prosa era de una precision gramatical y de una creatividad expresiva que Brunetti desesperaba de encontrar en cualquiera de los demas informes que leia. No era insolito que el patologo describiera un organo como «cautivo en el interior de zarcillos de venillas» o que comparase con «una explosion estelar» las quemaduras de cigarrillo en la espalda de una victima de la tortura. El informe de la primera autopsia que Rizzardi habia redactado por solicitud de Brunetti describia las punaladas en el estomago de la victima, a causa de las cuales habia muerto desangrada, con estas palabras: «Las heridas recuerdan a Fontana cuando trabajaba en rojo.»

Pero en el informe sobre la signora Altavilla no habia florituras. Describia el estado de su corazon, dejando claro que la causa de la muerte habia sido una fibrilacion incontrolable. Tambien describia la herida de las vertebras y del tejido circundante, asi como el corte en la frente: una y otro no serian incongruentes con una mala caida inmediatamente despues de producirse la muerte. Brunetti aparto el informe lo bastante como para abrir el de los tecnicos, donde hallo menciones a la presencia de sangre y de piel en el radiador de la sala de estar. Sangre del mismo grupo que el de la signora Altavilla.

Rizzardi se referia tambien a una marca «gris» de 2,1 centimetros de longitud junto a la parte izquierda de la clavicula de la fallecida. Las marcas de los hombros eran «apenas visibles», una expresion trivial que a Brunetti no le constaba que el patologo hubiera utilizado jamas.

Leyo rapidamente el resto del informe: signos de haber dado a luz al menos una vez, la soldadura de una fractura de la muneca izquierda y un juanete en el pie derecho. Rizzardi presentaba la informacion fisica sin comentarios. Brunetti sabia que en un departamento de policia encabezado por el vicequestore Giuseppe Patta, era probable que una prueba fisica tan poco concluyente fuera lo bastante concluyente como para considerar que la muerte se debia a causas naturales.

Brunetti coloco el informe preliminar de los tecnicos encima del de Rizzardi y lo repaso cuidadosamente. Advirtio cierta disposicion a alimentar la preferencia de Patta por la no interpretacion. Aparte de la sangre en el radiador, el examen de la casa no sugeria nada mas alla del «uso domestico normal».

La ultima pagina descargo un martillazo sobre cualquier esperanza de Brunetti de llevar a cabo una investigacion. Se encontro propafenona en el botiquin del bano de la signora Altavilla. La prueba de un trastorno preexistente validaba el diagnostico postumo de Rizzardi: muerte por fibrilacion cardiaca.

Brunetti dejo el informe encima del de Rizzardi y dio unos cuidadosos golpecitos en los lados de los papeles hasta que estuvieron alineados. Cerro las manos y las puso sobre la hoja de encima. Estudio sus pulgares, se dio cuenta de que el puno derecho de su camisa estaba empezando a pelarse. Luego aparto la mirada y la dirigio a la ventana.

Los informes complacerian a Patta: aquello era un hecho. Pero tambien complacerian -Brunetti estaba igualmente seguro- a Niccolini. No, la palabra era inadecuada: demasiado fuerte. Con lentitud, como si fuera una pelicula que pudiera ver a voluntad y a placer, Brunetti se represento el encuentro con el veterinario.

La emocion que sintio Niccolini podria calificarse mas propiamente de alivio, la misma que Brunetti habia percibido en los rostros de las personas al escuchar la lectura del veredicto «Inocente». Pero inocente ?de que? A Brunetti no le resultaban extranos el fingimiento ni las falsas emociones, pero no dudaba de la intensidad del dolor de Niccolini. Recordaba el rostro del doctor despues de que se le escapara que el tambien habia hecho autopsias. Evocando esa escena, Brunetti se indigno porque lo hubieran abandonado alli, sabiendo lo que se hacia en la habitacion contigua.

Marco el numero interior del cuarto de oficiales de la brigada y pidio hablar con Vianello. Cuando el inspector contesto, Brunetti dijo:

– Creo que deberiamos volver al piso y echar otro vistazo.

– ?Ahora? -pregunto Vianello en un tono audiblemente remiso.

– ?Y que?

– Son casi las siete… -empezo a decir el inspector.

Sorprendido, Brunetti miro el reloj y vio que asi era.

