vuelta para volver a que, o recorria Europa que era lo que se suponia que habia venido a hacer? ?Y si aceptaba su oferta no formulada de compania y sensatez, dejando en un bolsillo de la mochila esa necesidad de pasion y sorpresa, si me refugiaba en su tranquilo asilo para gatos apaleados, como un exiliado de mis propias guerras perdidas? Sabia que no, seria lo mismo que estafar a Lidia ofreciendole algo que no podia darle. Claro que habia otra posibilidad de seguir sus consejos sin hipotecarle la vida organizada y serena: irme, nada mas, como tantas veces y de tantos lugares y de tantos afectos. Lo malo, pense, es que siempre me habia marchado cuando senti la necesidad de hacerlo o al descubrir que no valia la pena presentar batalla por una casilla en el tablero, habiendo tantas.

Ahora, en cambio, no lograba convencerme de que queria irme, como no lograba sentir sinceramente que me interesaba quedarme.

Ahora me echaban, me empujaban, me pegaban palizas en callejones oscuros y cobardes. Ahora los gatos callejeros se permitian subestimarme y los detectives fracasados me enganaban y las morenas explosivas y deliciosamente putitas me mentian con descaro.

«Ahora no», pense, sin decidir en realidad, mientras dejaba un billete sobre la mesa y salia a la calle. Una cosa era gratificar mi ego diciendo ahora no, y otra muy distinta asumir las consecuencias. Irme o quedarme, ceder otro lugar en el tablero, y luego otro y otro, hasta que no queden mas casillas, o plantarme en una para edificar mi fuerte a partir de unas cuantas debilidades.

No podia decidirlo. Al llegar cerca de la boca del metro, recorde un metodo adulto y responsable para elegir entre las dos opciones: una vieja moneda de veinticinco pesetas, que Lidia me entrego como un tesoro el dia que llegue, antes de adoctrinarme en euros y centimos. «Aunque te parezca mentira, hasta hace poco eran de curso legal», me dijo ese dia en Barajas, como si algo pudiera parecerme mentira, viniendo de una Argentina que aun se creia el ombligo del mundo, pese a que los mapas y la politica decretaran que estabamos al final de la espalda del planeta. En el culo. Eso, en el culo.

Sopese la moneda. Si salia cara, la cara de Franco que ya no me escandalizaba porque tal vez me estaba habituando a esa soleada contradiccion llamada Espana, trataba de esquivar a El Muerto y su Jamon y me iba en el primer avion disponible.

Si caia del otro lado, con el intrincado dibujo fascistoide a la vista, me quedaba para encontrar a Noelia, a la muerte o lo que fuera.

Cerre un poco el puno con el pulgar encajado en el indice y pose la moneda en la improvisada catapulta. La tire y, como tenia que ocurrir, no volvio a mi mano, sino que cayo al suelo y rodo escaleras abajo por la boca del metro. Una vieja que subia con fatiga se agacho, la recogio sin mirarla, y al verme pendiente renuncio al primer impulso de quedarsela.

– ?Es suya esta moneda? -pregunto sin necesidad.

– ?Que lado estaba hacia arriba?

– ?Como? -se asombro por un instante.

– ?Que lado de la moneda estaba hacia arriba cuando la recogio?

– No lo se -confeso desconcertada-. ?Es suya la moneda?

– No, gracias -conteste de mal humor.

Y baje las escaleras hacia las entranas de Madrid.

19

El Rastro suplia la falta de madrilenos con mayores cantidades de turistas de la Europa todavia rica, ansiosos por fotografiarse bajo la estatua de Cascorro. Ajeno a todo, el anonimo soldadito de bronce cargaba tantos pertrechos de guerra como los que a dos pasos de su pedestal exhibia un joven cliente de un puesto de desechos militares. Ademas del fondo para la foto obligatoria, los contingentes guiados que repetian typical hasta cuando veian un anacronico punkie de pelo naranja, se disputaban el reducido perimetro de la estatua con decenas de personas que habian dado muestras de originalidad al citarse debajo del Cascorro a tal hora, como si solo se les pudiera ocurrir a ellos.

