseno la lista de treinta y cuatro nombres. Hector silbo en voz baja y dijo:

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