En lugar de ello, volvio a su tema original y reconocio-: Los ancianos pueden ser muy dificiles.

– Lo se -convino Brunetti, que omitio toda referencia a como habia aprendido esa verdad. Luego, tras una breve pausa, prosiguio-: Pero me temo, y digo esto con todo respeto, que no me ha contado usted mucho sobre ella.

La madre Rosa torcio el gesto.

– No deberia decir esto, signore, y espero que el Senor me perdone por haberlo pensado, pero si usted supiera lo dificiles que pueden llegar a ser muchas de las personas que estan aqui, tal vez lo entenderia. Resulta muy facil ser amable con personas que tambien lo son o que aprecian la amabilidad, pero ese no es siempre el caso.

De la fatigada resignacion con que la monja dijo eso, Brunetti dedujo que la suya era la voz de una larga experiencia. Tambien comprendio que eso era todo cuanto iba a decir. Intercambio una mirada con Vianello y, como de mutuo acuerdo, se pusieron en pie. En cierto modo, los pensamientos de Brunetti tambien se batieron en retirada. Los dos hombres habian acudido alli, y todo lo que habia hecho aquella mujer habia sido hablar de la paciencia de la signora Altavilla, y con eso ya se habia mostrado bastante comunicativa. De lo que a ellos les interesaba sobre la signora Altavilla, que en paz descanse, apenas se habian enterado de nada.

– Gracias, madre -dijo Brunetti, inseguro de si debia tenderle la mano o no.

Ella tomo la decision por el, limitandose a una inclinacion de cabeza, dirigida primero a Brunetti y luego a Vianello, manteniendo las manos seguras bajo el escapulario, luego se volvio y los acompano hasta la puerta principal.

Se detuvo ante la puerta y dijo:

– Espero que transmitan mis condolencias a su hijo. No lo conozco, pero Costanza hablaba de el de vez en cuando y siempre bien. -Luego, como si respondiera a alguna pregunta no formulada por sus visitantes, agrego-: Parece que el ha heredado su tremenda honradez.

– ?Que quiere decir con eso, madre? -pregunto Brunetti.

Le llevo un buen rato contestar, tanto que, al permanecer de pie, tuvo que desplazar el peso del cuerpo al lado derecho. Finalmente hablo, y respondio con una pregunta:

– Ustedes se han dado cuenta de que soy del sur, ?verdad? -Ambos asintieron-. Nosotros tenemos ideas sobre la honradez diferentes de las de ustedes, los de aqui -dijo, como para esquivar la pregunta de Brunetti.

Vianello sonrio y dijo:

– Y se queda corta, madre.

Ella tuvo el detalle de devolverle la sonrisa, y continuo, dirigiendose al inspector:

– El hecho de que nuestras ideas sean diferentes no significa que no tengamos un gran respeto por la honradez, como lo tienen ustedes, signori.

Ninguno de los dos hombres hablo, curiosos ambos por saber adonde conduciria aquello.

– Pero nosotros somos… -Se detuvo y miro alternativamente el rostro de uno y de otro-. ?Como podria expresarlo? Nos tomamos mas a la ligera la verdad, en comparacion con ustedes.

Con indisimulada curiosidad, Brunetti pregunto:

– ?Y por que es asi, madre?

De nuevo, y para verlos mejor, la monja retrocedio torpemente.

– Quiza porque nos cuesta mas que a ustedes ser honrados. -Su acento se habia vuelto mas pronunciado. Prosiguio-: Por eso somos reservados.

– ?Esta usted refiriendose a la signora Altavilla? -pregunto Brunetti.

– Si. Ella creia que uno siempre debe decir la verdad, independientemente del coste. Y doy por sentado, basandome en algunas de las cosas que me conto, que eso se lo enseno a su hijo.

– ?Cree usted que eso es un error? -pregunto Brunetti con autentica curiosidad.

– No, caballeros -respondio y sonrio de nuevo con una sonrisa menor-. Eso es un lujo.

