para una estancia en Venecia. ?Y los articulos de aseo sin abrir en el bano? Una persona no se prepara con aquella meticulosidad para visitas inesperadas. Era su casa, despues de todo, no un hotel o un albergue.

Salio de su despacho y bajo la escalera. En el transcurso de los anos, habia conversado sobre muchos asuntos con la signorina Elettra, aunque la lenceria femenina no se contaba entre ellos. Cuando entro, la signorina Elettra estaba de pie junto a su ventana, con los brazos cruzados, mirando al otro lado del canal, la misma vista que lo saludaba a el desde sus propias ventanas: la fachada de San Lorenzo presentaba un aspecto no menos decrepito desde un piso mas abajo. Ella se volvio y sonrio.

– ?Puedo ayudarle en algo, commissario?

– Quiza.

Brunetti se acerco al escritorio de la signorina Elettra. Apoyo la espalda en el y cruzo las piernas. La luz penetraba a raudales por la ventana, no solo la del propio sol, tambien el reflejo de este en el agua del canal. Brunetti veia a la secretaria de perfil y se dio cuenta de que sus facciones no eran tan acusadas como las recordaba. La barbilla era menos rotunda y la piel de la mejilla menos tirante. Tambien advirtio las pequenas arrugas de los rabillos de los ojos. Aparto la mirada y estudio la iglesia.

– ?Tiene alguna idea de lo que significa que los cajones de la habitacion de invitados de un piso contengan envoltorios sin abrir de ropa interior de mujer, pero de tres tallas diferentes? -Ella se lo quedo mirando, y Brunetti vio que contraia la frente, en un gesto que revelaba confusion-. Y leotardos y sueteres tambien de tallas diferentes. -Luego, recordando a quien le estaba hablando y sabiendo que ese detalle podia marcar una diferencia, anadio-: Todas las prendas de algodon corriente, de las que se compran en un supermercado.

La signorina Elettra descruzo los brazos, levanto la barbilla y volvio la mirada a la iglesia. Fijando su atencion en la fachada, pregunto:

– ?Es en el piso de un hombre o en ese al que fueron anoche?

– Es lo que encontramos en el piso de la signora Altavilla, si. ?Por que lo pregunta?

Con la atencion todavia puesta en la iglesia, como si consultara con ella para encontrar una respuesta, dijo:

– Porque en el piso de un hombre eso sugeriria una cosa, y en el de una mujer, algo enteramente distinto.

– ?Que sugeriria en el de un hombre? -pregunto Brunetti, aunque sospechaba que lo sabia.

Ella se volvio para mirarlo de frente y respondio:

– En el de un hombre sugeriria ropa interior limpia para una mujer o para las mujeres que se llevara a casa para pasar la noche. -Hizo una pausa a fin de considerar como sonaba aquello. Luego agrego, en un tono menos firme-: Pero en ese caso, probablemente no seria de algodon sencillo, ?verdad? Y no estaria en otra habitacion. A menos que el fuera un tipo muy raro, claro esta.

Cabia suponer, entonces, que ella no consideraba insolito que un hombre tuviera ropa interior de mujer de diferentes tallas en su casa, siempre que fuera cara y la guardara en su propio dormitorio. Por un momento, Brunetti se pregunto que otra informacion le habia sido vedada a causa de los votos matrimoniales. Pero se limito a preguntar:

– ?Y en el piso de una mujer?

– No hay nada que excluya la misma explicacion -respondio, sorprendiendolo por el tono de normalidad que empleo. Pero luego sonrio y anadio-: Sin embargo, lo mas probable es que llevara a casa a las mujeres por alguna razon mas prosaica.

– ?Como cual?

– Para protegerlas de la clase de hombres que las invitarian a su casa para una noche -aclaro, esta vez en un tono que sugeria que podia hablar en serio.

– Esa es una vision muy puritana de las cosas.

– No necesariamente -objeto llanamente. Luego, continuo con una voz mas complaciente-: Lo mas probable es que estuviera ayudando a mujeres refugiadas ?legalmente, permitiendoles alojarse de modo seguro con ella mientras buscaban trabajo o encontraban un lugar donde vivir. -Se detuvo, y Brunetti observo como rumiaba otras posibilidades-. O podria ser que quisiera protegerlas de otras personas.

