probador a la vista. Me dio la espalda y empezo a desnudarse. Fingi examinar unos vestidos para tapar con mi cuerpo el hueco de la cortina, mientras de reojo seguia sus movimientos. El espejo la mostraba de frente, pero ella parecia no verme mientras doblaba su vestido de aire y tela, desnuda salvo el tanga y las sandalias. Sabia que yo estaba ahi, bebiendole la piel en el espejo, al alcance de mi mano y sin poder tocarla. Un tipo a mi lado me pidio fuego y si no le queme los bigotes fue por sus buenos reflejos de holandes entrenado en el tenis bajo un sol palido. Cuando se marcho con esposa y paquetes, mi ojo intento una vez mas vencer el limite absurdo que le imponia su cuenca.

– ?Ya has elegido? -pregunto la voz de la flor a mis espaldas.

– Ojala no tuviera que hacerlo -murmure.

Pero ella hablaba con Nina.

Yo apenas me interrogaba con una pregunta que no tenia respuesta.

***

Nos separamos. Nina queria hacer algunas preguntas y yo queria dar una vuelta sin rumbo por el delta de puestos que es el Rastro. Y robar un libro. Quedamos para una hora y media despues en un bar y al verla alejarse entre la gente, a contraluz con su leve vestido y su paso inquieto, senti un mordisco de nostalgia.

Anduve al azar, deteniendome en los puestos en los que el vendedor no acechaba como si tuviera con el alguna deuda vieja. Me compadeci de un artesano que regateaba con un aleman o lo que fuera, rubio, colorado y decidido a cumplir hasta la muerte la recomendacion de pedir rebaja; y contemple durante un cigarrillo la interminable coleccion de llaves de todas las formas y tamanos, que un viejo ofrecia sobre un pano en la acera.

– Tengo muchas llaves y ninguna puerta -reconocio leyendo mi pensamiento. Me sente a su lado, le di un cigarrillo y fumamos en silencio.

– ?Quieres que te regale una? -ofrecio el viejo despues de un rato.

Me puse de pie y pise el cigarrillo.

– No, gracias. Siempre pierdo las llaves.

– Igual prefieres llamar a todas las puertas en lugar de tener una propia…

Empece a alejarme, a la vez que decia:

– O que tengo miedo a que las puertas se abran, viejo.

Cuando llegaba a la esquina, una voz conocida me respondio:

– No hay que temer a las puertas que se abren, Nicolas, sino a las que se cierran detras de ti.

Me volvi sorprendido y el viejo acariciaba a un gato flaco y negro, con manchas blancas en el vientre y las patas. Segui andando. En la calle central del Rastro, la multitud hervia de puesto en puesto, y saltaba de unos tapices del Ecuador a unos panuelos de la India, a unos ceniceros iranies, a unos broches de plastico de origen desconocido. Mientras andaba, pescaba en el aire acentos argentinos gritandose de puesto en puesto, y hasta pude reconocer, pese a mi natural despiste, algunos de los rostros que dias antes presumian de exitos periodisticos en el restaurante.

Despues de comprar cuatro libros -y robar el quinto, segun el ritual- en un gran puesto que abarcaba una esquina, camine por las calles laterales, hasta encontrar lo que buscaba. Unas tablas soportadas por cajones, y sobre ellas, todo lo que se pueda imaginar, con aire de cosa antigua o simplemente vieja. Revolvi un poco y por fin encontre una caja de musica destartalada, con una ridicula bailarina que intentaba girar cuando la abrias. Le faltaba una pierna y la cara era borrosa, pero el mecanismo funcionaba. La melodia era un Para Elisa de sonido cristalino. La compre despues de regatear muy poco y la guarde en mi mochila. Le daria una sorpresa a Nina.

Llegue al bar diez minutos antes. Me gustaba la soledad de los bares, llena de gente desconocida, voces superpuestas, conversaciones furiosas y veloces. Pedi un vino tinto que al primer trago me devolvio la resaca de la noche velando a Philip. Y con ella, la sensacion de derrota inminente, de callejon sin salida.

Nina llego a rescatarme con su sonrisa siempre prometedora.