Se situo detras de ellos y abrio la puerta: la sostuvo hasta que la hubieron franqueado, y la oyeron cerrar cuando empezaron a bajar los peldanos.

9

Al salir a la luz del sol, Vianello dijo:

– Nunca se que hacer en situaciones como esta.

– ?Situaciones como cuales? -pregunto Brunetti, al enfilar el campo, de regreso a la questura.

– Cuando alguien hace como que sabe menos de lo que sabe.

Brunetti giro a la izquierda, en direccion a la iglesia.

– Humm -murmuro, dando a entender a Vianello que estaba de acuerdo.

– Todo ese discurso sobre la honradez… -dijo Vianello. Se detuvo en lo alto del puente y apoyo los antebrazos en el pretil. Miro abajo, hacia una embarcacion amarrada a la orilla del canal y continuo-: Esta claro que sabe, o sospecha, mas de lo que esta dispuesta a contar. Es una monja, asi que probablemente cree no tener derecho a levantar sospechas infundadas o a caer en la rumorologia. -Luego, en voz mas baja, anadio-: Aunque no puedo imaginar un convento donde eso no suceda.

Brunetti dejo pasar el comentario y espero. Vianello continuo:

– Es una meridional. Y monja. -Brunetti se puso alerta, dispuesto a oir que clase de generalizacion se avecinaba. Vianello siguio-: Lo cual significa que pretendia que supieramos o sospecharamos algo, pero ella no podia permitirse decirlo directamente.

Brunetti tuvo que mostrarse de acuerdo. ?Quien sabia lo que pasaba por la mente de una monja, y mucho menos si era del sur? Mamaron la discrecion con el primer sorbo de leche materna, y se criaron con ejemplos frecuentes de las consecuencias de la indiscrecion. Recordaba el reciente shock-video de un corrientisimo asesinato en Napoles, a la luz del dia, casi como si fuera algo casual: un disparo, luego otro en la cabeza, por detras, mientras la gente continuaba dedicada a sus asuntos. Nadie vio nada, nadie se dio cuenta de cosa alguna.

Se lo habian inculcado: hablar con indiscrecion o decir algo que podia levantar sospechas equivalia a ponerse en peligro uno mismo y a todos los miembros de su familia. Esa era la Verdad, sin que importara cuantos anos hubiera pasado una persona en un convento de Venecia. Era mas probable que a Brunetti le brotaran alas de angel y emprendiera el vuelo al Paraiso que la madre Rosa hablara abiertamente con la policia.

– Hacia que la verdad sonara como un inconveniente, ?no? -Vianello se aparto del pretil. Alzo los brazos y los dejo caer a los costados, en un gesto de completa confusion, pero antes de que Brunetti pudiera hablar, fueron interrumpidos por la llamada de su telefono.

– ?Guido? Soy yo -dijo Rizzardi.

– Gracias por llamar.

Sin perder tiempo, Rizzardi continuo:

– La marca en la garganta… -dijo, pero se detuvo. Como Brunetti no decia nada, el patologo preciso- podria ser la huella de un pulgar.

Brunetti trato de imaginar donde podian estar los demas dedos, pero solo se permitio exclamar:

– Ah. -Y a continuacion-: ?Podria ser?

Rizzardi ignoro la provocacion y continuo:

– Hay tres marcas debiles que probablemente son magulladuras en la parte de atras del hombro izquierdo, y dos en el derecho, y otra, apenas visible, en la parte frontal.

Brunetti ladeo la cabeza y sujeto el telefono entre esta y el hombro. Levanto las manos, y luego coloco en posicion los pulgares y doblo los dedos como para simular unas garras.

– ?Las marcas estan en los sitios adecuados? -pregunto, considerando innecesario decir mas, tratandose de Rizzardi.

– Si -respondio el patologo, y luego retorno a su acostumbrado modo de expresarse-: No son incompatibles con que la agarraran desde delante.

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