El clac de la puerta al cerrarse detras de mi, se repitio en el clash de un objeto al chocar contra la madera. Rogue para que Nina me hubiera tirado su ultima mascara y no otra actuacion estupenda.

16

El edificio donde Mar Lopez dejaba escapar los anos y las oportunidades era una vieja construccion gris de hollin y de cansancio. A unas cuadras, la Puerta del Sol marcaba el kilometro Cero de Espana, pero aqui estaba la evidencia de que no se podia ir mucho mas lejos. Portales repetidos, con un collage de chapas variopintas anunciando dudosos negocios que iban desde la filatelia hasta la quiromancia, sin olvidar el rosario de academias de informatica que ofrecia un billete hacia el exito desde la misma capital del fracaso.

Volvi a comprobar que nadie me habia seguido. El Muerto se habria dado por satisfecho con la paliza en el taxi, al menos por un par de dias. Y Serrano tampoco estaba a la vista.

La chapa de Mar Lopez era copia fiel de la tarjeta, pero hecha de un metal que alguna vez habia sido dorado. En el extremo superior izquierdo, cubriendo el ojo vigilante, un escupitajo reseco y espeso. El ascensor era una jaula enrejada de negros hierros retorcidos rematados en flores negras de metal tapizado en polvo. Iba a abrir la puerta de esa maquina del tiempo cuando alguien la llamo desde arriba. Opte por la escalera porque pense que cinco pisos escalados sin apuro compensarian los minutos de adelanto con que llegaba a la cita.

Al coronar la segunda planta me pare a encender un cigarrillo y vi el ascensor que bajaba con un chirrido como el de un violin descuidado. Dentro iba un tipo delgado envuelto en el agravio al verano de una gruesa gabardina.

El Muerto.

No me vio porque estaba ocupado revisando una carpeta con papeles. Me sente en el descanso de la escalera. Tenia que ser una trampa. Coincidia la hora y bien podia esperarme en el despacho mi buen Jamon Calibre 45, dispuesto a mandarme al otro barrio por pasarme de vivo. No tenia sentido: el plazo era hasta el viernes y no me habian prohibido hablar con nadie.

A menos que ya hubieran encontrado a Noelia y el dinero, no tenia sentido una trampa. Sabian donde encontrarme, no necesitaban emboscadas o citas falsas. Lo mas sensato seria hacerle caso a Lidia, juntar mis cosas y usar el pasaje de vuelta a casa que todavia tenia seis meses de plazo.

Eso o escapar a otro pais europeo, no era justo morir sin ver Paris y descubrir que era una ciudad como cualquier otra. Si, Paris, o un viaje sin rumbo por la Espana desconocida, incluida la visita a la aldea de Almeria de la que saliera mi abuelo. Despues podria regresar a casa y buscar un buen trabajo en un diario, o en publicidad, y escribir mi novela en los ratos libres, y formar pareja estable con Lidia o con otra Lidia igualmente adorable y segura; y dejarme de buscar por paisajes que nunca me habian llamado ni me despedirian.

Mientras pensaba esto habia descontado los tres pisos que faltaban para el quinto y me mentia un triunfo moderado en la profesion, sin dejarme domesticar del todo, ni renunciar a unos principios difusos pero mios, cuando llegue frente a la puerta del despacho de Mar Lopez.

Una luz encendida revelaba el polvo adherido al cristal opaco y la placa del detective en la puerta era casi como la habia imaginado: sin mi nombre para compartir esperas sin recompensa, pero cubierta de cagadas de mosca. Pense que tenia que agregar las moscas a mi lista de supervivientes, junto a las palomas.

Espere un rato, fumando y a la caza de ruidos.

Nada.

Abri la puerta al mismo tiempo que lamentaba no haber traido la pistolita de Nina. Pero no hubiera servido de mucho en esa sala de espera, salvo que me dedicara a matar el tiempo y para eso bastaba con las revistas amarillentas que databan por lo menos del ano en que murio Franco pero no sus ensenanzas.

