Brunetti tuvo que pensar en ello un momento antes de responder:

– Yo diria que un poco por ambas razones, pero mas por la segunda que por la primera.

– ?Y por que seria?

– Porque la ama -afirmo Brunetti, recordando la forma en que el anciano la miraba-. Esa seria la razon evidente. -Antes de que Vianello pudiera hacer un comentario o una objecion, anadio-: Una de las cosas que me dijo una vez Paola es lo propensos que somos a mofarnos de las emociones de las gentes sencillas. Como si las nuestras fueran mejores por alguna razon.

– ?Y el amor es el amor?

– Creo que asi es, si.

Brunetti aun tenia que luchar contra su resistencia a creer en eso sin reservas, como Paola si parecia creer. Penso en ello como una de sus faltas esenciales de humanidad. Luego, cambiando enteramente de enfoque, pregunto:

– ?Y de donde sale el dinero? -Al advertir la sorpresa de Vianello, puntualizo-: El dinero que se va ingresando en la cuenta.

– Hasta ahi no llego. Es improbable que se dedique a vender drogas -bromeo Vianello.

– Pero con mas de ochenta anos, esta claro que tiene que vender algo. Desde luego que no anda por ahi reventando casas, y es demasiado viejo para trabajar -dijo Brunetti. En respuesta a la mirada de Vianello, prosiguio-: Y puesto que Cuccetti y toda su familia murieron, y todo fue a parar a la Iglesia, no hay nadie a quien pueda chantajear.

Vianello sonrio y no pudo resistir el comentario:

– Siempre me levanta el animo tu vision optimista de la naturaleza humana, Guido.

?Era contagioso el estilo retorico?, se pregunto Brunetti. Una decada antes, Vianello no hubiera sido capaz de semejante floritura verbal. A Brunetti le complacio ese pensamiento.

– Asi pues, vende algo -prosiguio Brunetti, como si el ispettore no hubiera hablado-. Y si es asi, y si ya no roba cosas en los muelles, tiene que ser algo que le dieron cuando firmo el testamento o cuando consiguio el piso de ellos.

– O algo que robo -anadio Vianello, como si el tambien tuviera algo con que contribuir a la vision de la naturaleza humana.

Esta posibilidad hizo que Brunetti se sintiera incomodo.

– La conocio cuando fue a trabajar al hospital, y despues de eso ya no tuvo mas problemas con nosotros.

– O no lo pescaron.

– No es muy brillante, asi que lo hubieran pescado insistio Brunetti-. Fijate cuantas veces fue detenido antes de eso.

– Pero siempre salio de rositas. Pudo haber amenazado para librarse.

– Si hubiera sido realmente violento o peligroso, figuraria como tal en los archivos. Lo sabriamos.

Vianello considero lo anterior y, finalmente, asintio para mostrar su acuerdo.

– Es posible. He conocido a gente a la que le gustaba hacer las cosas mas extranas antes que hacerlas cuidadosamente.

– O hacerlas mejor -corrigio Brunetti.

– Lo presentas como si fuera san Pablo -replico Vianello en un tono divertido por lo improbable del caso-. El sigue con lo suyo para robar un aparato de rayos X en el hospital, ve a la signorina Sartori con su uniforme blanco de enfermera; cae al suelo ante esa vision, y cuando se pone en pie es un hombre transformado.

Quiza ya tenia bastante de arrebatos retoricos de Vianello, al que sorprendio preguntando:

– ?Eres un hombre mejor desde que te casaste con Nadia?

Vianello descruzo las piernas y luego volvio a cruzarlas por el otro lado. Su aspecto resultaba tan incomodo que Brunetti casi espero que gritara «estupido» y se negara a contestar. En lugar de eso, el inspector asintio, sonrio y dijo:

– Ya entiendo tu punto de vista. -Luego, tras otro momento de consideracion, admitio-: Es posible.