– ?Como cuales?

– De algun hombre que creyera tener derechos sobre ellas. Un novio. Un proxeneta.

Brunetti la miro a los ojos pero no dijo nada. Jugo con la idea que le proponia y, al cabo de un rato, considero que le gustaba. Para ponerla a prueba pregunto:

– ?Cree usted que podria organizar eso ella sola? Despues de todo, ?donde iba a hacer averiguaciones sobre esas mujeres o a ponerse en contacto con ellas?

Al igual que un caballero se acomodaria en la silla de montar antes de levantar la lanza, la signorina Elettra regreso a su silla tras el ordenador. Pulso unas teclas, estudio la pantalla y pulso otras pocas mas. Brunetti se aparto del escritorio y volvio a observar. Al cabo de un momento ella le hizo un gesto con la mano y dijo:

– Venga y eche un vistazo.

Se situo detras de ella y miro la pantalla. Vio el acostumbrado fotomontaje de una mujer, con la cabeza vuelta para eludir al espectador, y con la sombra amenazadora de un hombre acechando detras. En una leyenda se decia: «Basta de inmigracion ilegal.» Debajo habia algunas frases en las que se ofrecia apoyo y ayuda y daba un telefono 800. Brunetti no leyo el texto entero, pero saco su cuaderno y anoto el numero.

– ?Recuerda lo que el presidente dijo el ano pasado? -le pregunto la signorina Elettra.

– ?Sobre esto? -pregunto a su vez Brunetti, senalando la pantalla y lo que esta mostraba.

– Si. ?Recuerda el numero que dijo?

– ?De victimas?

– Si.

– No, no me acuerdo.

– Yo si -respondio, y Brunetti no pudo evitar oirle anadir que se acordaba porque era una mujer y el no, porque era un hombre.

Pero ella no dijo nada mas y Brunetti no pregunto.

– ?Me necesita para algo, senor? ?Los llamo?

– No -rechazo de inmediato. Advirtio que a ella le sorprendia la respuesta tanto como la rapidez con que la dio-. Llamare yo.

Quiso decir algo mas para atenuar la contundencia con que habia respondido a su proposicion, pero eso hubiera servido solo para atraer la atencion sobre el asunto.

– ?Nada mas, commissario? -pregunto ella, e inclino la cabeza sobre la pantalla.

Mientras subia la escalera, Brunetti se sintio incomodo por su energico rechazo del ofrecimiento de la signorina Elettra, ella era tan obviamente superior a la mayor parte del personal que trabajaba en la questura que merecia un trato mucho mejor por su parte. Ingeniosa e inteligente, estaba tambien muy versada en derecho, y habria sido motivo de orgullo para cualquier departamento de policia que hubiera tenido la fortuna de emplearla como oficial. Pero no era oficial, y el no debia permitirle presentarse como tal cuando formulaba preguntas o solicitaba informacion por telefono. Ya estaba bastante mal que mirara para otro lado ante los actos de pirateria informatica a los que sabia que ella se dedicaba, actos que, por otra parte, el le animaba a cometer. En algun lugar habia una linea divisoria entre lo que se le permitia y lo que no se le permitia hacer: el dilema de Brunetti era que esa linea que el trazaba nunca era recta y nunca se trazaba dos veces en el mismo sitio.

En su escritorio, dejado alli sin que el tuviera idea de como, Brunetti encontro el informe de la autopsia, asi como otro del equipo de la inspeccion ocular. Amontono los papeles en el centro de la mesa, saco las gafas de lectura del estuche que llevaba en el bolsillo, se las puso y empezo a leer.

Rizzardi, un hombre tranquilo y en absoluto dado a la vanidad ni a la petulancia, no podia resistir la tentacion de lucirse en dos terrenos: su manera de vestir y su prosa. Discretos, de colorido sutil, sus trajes y abrigos, incluso su impermeable, eran de tal calidad que inducian a Brunetti a sospechar de la fuente de sus ingresos. Su

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