– ?Que, componiendo otro tango? -pregunto.

– Algo si. Estoy en la parte en que el tipo vuelve a la pequena y pobre casa y la encuentra vacia, la mujer se ha ido, se llevo los muebles, el vison, el piano, y lo unico que le ha dejado al perro, que le mea una pierna antes de irse tambien…

– ?No es demasiado? -inquirio sorbiendo de mi copa un poco de vino. Tarde en responder, perdido en sus labios. Nina era capaz de convertir el gesto mas trivial en un despliegue de sensualidad.

– No creas -dije-. Todavia falta la estrofa en que descubre que su santa madrecita se ha hecho puta, y su papa, al que creia muerto en gloriosa batalla, es un travesti que responde al nombre artistico de «Vanessa la insaciable»…

Nina sacudio la cabeza, entre condolida e impaciente.

– ?Ves lo que pasa por no dormir conmigo? Al dia siguiente estas insoportable…

– Pero si con vos no duermo: no me dejas…

Pidio otro vino y bebimos sin hablar, aunque su rodilla aprovechaba el tumulto para jugar en mi entrepierna.

– ?Hubo suerte? -pregunte.

– Regular. Noelia es muy conocida por aqui, pero nadie me ha podido dar una pista segura. La han visto, el domingo pasado o el anterior, recorriendo los puestos y hable con un chico que fabrica instrumentos musicales. Ella le habia encargado una ocarina y al verla, quiso avisarle que ya la tenia. Pero Noelia llevaba prisa y no se detuvo… -suspiro-. Todo esto es muy raro, Nicolas.

Pague sin decir nada y salimos a la calle. Eran casi las tres de la tarde y varios de los puestos grandes ya habian recogido su estructura de metal, maderas y fantasia. Algunos coches y furgonetas cargaban las cajas con lo que no se habia vendido, mientras sus conductores hacian recuento de ingresos. Aqui y alla, la escena se repetia, mientras que otros puestos, mas pequenos, seguian esperando el cliente que salvara la manana. Nina me agarro de la mano y no la retire. Jamon no habia dado senales de vida y yo necesitaba sentirme apoyado. Subiamos por la calle central, cuando una voz llamo a Nina a los gritos. Era la chica de la tienda de ropa, que corria cuesta arriba, sin aliento. Casi se derrumbo junto a nosotros.

Cuando pudo recuperarse, dijo jadeando todavia:

– ?Acabo de ver a Noelia!

20

Jadeabamos los tres en una mesa del mismo bar, milagrosamente vacio. Algunos rezagados celebraban la buena manana de ventas, mientras sus empleados llegaban a rendir las ganancias de los puestos de los que eran testaferros. Nina, su amiga y yo habiamos recorrido a la carrera las calles transversales cercanas al lugar en el que la flor de invernadero juraba haber visto a Noelia. Sin resultado. Solo cajas de carton vacias y algunos vendedores desalentados sin ganas siquiera de recoger su mercancia.

Volvimos derrotados y Violeta (era el nombre de la flor), dejo a su socia a cargo del traslado del puesto.

– ?Era ella, Nina! -juro Violeta ante el escepticismo mudo y fatigado de nuestras miradas. Bebio un trago de cerveza y dejo caer el vaso con fuerza. Yo observaba la escena, con la copa de vino aferrada entre las dos manos, y ellas hablaban de algo que podia ser mi vida o mi muerte. Tal vez por eso me importaba una mierda.

– ?Te avise porque dijiste que era cuestion de vida o muerte! -advirtio Violeta-. Sabes que no me hablo con Noelia…

– ?Tambien te robo las alas? -pregunte sin querer.

– ?Alas? ?Se tiro a mi novio! La hija de puta mosquita muerta me lo quito para follarselo un mes y despues dejarlo. Era un chico tan sensible… -Su cara floral se ilumino al recordarlo-. ?Sabes de que trabajaba?

– ?Jardinero? -me deje traicionar otra vez por mis pensamientos. Pero la flor puso cara de asombro.

– ?Como lo sabias? Si, era muy bueno con las plantas, les hablaba, decia que podian entender mas que muchas personas, era un tio especial…

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