La pieza encajaba, aunque de manera remota. La fecha era de una semana despues de la detencion de El Muerto, diez o doce lineas a una columna. Informaba sin pasion de la muerte de un tal Enrique Salas y Salas, gerente de Financur. Habia muerto en su despacho, instantes despues de recibir una larga llamada telefonica que su secretaria no pudo identificar. Se habia volado la tapa de los sesos con la pistola que guardaba en su escritorio.

Me puse de pie con dificultad, llegue al despacho y apague la luz.

Consegui marcar el numero de la casa de Noelia.

– ?Nicolas? -pregunto Nina con voz ansiosa.

– Si, soy yo. ?Seguis decidida a ayudarme?

– Desde luego, ?por que no vienes aqui y hablamos? Sere sincera.

– Hoy no, Nina, hoy el cielo es azulrrojoverdeazul y la muerte anda suelta…

Me pregunto si habia bebido y dije que un poco, pero que eso tampoco importaba. Quedamos en vernos el domingo a las doce, en el Rastro, para seguir buscando huellas de Noelia. Volvio a insistir.

– ?Donde estas, Nicolas? ?Quieres que vaya a buscarte en un taxi?

– No, Nina. Esta noche no. Tengo que quedarme a hacerle compania a un amigo.

Le solte un pequeno beso por telefono y colgue.

Me sente en la silla frente al cadaver del detective y encendi un cigarrillo.

– Por Philip Mar Lopez, grande a su manera en este pequeno mundo de mierda -dedique.

Y empinando la botella, termine de un trago su contenido.

DOMINGO

«Igual que en la vidriera irrespetuosa

de los cambalaches, se ha mezclao la vida;

y herida por un sable sin remaches,

ves llorar la Biblia junto a un calefon.»

ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO, Cambalache

18

Las ciudades en domingo por la manana son hasta queribles. Y si la ciudad es Madrid, el domingo, de verano, y la manana, raramente fresca para agosto, uno puede hasta llegar a enamorarse de la dama, cortejarla en sus calles vacias y creer, sin creerlo del todo, que esta soltera y disponible. Pero siempre hay maridos posesivos aunque ausentes que te buscan y te encuentran en el armario previsible de la ciudad. No te matan porque el honor ya no cotiza lo que antes; les basta con recordarte sin palabras que la ciudad nunca sera tuya mas alla de la mentira claroscura de una noche o el romance fugaz de una manana dominguera y desierta.

Chan chan.

Un poco de musica melancolica, una voz entre el falsete y la ronquera, y ya tenia otro tango de exito seguro.

Entre en la cafeteria de la Gran Via lamentando no haber memorizado el recorrido para volver otro dia. Solo anduve alejando en cada paso el cadaver de Mar Lopez, como si despues de una noche cerca de su muerte el horror me llegase con retraso y urgencia. Ya se sabe: la luz de la manana puede ser muchas cosas limpias y brillantes, pero espanta la fantasia con mas eficacia que los detergentes de la tele una mancha de grasa rebelde.

Philip, a la luz del dia, no era mas que un muerto palido y durito tras un escritorio descolorido. Evitando mirarlo, habia juntado los recortes y el diario, tape inutilmente la botella de whisky vacia y encendi con repulsion el primer cigarrillo del domingo por la manana con el ultimo del sabado por la noche. Cuando estaba por salir sin mirar hacia atras, me acorde de algo y volvi.

Levante del suelo la estampa amarillenta de Rio, le sacudi los cristales astillados y la coloque junto al detective en el escritorio. No creo en los viajes astrales y esas cosas, pero si Philip tenia alguna posibilidad de realizar uno, yo sabia cual seria el destino escogido.

Para bajar hasta la calle habia desdenado la jaula del ascensor que aun conservaria la memoria de El Muerto, y cuando sali a la manana me di cuenta de que habria dejado el lugar sembrado de mis huellas digitales: vasos, archivadores, todo eso. Pense en volver, pero segui andando: estaba acostumbrado a dejar huellas y que nadie les hiciera el menor caso.

Pude desayunar en cualquier bar de la Puerta del Sol. Pero no me parecia decente llenarme de cafe y tostadas tan cerca de la frugalidad definitiva de Philip. Camine sin rumbo por las calles del centro, pensando en lo agradable que seria la ciudad en permanente domingo por la manana. La cafeteria era un local enorme y casi vacio, salpicado aca y alla por una pareja trasnochada que pretendia recomponer su aspecto para que la juerga pareciera haber acabado en chocolate con churros y no en asiento trasero del coche; cuatro muchachos ruidosos esforzados por fingir que se habian divertido como nunca en vez de perder la noche espiando manoseos ajenos; dos policias nacionales discutiendo al borde del duelo sobre el Real Madrid y el Atleti; una vieja que iba o venia de misa, haciendo tiempo para una nueva funcion; una chica sola de espaldas a los ventanales, y yo, que tome posesion de una mesa con vistas al mar quieto de la Gran Via.

En la calle, un tipo con cara de misterio aburria una esquina con las manos en los bolsillos. Silbaba sin sonido, empenosamente y creo que hasta con gorjeos, pero sin sonido. Queria que todo el que lo viera tomara nota de que cumplia al pie de la letra los requisitos universales del disimulo. Cuando yo atacaba la otra mitad de la tostada se le acerco un muchacho elegante con la espalda rigida de tension y le pidio fuego, pese a que el disimulado no estaba fumando. Saco del bolsillo un encendedor fosforescente y cambiaron unas palabras. El encendedor volvio al bolsillo envuelto en unos billetes entregados por el muchacho elegante y tenso, y la mano volvio a salir encerrando en su carcel de dedos un paquetito que fue rapidamente sepultado en el elegante bolsillo. A un par de metros de mi, los dos policias seguian discutiendo con furia homicida si Messi era o no mejor que Maradona, y rogue que cuando empezaran a pegarse tiros con las pistolas reglamentarias yo alcanzara a esconderme bajo la mesa.

En la calle, el disimulado atendio a otros tres clientes mientras yo repetia la transfusion de cafe, y luego dijo que no a un cuarto, en chaplinesco gesto de mostrar los bolsillos vacios. Los policias habian logrado un punto de acuerdo, y se turnaban gentilmente para cagarse en los muertos o defender al entrenador del Madrid y dudar del futuro de la seleccion nacional, que segun uno de ellos solo podria ganar otro Mundial si todos los demas equipos morian de infarto colectivo. «Lo del 2010 fue una raya en el agua», dijo, y me demore en la metafora, que se parecia a mi vida.

El disimulado camino sin apuro hasta un portal visible desde mi mesa, llamo a un timbre, y poco despues un tipo gordo le entregaba mercancia para seguir con el negocio. Volvio a su esquina y yo a mi cafe. El reloj decia que tenia tiempo de sobra para llegar a la cita con Nina. Hubo un recambio de publico en el local y los policias treparon al coche que vino en su busca, incorporando al conductor a la discusion que ahora versaba sobre ciclismo y lo hijoputas que eran los franceses al desplegar toda clase de artimanas para evitar otro triunfo espanol en el Tour, y que como surgiera otro Indurain, se iban a enterar los gabachos. Creo que el disimulado, en la acera de enfrente, mas que aliviarse se preocupo: tal como estaban las calles y sin policia cerca, igual lo atracaban.

Nada tenia sentido y yo lo sabia. Ni la persecucion de una mujer desconocida, ni la amenaza de El Muerto, ni arriesgar la poquita vida que me quedaba en el dudoso amor de Nina.

?Y si hacia caso de los consejos de Lidia, si usaba sus contactos para recuperar el pasaporte y el pasaje de

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