mayor. Podia pasar por alli y recoger a Vianello para ir juntos, y asi le hablaria de Niccolini y de que su presencia habia disuadido a Rizzardi de decirle a el lo que hubiera querido contarle sobre la autopsia.

Saco el telefono y marco el numero de Vianello, le dijo donde estaba y que pasaria a recogerlo al cabo de unos cinco minutos. El sol habia rebasado su cenit, y la primera calle por la que se metio empezaba a perder la calidez del dia.

Mientras caminaba a lo largo de Rio della Tetta, Brunetti fue saludado, como siempre sucedia cuando pasaba por alli, por la vista del hermoso pavimento enlosado de Venecia. De un color entre el rosado y el marfil, muchas de las losas median casi dos metros de longitud y uno de ancho, y daban idea de lo que debio haber sido caminar por la ciudad en sus dias de gloria. El palazzo al otro lado del canal, sin embargo, aportaba pruebas de que aquellos dias habian pasado para siempre. Habia una forma de reconocer el abandono: el descascarillado de la pintura comida por el sol, cayendo de las persianas; soportes oxidados que sostenian macetas de flores; y puertas al nivel del agua colgando torcidas de sus bisagras podridas; y peldanos cubiertos de musgo que conducian a espacios cavernosos donde solo se habria aventurado una rata. Brunetti miro el edificio y advirtio la lenta decadencia de la ciudad, mientras que un inversor habria visto tan solo una oportunidad: un estudio para arquitectos extranjeros, otro hotel, acaso un bed and breakfast o, por lo que sabia, un burdel chino.

Cruzo el puentecito, siguio hasta el final, tomo a la izquierda, luego a la derecha y siguio recto, y alli descubrio, delante de el, a Vianello inclinado sobre la barandilla. Cuando vio a Brunetti, se irguio y se puso al paso con el.

– He hablado con los que viven en el primer piso -dijo el inspector-. Nada. No oyeron nada, no vieron a nadie. No oyeron regresar a la mujer del piso de arriba, no oyeron nada hasta que nosotros empezamos a actuar. Lo mismo que los ancianos del segundo.

– ?Y tu los crees?

Sin el menor titubeo, Vianello respondio:

– Si. Tienen dos ninos pequenos, asi que dudo que oigan mucho. Y en cualquier caso los ancianos estan bastante sordos. -Y anadio-: Dijeron que tenia gente que se alojaba en su casa. Siempre mujeres. Al menos las que ellos vieron. -Brunetti le dirigio una mirada inquisitiva, y Vianello agrego-: Eso es todo lo que contaron.

Mientras seguian andando, Brunetti explico:

– Su hijo me informo de que la signora Altavilla colaboraba como voluntaria en esa casa di cura de Bragora. Creo que deberiamos hablar con las hermanas. Segun el hijo, ella iba alli a conversar con los ancianos, pero realmente iba a escucharlos.

– Eso es mucho mas util, ?no crees?

– Hum.

– Me parece que los ancianos sienten muy poco interes por el mundo que los rodea y por el presente, y lo que prefieren es pensar en el pasado y hablar del pasado. Y quiza vivir en el pasado. -Hizo una pausa, pero ante el silencio de su superior, Vianello continuo-: Desde luego que eso vale para la mayoria de los ancianos que conozco o conoci: mi abuela, mi madre, incluso los padres de Nadia. Ademas, si lo piensas, ?por que habrian de interesarse por el presente? Para la mayoria esta lleno de problemas de salud, o de problemas de dinero, y ellos son cada vez mas debiles. Asi que el pasado es un sitio mejor para pasar el tiempo, y mejor aun si tienen a alguien que los escuche.

Brunetti se vio forzado a darle la razon. Ese hubiera sido, sin duda, el caso de sus padres, pero no estaba seguro de que ellos fueran ejemplos representativos: su padre, vuelto de la guerra convertido en un hombre roto y desdichado, y su madre extraviada, con el tiempo, en el alzheimer. Penso en los padres de Paola, el conte y la contessa Falier -anclados en el presente y curiosos por el futuro-, y la teoria de Vianello se venia abajo.

– ?Estamos haciendo esto -pregunto, llevando el paso perfectamente acompasado con el de Brunetti- por aquella marca?

