Brunetti habia tratado de provocar.

– Pues precisamente eso, senor, que es un doctor. Asi es como se presento el mismo en el hospital, y asi es como Rizzardi se dirigia a el.

Eso era pura fantasia por parte de Brunetti, pero pudo haber sido cierto, lo cual bastaba.

– ?Y que?

– Le pidieron que identificara el cadaver de su madre -aclaro Brunetti, tratando de emplear un tono como si sugiriera a Patta algo que la delicadeza hacia dificil de expresar.

– La gente se limita a ver la cara -afirmo Patta, pero un instante despues quiso asegurarse y pregunto-: ?No es asi?

Brunetti asintio y dijo, como si pusiera fin al asunto:

– Desde luego.

– ?Que significa eso? -inquirio Patta con una voz que trataba de ser amenazadora, pero que Brunetti, familiarizado con la bestia despues de muchos anos, reconocio como la voz de la incertidumbre.

Brunetti se forzo a mirarse las manos, cuidadosamente dobladas sobre el regazo, y luego miro directamente a los ojos de Patta, que siempre era la mejor tactica para mentir.

– Le mostrarian las marcas, vicequestore -dijo, y luego, antes de que Patta pudiera preguntar de que, continuo-: Y como creian que era un doctor, se las explicarian. Bien, le explicarian a que podian deberse.

Patta considero la cuestion.

– ?Cree que Rizzardi lo hizo realmente? -pregunto, incapaz de disimular su insatisfaccion porque el medico legale pudiera haberle dicho a alguien la verdad.

– Creeria que era lo correcto, porque estaba hablando con un colega.

– Pero solo es veterinario -replico Patta encolerizado, pronunciando el nombre con desden y olvidando al parecer no solo la relacion de su hijo con su husky, sino las muchas veces que habia expresado su creencia de que la competencia profesional de los veterinarios aventajaba a la de los medicos del Ospedale Civile.

Brunetti asintio pero opto por no decir nada. En vez de hablar permanecio sentado en silencio y observo el rostro de Patta mientras la mente que habia detras media las probabilidades y consideraba las posibilidades. Niccolini era un personaje desconocido: trabajaba fuera de la provincia de Venecia, de modo que podia tener algun peso politico que Patta ignoraba. Los veterinarios trabajaban con los agricultores, y los agricultores estaban proximos a la Lega, y la Lega era una fuerza politica creciente. Mas alla de eso, por falta de suficiente fantasia, la imaginacion de Brunetti no podia seguir la de Patta.

Finalmente Patta dijo en un tono nada feliz:

– Tendre que pedir a un magistrado que autorice algo. -Un subito pensamiento cruzo su hermoso rostro. ?Realmente el vicequestore habia hecho una pausa para ajustarse la corbata?-. Si, tenemos que llegar al fondo de esto. Digale a la signorina Elettra lo que necesita. Y ya vere.

Habia resultado tan impecable que Brunetti no habia visto producirse el cambio. Recordo el pasaje -creia que del canto XXV- en el que Dante ve a los ladrones transformados en lagartos y los lagartos en ladrones; el momento de la transformacion era invisible hasta que se completaba. Un instante una cosa, el siguiente otra. Asi, Patta paso de abogar por la paz a cualquier precio, a incansable buscador de la justicia, dispuesto a movilizar las fuerzas del orden en pos de la verdad. Como los pecadores de Dante, volvio a caer en tierra con la figura de su opuesto, luego se alzo y se alejo, limitandose a volver la cabeza.

– Ire a hablar con ella ahora mismo, si me lo permite, senor -sugirio Brunetti.

– Si -lo animo Patta-. Ella sabra que magistrado es el mejor. Uno de los jovenes, me parece.

Brunetti se puso en pie y dio los buenos dias a su superior.

La signorina Elettra no parecio ni sorprendida ni complacida por el cambio de criterio de su superior.

– Puedo preguntarle a un guapo y joven magistrado -dijo con la sonrisa calculada que podia usar cuando le pedia al carnicero un pollo joven bien cebado-. No tiene mucha experiencia, asi que es probable que este abierto a… sugerencias.

