– No debi preguntarle eso a usted. -Cambiando de inflexion, dijo entonces-: ?Y a esos ninos? ?Que les pasara?
– A todos lo mismo -dijo Marvilli.
– ?Que es?
– Seran enviados a un orfanato.
CAPITULO 6
Brunetti no dejo traslucir el efecto que le habian causado las palabras de Marvilli y se abstuvo de mirar a Vianello. Esperaba que el inspector seguiria su ejemplo y no diria nada que perturbara o rompiera la buena comunicacion que parecian haber establecido con el capitan.
– ?Y luego? -pregunto Brunetti en tono profesional-. ?Que es de los ninos?
Marvilli no disimulo su extraneza.
– Ya se lo he dicho, comisario. Nosotros nos encargamos de que sean llevados a un orfanato, y los servicios sociales y el Tribunal de Menores asumen su tutela.
Brunetti se reservo sus comentarios al respecto y solo dijo:
– Ya. O sea que, en cada caso, ustedes… -Brunetti trato de decidir cual era la palabra apropiada: «confiscan», «incautan», «roban»-… entregan al nino a los servicios sociales.
– Es nuestro cometido -convino Marvilli llanamente.
– ?Y Pedrolli? -pregunto Brunetti-. ?Que pasara con el?
Marvilli reflexiono antes de responder:
– Eso depende del magistrado, supongo. Si Pedrolli decide colaborar, los cargos seran mas leves.
– ?Colaborar como? -pregunto Brunetti. El silencio de Marvilli le hizo comprender que no tenia que haber hecho esta pregunta, y antes de que pudiera hacer otra, Marvilli miro el reloj.
– Tengo que volver al cuartel, signori. -Desplazando el cuerpo hacia un lado, se levanto de la banqueta. Ya de pie, pregunto-: ?Me permiten que les invite?
– Muchas gracias, capitan, pero no -respondio Brunetti con una sonrisa-. Me gustaria haber salvado dos vidas en un dia.
Marvilli se rio. Tendio la mano a Brunetti y despues, inclinandose sobre la mesa, estrecho tambien la de Vianello con un cortes:
– Adios, inspector.
Si Brunetti esperaba que el capitan hiciera referencia a mantener informada a la policia local o a que esta compartiera con los carabinieri la informacion que pudieran obtener, se vio defraudado. Marvilli volvio a dar las gracias por el cafe, giro sobre si mismo y salio del bar.
Brunetti miro los platos y las servilletas usadas.
– Si tomo otro cafe, podre llegar a la questura volando.
– Lo mismo digo -murmuro Vianello, y pregunto-: ?Por donde empezamos?
– Por Pedrolli, me parece, y luego quiza deberiamos buscar esa clinica de Verona -respondio Brunetti-. Tambien me gustaria saber como descubrieron los carabinieri lo de Pedrolli.
Vianello senalo el sitio que habia ocupado Marvilli.
– Si; estaba muy evasivo al respecto.
Ninguno hizo conjeturas y, finalmente, tras un silencio contemplativo, Vianello dijo:
– Probablemente, la esposa estara en el hospital. ?Quieres que vayamos a hablar con ella?
Brunetti asintio. Se levanto y se acerco al bar.
– Diez euros, comisario -dijo Sergio.
Brunetti puso el billete en el mostrador y se volvio a medias hacia la puerta en la que ya le esperaba Vianello. Por encima del hombro pregunto:
– ?Bambola?
Sergio sonrio.
– Vi su verdadero nombre en el permiso de trabajo, pero en mi vida podria pronunciarlo. Entonces el sugirio que podia llamarle Bambola, que es lo que mas se parece a su verdadero nombre en italiano.
– ?Permiso de trabajo? -pregunto Brunetti.
– Trabaja en la pasticceria que esta en Barbaria delle Tolle -dijo Sergio pronunciando el nombre de la calle en veneciano, cosa que Brunetti nunca habia oido de boca de un forastero-. Lo tiene, de verdad.