El sillon de los clientes no estaba bordado de telaranas, aunque nadie se habia sentado ahi desde hacia meses. Lo atestiguaba el polvo que protegia una razonable imitacion de cuero verde. «Vacas verdes», pense, «vacas verdes volando sobre las palomas que vuelan sobre las moscas y se cagan unas sobre otras y todas, todas sobre mi». Trate de tranquilizarme y tome nota de la puerta del despacho, tambien con un cristal opaco y una luz detras. «Philip», llame mentalmente, «Philip, esto no se hace, la concha de tu madre, teniamos un trato y los tratos se cumplen, cuatro partes iguales y la pelirroja para vos, si podiamos convencerla, pero asi no Philip, que El Muerto acaba de salir de esta oficina, porque no creo que visitara a la adivina del otro despacho, que los muertos no creen en esas cosas y entonces solo queda la trampa, la celada, la puta emboscada para eliminar a un simple viajero sin destino que se ha negado a ser un gato de ministro y a decir verdad tampoco nadie se lo ha propuesto seriamente que si no, quien sabe».

Consegui serenarme y gire el picaporte. Mis ojos captaron la oficina pobre y los archivos despintados de verde y debajo azul, cubriendo apenas la primera pintura gris como las paredes.

Un escritorio heredado de otros ocupantes que habian tenido la suerte de salir de esa ratonera.

Dos sillas para las visitas y al otro lado un sillon giratorio gastado en los bordes, hijo prodigo de la misma vaca verde que habia parido a los de la sala de espera.

Si alguien queria pintar el fracaso, esta era su oportunidad y su paisaje: una carcel sin barrotes ni salida posible, con el almanaque denunciando el tiempo con dos meses de atraso y las ilusiones mal guardadas en una caja fuerte empotrada con la puerta abierta de par en par.

Ah, y el cadaver de Philip Mar Lopez, detective privado, como muestra de que no habia otra forma de salir de alli.

17

Mi experiencia con cadaveres era como la de cualquier estudiante de Medicina del tercer mundo: quince minutos de difunto en cinco anos. Pero no necesitaba estudios para saber que esa cosa negrarrojaespesa era sangre, con las moscas revoloteando sobre el charco que era un lago, con un afluente que descendia desde la mesa del despacho, desde la garganta cercenada de Philip.

Temblando, le toque el cuello y estaba tibio, pero muerto.

Total y absolutamente muerto.

Tendria que haber salido de ahi en ese momento. El Muerto podia volver, o acaso un cliente que tendria el honor de ser el primero que rechazara Mar Lopez, por causas de fuerza mayor.

No me fui. Estaba harto de irme.

La caja fuerte se llamaba asi por una broma de mal gusto. Era chiquita y mezquina, con un gran ojo de cerradura y un recuadro de pintura mas clara enmarcandola como una postal del desaliento. En el suelo, rodeado de cristales, un marco destronado. Lo levante. Una imagen amarillenta de Rio de Janeiro, probablemente recortada de una vieja revista: playa angelical y dos garotas que ya serian abuelas, paseando curvas por la playa. El pobre Philip. Quien sabe cuantos anos llevaba sonandose en esa arena, millonario al instante por un gran negocio que nunca llegaba. Y cuando llego, todo lo que tuvo para el viaje fue una navaja empunada por una mano huesuda.

Pero el hijo de puta sonreia.

Muerto y todo, el detective sonreia.

Tal vez imaginara la sorpresa de la casera cuando llegara el lunes a cobrar el alquiler. Su brazo derecho estirado sobre la mesa acababa en una pequena mano cerrada en un gesto que tal vez fuera espasmodico y final, pero que a mi me recordaba bastante al de los cuernos. Segui con la mirada la direccion de los dedos y solo estaba el archivador con los cajones abiertos de mala manera, y una lluvia de carpetas caidas.

Para no pensar en el cadaver, rebusque en el indice alfabetico. Nada en la S de Sotanovsky, nada en la F de Financur, nada de nada en las iniciales de Noelia o Nina. Cerre el cajon con fuerza y mire al detective que seguia sonriendo despues de muerto con una plenitud que no tenia en vida. Camine hacia la puerta, sensato al fin.

Me pare en seco. Y volvi sobre mis pasos hasta el archivador. Busque en la R y ahi estaba. «Rio de Janeiro.»

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