Su sonrisa era tranquila, y su gesto de asentimiento, un ejercicio de gracia.
– Su secretaria dijo unas pocas palabras amables sobre mi antes de pasarme con el.
– ?Tras lo cual usted lo indujo a pasar por alto la dudosa legalidad de algunas de las cosas cuya autorizacion le pedia?
La frase parecio herirla, aunque sirvio para espolearla y replicar:
– No estoy segura de que en este pais quede alguna legalidad que no resulte dudosa.
– Sea como sea,
– Todo -respondio, con indisimulada satisfaccion-. Creo que este joven puede acabar siendo una mina de oro para nosotros.
Brunetti penso en la advertencia escrita sobre las Puertas del Infierno, y por un momento estuvo tentado de apartarse y no continuar por un terreno que no era de dudosa legalidad, sino de ausencia de legalidad, pero la hipocresia no se contaba entre sus vicios. Tambien apreciaba el hecho de que ella hubiera usado el plural, asi que sonrio y dijo:
– Tiemblo al pensar lo que podria pedirle que autorizara.
Incapaz de disimular su decepcion, le recordo:
– Yo nunca lo he comprometido a usted en nada de esto,
– ?Tan solo se ha comprometido usted? -inquirio el, sabiendo que aquello era imposible.
Ella se abstuvo de contestar, lo que finalmente lo impulso a enfrentarse al hecho de que durante anos la
– ?A quien se le han enviado las respuestas a esas solicitudes?
Por un momento Brunetti la imagino como si compareciera diciendole eso a un juez; vio su pelo tirante echado hacia atras, su rostro completamente desprovisto de maquillaje; sin joyas, con el atuendo modesto que usaba, quiza con un vestido azul marino, con una falda de corte y longitud pasados de moda y zapatos comodos. ?Se arriesgaria a llevar gafas? Sus ojos permanecerian modestamente bajos frente a la majestad de la ley; y su modo de hablar, tambien modesto, sin bromas, sin desafios, sin alardes de ingenio. Por vez primera Brunetti se pregunto si ella tendria algun tipo de grisaceo segundo nombre que exhibir para una ocasion como aquella: Clotilde, Olga, Luigia. Y Patta -Brunetti no tuvo otra opcion que emplear la frase americana-
– ?Le haria eso? -pregunto Brunetti.
– Por favor,
De hecho, Brunetti tenia razones para reconocerle mas que cierta capacidad en aquel sentido, de modo que pregunto, decidido a hablar con contundencia:
– Pero si algo fuera mal, ?dejaria que a Patta lo empaquetaran por eso?
Se las arreglo para parecer autenticamente sorprendida por la pregunta; sorprendida y luego decepcionada de que a el pudiera ocurrirsele semejante cosa.
– Ah -replico, dejando la silaba en el aire un buen rato-. Yo nunca podria perdonarme si hiciera eso. Ademas, usted no tiene idea de lo que tardaria yo en aleccionar a quien enviaran para reemplazarlo.
Finalmente, penso Brunetti, alli se ventilaba algo mas que hipocresia de rango.
En tono reticente, la
– Y debo confesar que, con los anos, casi le tengo carino.
Oirla decir algo asi causo sorpresa a Brunetti porque acepto que, probablemente, compartia sus sentimientos.
Despues de dejarle tiempo suficiente para considerar cuanto le habia dicho, anadio con una sonrisa agradable:
– Ademas, todas las solicitudes son enviadas en nombre del teniente Scarpa.
Brunetti no dejo de advertir su uso de la voz pasiva.
Solo le costo un momento tomar conciencia de la genialidad de aquello.
– Vaya, parece que el teniente se ha excedido en sus atribuciones profesionales durante todos estos anos, al solicitar informacion sin una orden de un magistrado… -rumio sin considerar necesario comentar el rastro de pruebas ciberneticas que estaba seguro habian quedado tras el.
– Tambien ha penetrado en codigos bancarios, hurtado informacion de Telecom, revuelto en los archivos clasificados sobre ciudadanos en oficinas estatales, y robado copias de extractos de tarjetas de credito de la gente -enumero la
– Estoy asombrado -dijo Brunetti. Y lo estaba: ?que mente podia preparar semejante trampa para el teniente?-. ?Y todas esas solicitudes procedian directamente de su correo electronico? -pregunto, interrogandose sobre que laberinto habria creado la
La duda que ella manifesto fue minima y su respuesta, una sonrisa al tiempo que explicaba:
– El teniente cree que es la unica persona que conoce la contrasena de su cuenta. -Su voz se suavizo, pero no su expresion-. Yo no quise inquietarlo con la lectura de las respuestas, de manera que se transfieren automaticamente a una de las cuentas del
El nombre de «Giorgio» se deslizo en el oido de Brunetti. Era el amigo, frecuentemente nombrado, de la
– Es notable que el teniente fuera tan poco precavido como para utilizar su propia direccion para obtener esta informacion -dijo Brunetti, cuyos pensamientos se dirigieron a Riverre y a Alvise, y a la gran seguridad que aquella informacion les daba.
– Probablemente se cree demasiado inteligente para que lo descubran -sugirio la
– Que tonteria por su parte -observo Brunetti, recordando cuan a menudo el teniente habia hecho meritos tratando de demostrar a la
– El teniente a veces pone a prueba mi paciencia.
La frialdad de la sonrisa de la
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Como si le hubiera dado alas la nueva experiencia de trabajar dentro de los limites de la ley, la
– Es tan facil que hasta me hace pensar en cambiar mis procedimientos -dijo ella, y Brunetti casi quiso creerse esa mentira.
– Vivire con esa sola esperanza -respondio suavemente mientras miraba el primer papel, una copia de un documento escrito por una mano insegura, firmado con un garabato indescifrable al pie.
Otras dos firmas aparecian debajo.
– Deberia ver el segundo papel, senor -sugirio la