– Cuando hacia mal tiempo, les leia o los escuchaba. -Niccolini se inclino hacia delante y cogio de nuevo el bocadillo. Partio un trozo y lo deposito en el borde del plato-. Siempre decia lo mucho que les gustaba poder contar a personas de menos edad como era la vida cuando ellos eran jovenes, que habian hecho y que aspecto tenia la ciudad hace sesenta anos, setenta…

– Me temo que la gente no necesita estar en la casa di cura para empezar a hacer eso -dijo Brunetti, y sonrio, pensando en las horas que ya habia pasado lamentandose de los cambios producidos en la ciudad desde que el mismo era joven-. Creo que eso forma parte de ser veneciano. -Y al cabo de un momento-: O parte de ser humano.

Niccolini se recosto en su silla.

– Creo que es peor para los ancianos. Los cambios resultan mucho mas obvios para ellos.

Luego, como muchas personas hacian cuando surgia aquel tema de conversacion, suspiro profundamente e imprimio a su mano un movimiento circular desprovisto de significado. Brunetti dijo:

– Usted ha dicho que ella empezo aqui. ?Donde mas visitaba ancianos?

– En ese sitio, ahi, en Bragora. Era donde trabajaba. Todavia.

Al oirse pronunciar esa palabra, Niccolini bajo la vista hacia sus manos. Brunetti recordo haberlo oido anos antes: toda una planta de un palazzo en el Campo Bandiera e Moro, regido por cierta orden de monjas que, si bien se rumoreaba que cobraban los precios mas elevados de la ciudad, procuraban los mejores cuidados. No habia camas libres cuando el buscaba una plaza para su madre, y no habia vuelto a pensar en aquel lugar desde entonces. Niccolini tomo aire subitamente, y eso atrajo la mirada de Brunetti hacia el.

– Oh, Dios mio -exclamo el doctor-. Tendre que decirselo.

El rostro de Niccolini se tino de rojo, y sus ojos empezaron a brillarle. Se inclino hacia delante y, con los codos apoyados en los brazos de la silla, se cubrio la boca y la nariz con las manos.

Brunetti miro el reloj. Eran casi las dos.

– No puedo llamarlas. No puedo hacerlo por telefono -dijo Niccolini, sacudiendo la cabeza como para rechazar la posibilidad.

Brunetti, indeciso, pregunto:

– ?Querria usted que yo hablara con ellas, dottore? -Los ojos de Niccolini lo miraron como en un fogonazo-. Conozco a dos o tres hermanas de ahi -se apresuro a anadir Brunetti. Bien, habia hablado con ellas hacia anos, asi que, en cierta manera, las conocia-. No esta lejos de la questura. -Brunetti no sabia hasta que punto presionar, y no queria parecer demasiado interesado-. Por supuesto, si prefiere hacerlo usted mismo, lo comprendere.

El camarero paso junto a su mesa, y Brunetti pidio la cuenta. En los minutos que pasaron mientras el camarero iba dentro en su busca, Niccolini mantuvo la mirada fija en su copa medio llena de vino y en los bocadillos sin comer.

Brunetti pago la cuenta, dejo unos pocos euros en la mesa y echo atras su silla. Niccolini se puso en pie.

– Me gustaria hacerlo yo, commissario. No se si voy a poder… -empezo, pero la voz se le apago, incapaz de dar un nombre a lo que era incapaz de hacer.

– Por supuesto -admitio Brunetti, procurando decir lo minimo.

Tendio la mano y tomo la del doctor. Antes de que pudiera hablar, el doctor se la estrecho hasta el punto de causarle dano y dijo:

– No diga nada. Por favor.

Solto la mano de Brunetti y atraveso el campo en direccion al hospital.