Esto, penso Brunetti, probablemente se parecia mucho a la manera en que el Viejo de la Montana hablaba a sus aprendices de asesinos cuando los enviaba a cometer sus crimenes.

– ?Cuantos anos tiene?

– Seguro que no llega a los treinta -respondio ella, como si considerara que ese numero era una palabra que habia oido en alguna otra lengua y de la que, quiza, conocia su significado. Luego, en un tono mucho mas serio, pregunto-: ?Que quiere que le pida?

– Acceso a los archivos del Ospedale Civile correspondientes al tiempo en que fue paciente alli Madame Reynard; archivos de los empleados del mismo periodo, si tal cosa existe; autorizacion para hablar con Morandi y con la signora Sartori; historial fiscal de ambos y todos los documentos concernientes a la venta de la casa de la viuda de Cuccetti a Morandi; el certificado de defuncion de Reynard y una ojeada al testamento para comprobar cuanto le dejo, asi como cualesquiera otros legados.

Aquello le sonaba a Brunetti como algo mas que suficiente para seguir adelante.

La signorina Elettra tomo nota de sus peticiones, y cuando termino, lo miro y dijo:

– Ya dispongo de parte de esta informacion, pero puedo cambiar las fechas y hacer que parezca que la peticion no se hizo hasta que el magistrado la autorizo. -Consulto sus notas y comento, mientras golpeaba con el extremo del lapiz la lista-: Probablemente no sabe todavia como solicitar todo esto, pero sospecho que yo podria hacerle algunas sugerencias que lo ayudaran.

– Sugerencias -repitio Brunetti, en voz muy baja.

La mirada que ella le dirigio hubiera hecho ponerse de rodillas a un hombre menos entero.

– Por favor, commissario -fue todo cuanto dijo, y luego descolgo el telefono.

Al cabo de unos minutos todo estaba hecho, y la secretaria del magistrado, con quien la signorina Elettra hablo con distendida familiaridad, dijo que las ordenes judiciales se entregarian a la manana siguiente. Brunetti se abstuvo de preguntar el nombre del magistrado, convencido de que se enteraria mirando la firma cuando viera los papeles al dia siguiente. Bien, se dijo, cuando considero la rapidez y eficacia con que se habia cumplimentado su solicitud: ?por que la judicial habia de ser diferente de cualquier otra institucion publica o privada? Los favores eran concedidos a la persona cuya peticion iba acompanada de una raccomandazione, y cuanto mas poderosa era la persona que hacia la raccomandazione, o cuanto mas estrecha la amistad entre los ayudantes que descendian a los detalles, tanto mas rapidamente se atendia la solicitud. ?Se necesita una cama en un hospital? Lo mejor es tener un primo medico en ese hospital o estar casada con uno. ?Un permiso para restaurar un hotel? ?Problemas con la Comision de Bellas Artes por la pintura que uno quiere trasladar a su piso de Londres? La persona adecuada no tenia mas que hablar con el funcionario adecuado o con alguien a quien el funcionario debiera un favor, y todos los caminos quedaban allanados.

Brunetti se encontro, y no por primera vez, atrapado en la ambivalencia. En este caso, le otorgaba ventaja -y, se dijo, tambien al bien publico- el hecho de que la signorina Elettra hubiera llevado a su terreno el sistema judicial de la ciudad. Pero en lugares donde estuvieran a cargo personas de menos… menos probidad…, los resultados podian no ser tan saludables.

Desecho estos pensamientos, dio las gracias a la signorina Elettra por su ayuda y regreso a su despacho.

Alli seguia al cabo de una hora, en cuyo transcurso leyo y firmo con sus iniciales varios documentos e informes, cuando la signorina Elettra fue a hablar con el.

– He encontrado al hombre de mis suenos -dijo al entrar, en un tono como para dar a entender a Brunetti que ese hombre era el joven magistrado.

– Debo interpretar eso como que el ha aprovechado la experiencia de usted en lo relativo a las particularidades de la ciudad.

Вы читаете Testamento mortal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату