Las autopuertas no funcionaban. Miles se detuvo ante el cristal un instante, indeciso, luego las aporreo. Hubo un tenue movimiento tras el vidrio iridiscente. Una pausa muy larga y las puertas se abrieron unos treinta centimetros. Miles entro de lado. Desde dentro, un hombre volvio a cerrar las puertas a mano y las atranco con una barra de metal.

El interior de la licoreria era un desastre. Miles jadeo debido a los vapores del aire, surgidos de las botellas rotas. «Podrias emborracharte solo con respirar…» Chapoteaba al pisar la alfombra.

Miles miro a su alrededor para decidir a quien asesinar primero. El que habia abierto la puerta destacaba, ya que solo llevaba puesta la ropa interior.

—Es el almirante Naismith —siseo el portero. Se puso firmes, mas o menos, y saludo.

—?A que cuerpo pertenece usted, soldado? —rugio Miles.

Las manos del hombre hicieron pequenos movimientos, como para ofrecer una explicacion por medio de mimica. Miles no pudo sacarle su nombre.

Otro dendarii, este de uniforme, permanecia sentado en el suelo con la espalda apoyada en una columna. Miles se agacho. Penso en obligarlo a ponerse en pie, o al menos de rodillas, cogiendolo por la chaqueta. Lo miro a la cara. Unos ojillos rojos como carbones encendidos en las cavernas de sus cuencas lo miraron sin reconocerlo.

—?Uf! —murmuro Miles, y se levanto sin intentar comunicarse. La conciencia de aquel soldado estaba en algun lugar en el espacio del agujero de gusano.

—?A quien le importa? —dijo una voz ronca desde el suelo, tras uno de los pocos estantes que no habian sido volcados con violencia—. ?A quien demonios le importa?

«Oh, aqui tenemos hoy a la flor y nata, ?no?», penso Miles con amargura. Una persona erecta surgio de detras del estante.

—No puede ser. Habia desaparecido otra vez… —dijo.

Al fin alguien a quien Miles conocia por su nombre. Demasiado bien. Mas explicaciones para el caso eran casi innecesarias.

—Ah, soldado Danio. Me alegra verle aqui.

Danio consiguio ponerse firmes, alzandose sobre Miles. Una antigua pistola, las cachas llenas de muescas, colgaba amenazante de su gruesa mano. Miles la senalo.

—?Es esta el arma mortal que me han dicho que venga a recoger? Hablaban como si hubieran bajado aqui la mitad de nuestro maldito arsenal.

—?No, senor! —dijo Danio—. Eso iria contra las ordenanzas.

Acaricio afectuosamente la pistola.

—Es de mi propiedad. Porque nunca se sabe. Hay locos por todas partes.

—?Llevan ustedes otras armas?

—Yalen tiene su cuchillo de monte.

Miles logro controlar un retortijon de alivio prematuro. Al fin y al cabo, si aquellos subnormales actuaban por su cuenta, la Flota Dendarii tal vez no se viera involucrada oficialmente en aquel asunto.

—?Sabian que llevar armas es un delito criminal en esta jurisdiccion?

Danio lo medito.

—Mariquitas —comento por fin.

—En cualquier caso —dijo Miles con firmeza—, voy a tener que recogerlas y llevarlas a la nave insignia.

Miles se asomo detras del estante. El hombre que estaba en el suelo (Yalen, presumiblemente) tenia en las manos un enorme pedazo de acero adecuado para abrir a un ciervo entero, si llegaba a encontrar uno bramando por las calles metalicas y las aeropistas de Londres. Miles, tras pensarselo, se lo pidio.

—Entregueme ese cuchillo, soldado Danio.

Danio solto el arma de la tenaza de su camarada.

—Nooo… —dijo el que estaba en posicion horizontal.

Miles respiro mas tranquilo cuando tuvo las dos armas en las manos.

—Ahora, Danio… rapido, porque se estan poniendo nerviosos ahi fuera… ?Que ha pasado aqui exactamente?