– Quiza la peticion de que actuaran como testigos del testamento era una tentacion demasiado grande para resistirla -sugirio Brunetti-. Una casa a cambio de dos firmas.

A Brunetti se le ocurrio anadir que Paris bien valio una misa, pero temio que Vianello no llegara a comprenderlo, asi que no dijo nada mas. Vianello sonrio y anadio por su parte:

– ?Quien fue aquel santo que dijo: «Hazme casto, pero todavia no»?

– Creo que san Agustin.

Vianello volvio a sonreir.

– Pero eso no nos aclara de donde sigue llegando el dinero, ?verdad? -pregunto Brunetti.

Le dieron vueltas al asunto una y otra vez durante un rato, tratando de encontrar una explicacion a los ingresos periodicos.

– ?Y por que ingresa el dinero en el banco? -pregunto Vianello-. Solo un bobo dejaria pistas como esa.

– O una persona que ignora lo facil que es seguir el rastro del dinero.

Al oirse a si mismo, Brunetti decidio echar otro vistazo a los ingresos. Saco de su cajon la carpeta con los registros bancarios de Morandi, y encontro los extractos. Recorriendo con el dedo, de arriba abajo, la columna de los ingresos, encontro que los dos primeros habian sido efectuados con cheques.

Marco el numero de la signorina Elettra, y mientras esperaba a que contestara, oyo a Vianello murmurar para si:

– Nadie podria ser tan estupido.

Brunetti explico a la signorina Elettra lo que deseaba que encontrara, a lo que ella respondio encantada, como si la hubiera invitado a tomarse el resto del dia libre e irse a casa:

– Oh, maravilloso, y esta vez puedo hacerlo legalmente.

Inseguro de hasta que punto lo estaba provocando, Brunetti dijo:

– Las nuevas experiencias siempre son utiles.

Y colgo.

25

Aunque la signorina Elettra logro encontrar en menos de veinte minutos los archivos completos de los movimientos bancarios de Morandi, Brunetti no creyo ni por un instante que la facilidad con que los consiguio sirvieran para reconducirla por los senderos de la legalidad.

Los ingresos, el primero de cuatrocientos euros y el segundo de trescientos, se efectuaron mediante cheques firmados por Nicola Turchetti, un nombre que resono en la memoria de Brunetti. Vianello habia regresado al cuarto de la brigada, de modo que Brunetti tuvo que buscar el nombre por su cuenta. Al cabo de un rato, y al no sonar ninguna de las cuerdas que pulso, saco la guia telefonica del ultimo cajon y la abrio por la «T».

Por alguna razon, ver el nombre impreso fue suficiente para refrescarle la memoria. Turchetti, el marchante, era un hombre con fama de Jano: su competencia como experto nunca habia sido cuestionada; la probidad de sus tratos si, en ocasiones. Como muy bien sabia Brunetti, nunca se habian presentado cargos contra aquel hombre. Su nombre, sin embargo, a menudo se mencionaba al tratar de negocios dudosos: favorablemente por parte de quienes encontraban rarezas en su tienda, y desfavorablemente por parte de quienes se interrogaban sobre las fuentes de algunas de sus adquisiciones. El cunado de Brunetti, ignorando ambas opiniones, continuaba siendo cliente de Turchetti y, con los anos, le habia comprado muchas pinturas y dibujos.

Dibujos. El pensamiento de Brunetti volo a la legendaria subasta Reynard y a los dibujos que no aparecieron en el lote, lo que desanimo a muchos, que creyeron poder anadirlos a sus colecciones. ?Es que nadie hizo un inventario? O, lo que era mas probable, ?superviso el inventario el avvocato Cuccetti? Brunetti sabia que el palazzo Reynard era ahora un hotel, y que los objetos que en otro tiempo lo llenaron habian ido a parar, desde hacia mucho, a manos de compradores diligentes. El avvocato Cuccetti se hallaba en el lugar al que lo habia precedido Madame Reynard, por lo que

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