De mutuo acuerdo decidieron subir al piso de arriba. Cuando se fueron, Vianello volvio a pegar la cinta lo mejor que pudo mientras Brunetti permanecia llaves en mano aguardando para cerrar la puerta. Una vez lo hubo hecho, sostuvo las llaves en la palma de la mano, se las mostro a Vianello y le dijo:
– Me pregunto para que es la tercera.
– Tal vez haya un trastero en la planta baja -sugirio el inspector.
Brunetti empezo a subir la escalera.
– Podemos preguntarselo a la
La mujer abrio la puerta de su piso cuando ellos aun estaban subiendo el tramo final de la escalera.
– Los he oido moverse por ahi -dijo a modo de saludo, y luego se acordo de tenderles la mano y dar las buenas tardes.
Ahora su aspecto era menos agitado, y a Brunetti lo sorprendio darse cuenta de que ya no parecia tan alta. Quiza eso tenia algo que ver con la relajacion de su cuerpo o sus hombros. Tambien estaba mas cerca de ser guapa de lo que antes habia imaginado.
Brunetti presento a Vianello y ella les franqueo la entrada al piso, que Brunetti penso se habia relajado tanto como ella misma. En la mesa de la sala de estar habia dos periodicos, uno de ellos abierto en la seccion cultural y el otro obviamente leido y doblado con descuido. Al lado habia un vaso vacio y un plato con la piel y el corazon de una manzana, y el cuchillo que habia servido para pelarla. Los cojines del sofa estaban arrugados, uno de ellos en el suelo.
En aquella sala a Brunetti volvio a impresionarlo la sensacion dramatica de intrusion que daba el abside visto desde aquella altura y desde aquel angulo, como si la iglesia llevada por las aguas del oceano avanzara hacia ellos. El mobiliario, dos sillas y un sofa, estaba dispuesto de manera que mirase a la iglesia, al
Brunetti saco los sobres de su bolsillo y los dejo encima de la mesa. La
– Hay una tercera llave en el juego que se dejo usted en el piso de abajo,
Ella nego con la cabeza.
– No tengo idea. Le pregunte eso mismo a Costanza cuando me dio las llaves, y dijo que era… -Se detuvo y cerro los ojos-. Es extrano lo que me dijo. -Vianello y Brunetti permanecieron en silencio para darle tiempo a recordar. Al cabo de un momento, levanto la vista y hablo-: Se refirio a algo asi como que era un lugar seguro para guardar una llave.
Sumo su expresion perpleja a la de ellos.
– ?Cuando le dio esas llaves,
A ella le sorprendio la pregunta, como si formularla otorgara a Brunetti un poder especial.
– ?Por que me lo pregunta?
– Simple curiosidad.
No tenia idea de cuanto tiempo llevaba cada una de las dos mujeres viviendo alli, como tampoco cuanto habrian tardado en tomarse suficiente confianza como para intercambiar las llaves de sus casas.
– Tuve un juego de llaves durante anos, pero hace dos semanas me lo pidio por un dia; dijo algo de que queria hacer copias. -Senalo las llaves como si mirarlas ayudara a comprender a los dos hombres. Luego se inclino y las toco-. Pero mirenlas. Una es roja y otra azul. Solo son duplicados baratos, que probablemente no han costado un euro.
– Y eso ?que? -pregunto Brunetti.
– ?Por que querria copiar estas llaves cuando ella tenia las originales? Cuando me las devolvio, la tercera llave estaba tambien en el llavero, y es cuando dijo eso acerca de que era un lugar seguro para guardarla.
Miro alternativamente a cada uno, buscando alguna senal de que encontraran aquello tan desconcertante como ella.
– ?Sabia ella donde las guardaba usted? -pregunto Brunetti.
– Desde luego. Las tuve durante anos en el mismo sitio, y ella sabia donde. -Y senalo hacia un lugar que probablemente era la cocina-. Alli. En el segundo cajon.
Brunetti se abstuvo de decir que alli, precisamente, seria donde miraria un revientapisos competente. Pregunto:
– ?Tienen ustedes trasteros en la planta baja? ?Ella tenia uno?
La
– No, los bajos pertenecen a la tienda de electrodomesticos que hay junto a la pizzeria y a uno de los restaurantes del
Brunetti se dio cuenta de que Vianello, en silencio, habia sacado su cuaderno y estaba escribiendo.
– ?Podria darme alguna idea de la clase de vida que llevaba ella,
– ?Costanza?
– Si.
– Era maestra jubilada. Creo que se jubilo hara unos cinco anos. Ensenaba a ninos pequenos. Y ahora visita a ancianos en residencias.
Como si de repente advirtiera la incongruencia entre los acontecimientos y el empleo del tiempo presente, se llevo la mano a la boca. Brunetti dejo pasar el momento y pregunto:
– ?Tenia huespedes?
– ?Huespedes?
– Personas que venian a vivir con ella. Quiza usted se las encontro en la escalera, o ella le dijo que veria entrar a extranos, para que lo supiera y no se preocupara.
– Si, ocasionalmente he visto a personas en la escalera. Siempre muy educadas.
– ?Mujeres? -pregunto Vianello.
– Si -respondio como de pasada, y anadio-: Su hijo venia a verla.
– Si, ya lo se. Ayer hable con el -dijo Brunetti, curioso por la resistencia de ella a hablar de las visitantes femeninas.
– ?Como esta el? -pregunto con verdadera preocupacion.
– Cuando hable con el parecia estar hundido.
No era una exageracion. Brunetti sospechaba que eso dejaba traslucir la realidad que habia tras la reserva de Niccolini.
– Ella lo queria. Y a sus nietos. -Luego, con una leve sonrisa-. Y le tenia mucho carino a su nuera.
Hizo un movimiento de cabeza, como ante el descubrimiento de alguna excepcion a la ley de la gravedad.
– ?Hablaba de ellos a menudo?
– No, realmente no. Costanza, tiene usted que entenderlo, no era una persona comunicativa. Todo eso lo se unicamente porque la conozco desde hace anos.
– ?Cuantos anos? -la interrumpio Vianello, levantando su cuaderno, como dando a entender que el se limitaba a hacer lo que las paginas le decian que hiciera.
– Ya vivia aqui cuando yo vine. Fue hace cinco anos. Creo que por entonces llevaba pocos anos instalada, desde que murio su marido.
– ?Le dijo por que se habia mudado? -pregunto Vianello, sin apartar los ojos de lo que escribia.
– Dijo que su domicilio anterior, cerca de San Polo, era demasiado grande, y que cuando se quedo sola, pues para entonces su hijo ya se habia casado, decidio buscar un sitio mas pequeno.
– Pero ?sin abandonar la ciudad? -indago Vianello.
– Desde luego -respondio, y dirigio una extrana mirada a Vianello.
– Permitame volver sobre cierto asunto -intervino Brunetti-. Sobre los huespedes.
– Huespedes -repitio ella, como si hubiera olvidado por completo que se le habia formulado esa pregunta.
– Si -confirmo Brunetti, con su sonrisa mas agradable. Y prosiguio-: Bien, quiza usted no supo mucho de ellas, aqui arriba. Puedo preguntar a los vecinos de mas abajo. Es mas probable que ellos se hayan fijado.