—Bueno, senor, estabamos celebrando una fiesta. Habiamos alquilado una habitacion —senalo con la cabeza al portero medio desnudo que escuchaba cerca—. Nos quedamos sin suministros y vinimos aqui a comprar mas, porque estaba cerquita. ?Lo teniamos todo preparado y empaquetado, y entonces la zorra no quiso aceptar nuestro credito! ?Buen credito dendarii!

—?La zorra…? —Miles miro en derredor y mas alla del desarmado Yalen. «Oh, dioses…» La empleada de la tienda, una mujer regordeta de mediana edad, yacia de costado en el suelo al otro lado del estante, amordazada, atada con la chaqueta del soldado desnudo y sus pantalones.

Miles desenfundo el cuchillo de monte y se acerco. La mujer emitio histericos sonidos guturales.

—Yo de usted no la soltaria —advirtio el soldado desnudo—. Hace un monton de ruido.

Miles se detuvo y estudio a la mujer. Su pelo gris destacaba salvajemente, excepto alli donde lo tenia pegado al cuello y la frente por el sudor. Sus ojos aterrorizados giraron enloquecidos; se debatio contra las ligaduras.

—Mm.

Miles se guardo el cuchillo en el cinturon temporalmente. Leyo por fin el nombre del soldado desnudo en su uniforme, e hizo una desagradable conexion mental.

—Xaviera. Si, ahora lo recuerdo. Se porto usted bien en Dagoola.

Xaviera se enderezo aun mas.

Maldicion. Se acabo su incipiente plan de entregar a todo el grupo a las autoridades locales y rezar para que estuvieran aun en la carcel cuando la flota abandonara la orbita. ?Podria separar de algun modo a Xaviera de sus indignos camaradas? Ay, parecia que todos estaban en aquello juntos.

—Asi que ella no quiso aceptar sus tarjetas de credito. Usted, Xaviera… ?que paso a continuacion?

—Er… se intercambiaron insultos, senor.

—?Y?

—Los nervios se desbocaron un tanto. Se lanzaron botellas y cayeron al suelo. La mujer llamo a la policia. Recibio un punetazo —Xaviera miro con cautela a Danio.

Miles capto la falta de protagonistas de toda la accion en la sintaxis de Xaviera.

—?Y?

—Y la policia llego. Y les dijimos que volariamos el lugar en pedazos si trataban de entrar.

—?Y tienen ustedes los medios para llevar a cabo esa amenaza, soldado Xaviera?

—No, senor. Fue todo un farol. Intentaba pensar… bueno, que haria usted en esta situacion, senor.

«Este es demasiado observador. Aunque este como una cuba», penso Miles con amargura. Suspiro y se paso las manos por el pelo.

—?Por que no quiso aceptar sus tarjetas de credito? ?No son las Universales Terrestres que les asignaron en el espaciopuerto? No intentarian colarle las que quedaron de Mahata Solaris, ?no?

—No, senor —dijo Xaviera. Saco su tarjeta para probarlo. Parecia en orden. Miles se volvio con intencion de pasarla por la comuconsola del mostrador, solo para descubrir que habia sido hecha pedazos de un disparo. El agujero de bala de la placa estaba centrado con precision y debia de haber sido considerado el tiro de gracia, aunque la comuconsola aun emitia leves ruiditos de vez en cuando. Miles anadio su precio a la factura que llevaba ya en mente, y dio un respingo.

—De hecho —Xaviera se aclaro la garganta—, fue la maquina la que la escupio, senor.

—No tendria que haber hecho eso —empezo a decir Miles—, a menos…

«A menos que suceda algo en la central de cuentas», penso. Sintio la boca del estomago subitamente helada.

—Lo comprobare —prometio—. Mientras tanto, tenemos que acabar con este asunto y sacarlos de aqui sin que los policias locales los frian a tiros.

Danio senalo excitado la pistola que Miles empunaba.

—Podriamos abrirnos paso por detras. Echar a correr hacia el tubo mas cercano.

Miles, momentaneamente sin habla, penso en cargarse a Danio con su propia pistola. El hombre se salvo

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