Brunetti y Vianello salieron del bar y se encaminaron hacia la questura. Aun no eran las siete, por lo que fueron a la sala de patrullas, donde habia un vetusto televisor en blanco y negro, en el que podrian ver el informativo de la manana. Aguantaron los interminables videos en los que ministros y politicos aparecian hablando delante de microfonos mientras la voz del locutor explicaba lo que se suponia que habian dicho. Luego, un coche bomba. La pretension del Gobierno de que la inflacion no habia subido. Nuevas canonizaciones.
Iban llegando otros policias. Entro un video borroso de un coche azul de los carabinieri que paraba delante de la questura de Brescia. Del coche se apeo un hombre que se tapaba la cara con las manos esposadas. El locutor explico que los carabinieri habian realizado redadas nocturnas en Brescia, Verona y Venecia para desarticular una banda dedicada al trafico de ninos. Cinco personas habian sido arrestadas y tres ninos, confiados a la tutela del Estado.
– Pobrecillos -murmuro Vianello, y estaba claro que se referia a los ninos.
– ?Y que mas se puede hacer con ellos? -respondio Brunetti.
Alvise, que habia entrado sin que lo advirtieran y estaba de pie cerca de ellos, barboto, como si hablara al televisor, pero dirigiendose a Brunetti:
– ?Que mas? ?Dejarlos con sus padres, por el amor de Dios!
– Sus padres no los querian -observo Brunetti secamente-. Por eso pasa lo que pasa.
Alvise levanto la mano derecha.
– No me referia a las personas que los trajeron al mundo, sino a sus padres, los que han cuidado de ellos, los que los han tenido durante… -alzo un poco la voz-… algunos desde hace dieciocho meses. Es ano y medio. Ya andan, ya hablan. No puedes meterte en su casa, quitarselos y llevarlos a un orfanato. Porco Giuda, son ninos, no alijos de cocaina de los que nos incautamos y encerramos en un armario. -Alvise golpeo la mesa con la palma de la mano y miro a su superior, con la cara colorada-. ?Que pais es este, si aqui pueden pasar estas cosas?
Brunetti no podia estar mas de acuerdo. La pregunta de Alvise era razonable. ?Que pais, realmente?
La pantalla se lleno de futbolistas que o hacian huelga o eran arrestados, Brunetti no lo sabia ni le interesaba, por lo que dando la espalda al televisor salio de la sala seguido de Vianello.
Mientras subian la escalera, el inspector dijo:
– Tiene razon Alvise.
Brunetti no respondio, y Vianello anadio:
– Quiza sea la primera vez en la historia, pero tiene razon.
Brunetti se detuvo en lo alto de la escalera y, cuando Vianello llego arriba, dijo:
– La ley es una bestia sin entranas, Lorenzo.
– ?Que significa eso?
– Significa -empezo Brunetti parandose en la puerta de su despacho- que, si se permitiera a esas personas conservar a los ninos, se sentaria un precedente: la gente podria comprar ninos o hacerse con ellos como quisiera y donde quisiera, y para el fin que quisiera, y seria perfectamente legal.
– ?Que otro fin puede haber mas que el de criarlos y quererlos? -pregunto un indignado Vianello.
La primera vez que oyo el rumor de la compra de ninos para utilizarlos como involuntarios donantes de organos, Brunetti decidio considerarlo una leyenda urbana. Pero, con los anos, el rumor se habia hecho mas insistente y ya no se referia solo a paises del Tercer Mundo sino a los del Primero y ahora, aunque seguia resistiendose a creerlo, cada vez que lo oia, sentia desasosiego. La logica sugiere que una operacion tan complicada como un trasplante requiere la intervencion de numerosas personas y un entorno medico bien equipado y controlado, en el que por lo menos uno de los pacientes pueda recuperarse. Las posibilidades de que pudieran darse todas estas circunstancias y que todas las personas involucradas guardaran silencio parecian a