8

Brunetti alargo la mano y cogio uno de los bocadillos del plato. Cohibido porque lo vieran comer de pie, volvio a sentarse y se lo acabo. Luego entro en el bar y se tomo un vaso de agua mineral. Se dio cuenta de que no habia llamado a Paola para decirle que no iria a casa a almorzar. Pago y salio para hacer la llamada. Marco el numero de su casa y espero que ella entendiera que habia estado, en cierto sentido, secuestrado por los acontecimientos.

– Paola -dijo, cuando ella respondio con su nombre-. Las cosas se me han ido de las manos.

– Lo mismo que un rombo al vino blanco con hinojo.

Bueno, al menos no estaba enfadada.

– Y patatas de guarnicion, y zanahorias -prosiguio ella incansable- y una de esas botellas de tokay que te dio tu informador.

– Se supone que no debi haberte dicho eso.

– Entonces haz como que no me has oido decir que se de quien las conseguiste.

Quiza no iba a salir tan bien librado.

– He tenido que reunirme con el hijo de esa mujer que murio anoche.

– No venia en el periodico esta manana, pero ya esta en la version digital.

Brunetti no se sentia comodo en la era cibernetica, y aun preferia leer sus periodicos en papel. El hecho de que un periodico como el Gazzettino ahora existiera en el ciberespacio era para el causa de una gran incomodidad.

– ?Que sera de la gente expuesta al Gazzettino las veinticuatro horas del dia? - pregunto.

Paola, que a menudo tenia una vision mas amplia y mesurada que Brunetti, dijo:

– Consideralo como un monton de residuos toxicos que no acaban en Africa.

– Sin duda. No habia considerado eso. Ahora estoy en paz con mi conciencia -dijo Brunetti. Luego, curioso por saber como se desarrollaba la historia, pregunto-: ?Que dicen?

– Que fue hallada en su piso por una vecina. Al parecer la causa de la muerte fue un ataque al corazon.

– Bueno.

– ?Eso significa que no fue asi?

– Rizzardi se ha mostrado mas evasivo y circunspecto que de costumbre. Creo que podria haber visto algo, pero no dijo nada al hijo de la mujer.

– ?Como es el hijo?

– Parece una persona decente -dijo Brunetti, y ciertamente esa fue su primera impresion-. Pero no podia disimular su alivio por el hecho de que la policia no mostrara interes alguno por la muerte de su madre.

– ?Y tu hacias como que no tenias interes?

– Si. Parecia preocupado porque yo quisiera hablarle, de modo que tuve que fingir que se trataba de una formalidad de procedimiento, porque fuimos nosotros quienes recibimos la llamada.

– ?Por que estaba nervioso? No puede haber tenido nada que ver con el asunto.

Oyendola hablar tan categoricamente, Brunetti comprendio que el tambien habia rechazado esa posibilidad a priori. El mundo ofrecia un amplio surtido de variaciones sobre el tema del homicidio. Esposas y maridos se mataban entre ellos con asombrosa frecuencia, amantes y ex amantes se mantenian en un estado de guerra no declarada. Habia perdido la cuenta de las mujeres que habian matado a sus hijos en los ultimos anos. Pero su mente todavia se paraba en seco ante esto: los hombres no matan a sus madres.

Se puso a vagar siguiendo esos pensamientos. Paola permanecio en silencio, a la espera. Finalmente, el admitio:

– Podria muy bien no ser nada. Al fin y al cabo ha sufrido un golpe tremendo, y despues de haber hablado yo con el ha tenido que regresar al hospital a identificarla.

– Oddio! -exclamo ella-. ?Es que no pudieron encontrar a otro?

– Tiene que hacerlo un pariente.

Durante unos momentos ninguno de los dos hablo, y luego el aparto a ambos de aquellos asuntos y dijo:

– Esta noche deberia poder llegar a tiempo.

– Bueno. -Y colgo.

La mejor ruta para dirigirse a la residencia de ancianos era pasar por delante de la questura: el plano en su cabeza ofrecia otras posibilidades, pero todas implicaban un recorrido

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