Brunetti contuvo el impulso de encogerse de hombros y dijo:

– Rizzardi esta en plan reservado. Le ha dicho al hijo que su madre murio de un ataque al corazon, cosa que supongo cierta, pero no ha hecho ninguna referencia a la marca. Y no hemos podido hablar.

– ?Tienes alguna idea?

Esta vez Brunetti se permitio el encogimiento de hombros.

– Me gustaria saber algo acerca de ella, y luego ver que decide contarnos Rizzardi.

Cuando llegaron a lo mas alto del Ponte San Antonin, Brunetti senalo con la barbilla la iglesia y dijo:

– Mi madre siempre me decia, cuando pasabamos por aqui, que en algun momento del siglo XIX, creo que fue entonces, un rinoceronte, o quiza un elefante, porque me conto las dos versiones, por alguna razon quedo atrapado dentro de la iglesia.

Vianello se detuvo y se quedo mirando la fachada.

– Nunca habia oido nada de eso, pero ?que podia estar haciendo un rinoceronte caminando por la ciudad? O un elefante, que para el caso es lo mismo. -Sacudio la cabeza, como si se tratara de otro relato sobre el comportamiento extrano de unos turistas, y empezo a bajar los peldanos del otro lado del puente-. Una vez estuve aqui en un funeral, hace anos. -Vianello se paro y miro la fachada con evidente sorpresa-. ?No es raro? Ni siquiera recuerdo por quien era el funeral.

Continuaron, siguiendo la curva hacia la derecha, y Vianello dijo, volviendo a lo que Brunetti le habia contado:

– Una historia como esa te hace comprender por que nada esta nunca claro del todo.

– ?Te refieres al rinoceronte? ?A si estuvo alli? ?O a si era o no un rinoceronte?

– Si. Una vez dicho, alguien lo creera y lo repetira, y luego cientos de anos despues la gente sigue repitiendolo.

– ?Y se convierte en la verdad?

– Algo asi -respondio Vianello, en tono renuente. Anduvieron en silencio un rato, y luego observo-: Hoy es mas o menos lo mismo, ?no?

– ?Quieres decir que no son fiables esas historias?

– La gente inventa historias, y al cabo de un tiempo no puede decirse lo que es verdad y lo que no lo es.

Giraron, penetraron en el campo y el sol reaparecio frente a ellos, levantandoles el animo. Los arboles aun conservaban sus hojas. Muchas personas se sentaban en los bancos bajo sus copas. El panorama serenaba sus ojos.

Cruzaron el campo sin hablar. Brunetti no podia recordar cual era la puerta, aunque sabia que estaba en la linea de edificios a la derecha de la iglesia. Se detuvo ante la primera hilera de timbres y leyo la lista, pero solo aparecian apellidos. En una placa junto a la segunda puerta encontro «Sacra Famiglia» y pulso el timbre.

Transcurrio casi un minuto entero antes de que una voz femenina, vieja y temblorosa, preguntara quien era.

– Brunetti -respondio, y anadio-: Soy amigo… -se contuvo para no continuar con el embuste o, al menos, para no decir una gran mentira, y concluyo-… del hijo de la signora Altavilla.

– Ella no esta aqui -anuncio la voz, que sono quejumbrosa, aunque eso pudo deberse tan solo al interfono-. Hoy no ha venido.

– Lo se, suora. Me gustaria hablar con la madre superiora.

La voz dijo algo que ni Brunetti ni Vianello pudieron oir, y luego la puerta se abrio de golpe. Entraron en un amplio vestibulo, con el pavimento ajedrezado en naranja y blanco, una pauta muy comun en los edificios de su epoca. A traves de la hilera de ventanas enrejadas en la parte posterior del edificio solo entraba penumbra. Ignoraron el ascensor y subieron por la escalera situada a la derecha. Una anciana menuda estaba parada junto a la unica puerta del primer piso: su atuendo revelaba sus votos antes que su estatura y su actitud pusieran de manifiesto su edad.

Asintio cuando los dos hombres se aproximaron y luego alargo la mano. Ambos tuvieron que bajar los brazos, como si le estuvieran dando la mano a un nino: les llegaba al pecho y tenia que echar atras la cabeza para mirarlos a los ojos.

– Soy la madre Rosa. La superiora aqui. Suora Grazia ha dicho que deseaban hablar conmigo. -Retrocedio al otro lado de la puerta para verlos mejor-. Debo decir que su aspecto no me gusta.

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