Ahi me habia citado Nina. Sin embargo, me encontro y un lago internacional se abrio como las aguas del mar Muerto para dejar paso al baile de su vestido casi transparente. El turista afortunado que por azar del destino quedo entre la trayectoria del sol y el contraluz de Nina bajo la tela, no dijo typical, sino glup.

– Beso -ordeno con aire de perdonarme algo no muy importante.

Acerque mis labios a su mejilla.

– ?Seguimos con el cuento de los hermanitos? -Fruncio esa boca-. A este paso, podriamos repetir lo del Hansel y Gretel en version posmoderna… -rio con picardia-. Y tu Lidia podria hacer el papel de la bruja mala que nos encierra…

– Nina… -adverti. Pero era inutil.

– … y en lugar de ensenarle el dedo entre los barrotes, yo se lo que podrias mostrarle. Ese «dedo» que yo me se, con Lidia, no se pondria tan gordo…

Me rendi y la deje agotar las posibilidades de la broma mientras nos internabamos por el rio de gente que se bifurcaba en pequenos afluentes tambien orillados de puestos. Llegamos al que ella estaba buscando. Era un chiringuito de ropa entre la confeccion artesanal y las nostalgias hippies, rodeado de vestidos, tunicas, fulares y faldas transparentes. Ya sabia de donde sacaba Nina parte de su guardarropa. La chica -?se llamaba Azucena o Margarita? Da igual: era una flor de invernadero disfrazada de silvestre, con gafas a lo Lennon y pelo a lo Marley- dejo con la palabra en la boca a un cliente extranjero empenado en convencer a su oronda mujer de comprar un vestido mas acorde con su secretaria, y se fundio con Nina en un abrazo efusivo y transparente. Hablaron de gente y lugares desconocidos para mi, y por la forma de mirarme como al descuido de la flor, supe que evaluaba mi procedencia, mi relacion con Nina y si valia o no la pena intentar el despojo. Me entretuve mirando vestidos inspirados en el arco iris, no tanto por los colores como por la consistencia.

Otra chica, con el pelo partido en dos trenzas cayendo hasta cerca de donde debiera haber tenido el culo pero no, atendia a los clientes con gesto aburrido. El puesto estaba rodeado de una tela multicolor por tres costados, con el frente abierto para que los compradores examinaran la mercancia. Dos sillas desplegables -para la espera de sufridos acompanantes, imagine- y una cabina tambien de loneta estampada que hacia las veces de probador («es una idea nueva, la gente esta en-can-ta-da») completaban las instalaciones.

El gringo, convencido por fin de que su mujer no era su secretaria, compro media docena de fulares y se fue resignado, con la gorda a cuestas. Una chica de veintipocos anos, con la cara lavada y el pelo suelto jugando a esconderle los ojos, acepto probarse un vestido, alentada por una amiga de pelo cortisimo y gestos demasiado masculinos como para ser nada mas que una amiga. Pense que me estaba volviendo esquematico y arcaico, y que por suerte no tendria tiempo de ir a peor. La cortina que cerraba el probador se corrio tras la chica, dejando ver una minima y vertical porcion del interior con espejo. No es que quisiera mirar, pero mire. Una linea de piel liberandose de la blusa, blanco de lenceria contra blanco de piel, cabellos bailando y… la amiga de pelo corto clausurando la mirilla con cara de «yo la vi primero». Nina tambien habia sorprendido mi incursion visual.

– Miron -murmuro mientras la flor de invernadero negociaba el precio de una tunica con abundante regateo de handris para el que la turista habia sido bien entrenada.

Nina postergo la burla por el regreso de su amiga y retomo la conversacion como si nunca la hubieran interrumpido, con esa facilidad femenina cuya definicion me habia valido tantas veces la calificacion de machista por parte de Ella. El recuerdo me llego de pronto y me golpeo en un costado que creia endurecido. No fue su imagen, que seguia borrosa, fue una sensacion de parques y manos y sabanas y lluvia tras los cristales, al otro lado del mundo.

El peso de la bolsa de Nina me desestabilizo el brazo.

– Ten -murmuro, cargada de vestidos y sonrisas perversas-. Si lo que te excita son los probadores, pues probemos…

En cuanto la chica eterea y su centinela amiga abandonaron el probador, Nina entro y con toda la mala intencion del mundo cerro la cortina en un movimiento incompleto que dejo una franja de cinco centimetros de

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