– ?No crees que podriamos dejarlo para manana por la manana? -propuso Vianello. Antes de que Brunetti pudiera responder, el inspector dijo-: Llamare a esa signora Giusti y le dire que iremos ?A que hora?

Brunetti estuvo tentado de preguntar a Vianello si estaba haciendo una sugerencia o dando una orden. En lugar de ello, dijo:

A las diez estaria bien.

11

Tomaron el Numero Uno, y optaron por sentarse en el interior, donde Brunetti informo a Vianello del contenido de los informes de Rizzardi y de los tecnicos. Tambien comunico su impresion de que Niccolini se sentia incomodo a causa de cosas que no habia dicho.

Cuando la embarcacion pasaba frente a la Piazza, Brunetti miro a la derecha y pregunto:

– Nunca acaba de aceptarse como algo corriente, ?verdad? -Antes de que Vianello pudiera contestar, y como si el inspector se lo hubiera robado del cajon mientras estaba ausente del despacho, anadio-: ?Adonde fuimos ayer?

– Anduvimos.

– ?Que?

– No es como en las peliculas, donde montas en un coche y sales a toda velocidad hacia el lugar adonde vas, con la sirena atronando. Ya lo sabes. Caminamos y luego caminamos de vuelta. Y eso llevo mucho tiempo. Aunque la monja vieja no quiso decirnos nada, invirtio en ello una buena cantidad de tiempo. No estamos en Nueva York, Guido -concluyo, y sonrio para manifestar el gran alivio con que acogia ese hecho.

Como para corroborar la afirmacion de Vianello, fueron bombardeados por un subito fulgor procedente de la luz reflejada en las ventanas de los edificios de la orilla izquierda del canal: beige, ocre y rosa; y las ventanas: rematadas en punta y haciendo piruetas en lo alto, abriendose entre las columnas retorcidas para dejar entrar mas luz. Luego, apenas vistos a ras de agua, los enormes sillares de piedra desde los cuales la ciudad se alzaba a los cielos.

– Debimos haber dicho a Foa que nos recogiera -comento Brunetti, todavia incomodo por lo rapido que habia transcurrido el dia anterior.

Espoleados por su inquietud, desembarcaron en San Silvestro y caminaron: les llevaria el mismo tiempo que si esperaban a bajar en San Stae, pero al menos de esta manera se movian.

Mientras andaban, Brunetti explico su deseo de echar otro vistazo al lugar.

– Y hablar con la vecina -anadio. Pasaron el puente desde San Boldo, giraron hacia la calle del Tintor y de alli se dirigieron al campo.

Brunetti llevaba la misma chaqueta y saco las llaves del bolsillo. La mayor de las tres abria la puerta de la calle, y la siguiente encajaba en la cerradura del piso, donde la cinta adhesiva de Vianello seguia en su lugar. Brunetti la despego de un lado y la dejo colgar antes de abrir la puerta.

En el interior, se fijo en los sobres que habia visto la noche anterior, los hojeo y comprobo que todos, incluida una carta certificada, iban dirigidos a la signora Giusti. Se los guardo en el bolsillo de la chaqueta. Durante la media hora siguiente, no hallaron nada mas de lo que encontraron la noche anterior, salvo recibos de facturas pagadas a traves de la oficina de correos y extractos bancarios que se remontaban a cinco anos atras. Mirandolos, Brunetti vio una pauta enteramente normal: su pension llegaba cada mes, junto con un segundo pago de lo que podia ser la pension de viudedad. La primera cantidad reflejaba el hecho de que habia optado por jubilarse pronto; la segunda era mas sustanciosa y elevaba sus ingresos mensuales hasta una suma con la que una persona sola podia vivir muy comodamente. Tanto mas -Brunetti no encontro indicio alguno de que pagara un alquiler a traves del banco- para una mujer que vivia en un piso de propiedad.

Una cosa que atrajo la atencion de Brunetti fueron los clavitos, clavitos sin los cuadros que sujetaban. Habia dos en el corredor, y bajo ellos nada mas que rectangulos de pintura ligeramente mas blanca que la del resto de la pared. En el dormitorio mas pequeno, ahora que Brunetti sabia lo que buscaba, vio otro cuadro fantasma y, sobre el, el clavo.

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