– Creo que si -respondio Vianello-. Vere si la encuentro.
– Quiza no tenga nada que ver con esto, pero me gustaria leer que dijo y, quiza, volver a hablar con ella.
– Si hay transcripcion la encontrare -dijo Vianello.
Brunetti miro el reloj.
– Voy al hospital, a hablar con la esposa. Y pregunta a la signorina Elettra si podria averiguar quien fue informado de la… operacion de los carabinieri. -Queria utilizar una palabra mas dura (incursion, asalto), pero se contuvo.
– Hablare con ella por la tarde -dijo el inspector.
– ?Por la tarde? -se sorprendio Brunetti.
– Hoy es martes -dijo Vianello, a modo de explicacion, como quien dice: «Las tiendas de alimentacion cierran los miercoles por la tarde, los restaurantes de pescado no abren los lunes y la signorina Elettra no trabaja los martes por la manana.»
– Ah, si, claro.
CAPITULO 7
Era una mujer fuerte. Si a Brunetti le hubieran preguntado por que se le habia ocurrido esta palabra nada mas ver a la esposa de Pedrolli, le habria costado trabajo dar con la respuesta, pero su sola presencia se la sugirio y la tuvo presente mientras estuvo hablando con ella. Estaba de pie al lado de la cama de su marido y tuvo un gesto de extraneza al ver entrar a Brunetti, a pesar de que el habia llamado a la puerta. Quiza esperaba a otra persona, alguien con bata blanca.
Era hermosa. Esto se le ocurrio a continuacion: alta y esbelta, con una melena de rizos castano oscuro. Tenia los pomulos marcados; los ojos claros, que tanto podian ser verdes como grises; y la nariz larga, fina y un poco respingona. La boca era grande, desproporcionada respecto a la nariz, pero los labios gruesos armonizaban perfectamente con la cara. Aunque debia de tener mas de cuarenta anos, su cutis era terso. Parecia por lo menos una decada mas joven que el hombre que estaba en la cama, aunque, dadas las circunstancias, la comparacion no era justa.
Cuando la mujer vio que Brunetti no era la persona esperada, se volvio hacia su marido, que parecia dormir. Brunetti veia la frente, la nariz y la barba de Pedrolli y la larga forma de su cuerpo debajo de la manta.
La mujer miraba a su marido y Brunetti miraba a la mujer. Ella llevaba falda de lana verde oscuro y jersey beige. Zapatos marrones, caros, hechos mas para estar de pie que para andar.
– Signora? -dijo Brunetti desde la puerta.
– ?Si? -pregunto ella lanzandole una mirada rapida y volviendose otra vez hacia su marido.
– Soy de la policia.
El furor fue instantaneo y lo pillo desprevenido. Su voz tenia un filo sibilante que parecia precursor de una violencia fisica inminente:
– ?Como se atreven a venir aqui despues de lo que nos han hecho? ?Lo dejan inconsciente y ahora pretenden hablar conmigo?
Apretando los punos, dio dos pasos hacia Brunetti, que no pudo menos que levantar las manos con las palmas hacia afuera, en un ademan mas apropiado para defenderse de los malos espiritus que de la violencia fisica.
– Yo no he tenido nada que ver con lo que ha ocurrido esta noche, signora. Estoy aqui para investigar el ataque del que ha sido objeto su marido.
– Mentira -escupio ella, pero no se acerco mas.
– Signora -dijo Brunetti en un tono de voz deliberadamente bajo-. A las dos de la manana, me han llamado a casa, y he venido al hospital porque en la questura se habia recibido informacion de que un hombre habia sido atacado y conducido al hospital. -Era una version un poco maquillada, incluso podia haber quien la calificara de mentira, pero la esencia era verdad-. Puede preguntar a los medicos y a las enfermeras, si lo desea. -El la vio reflexionar.
– ?Como se llama usted? -inquirio.
– Guido Brunetti, comisario de policia. La accion en la que su marido ha resultado lesionado… -Vio que ella iba a protestar, pero continuo-… era de los carabinieri, no nuestra. Que yo sepa, no habiamos sido informados previamente. -Quiza no debia haberle dicho esto, pero pretendia desviar su indignacion e inducirla a hablar con el.
El intento fracaso, porque ella volvio al ataque inmediatamente, aunque por duras que fueran sus palabras, la voz no pasaba de un susurro.
– ?Quiere decir que esos gorilas pueden entrar en la ciudad cuando se les antoje, meterse en nuestras casas, secuestrar a nuestros hijos y dejar a un hombre tendido en el suelo en ese estado? -Se volvio a senalar a su marido, y el ademan, lo mismo que las palabras, parecieron a Brunetti intencionadamente dramaticos. Por mucha compasion que sintiera hacia Pedrolli y su esposa, no se permitia a si mismo olvidar, al parecer, a diferencia de ella, que ambos estaban acusados de adopcion ilegal y que su marido estaba bajo arresto.
– Signora, no deseo molestar a su marido. -La mujer parecio ablandarse, por lo que el prosiguio-: Si encuentro a una enfermera que pueda quedarse a vigilarlo, ?querra salir al pasillo a hablar conmigo?
– Si es capaz de encontrar a una enfermera en este hospital, sabe mas que yo. No he visto a nadie desde que me han traido -dijo, todavia furiosa-. Se desentienden de el.
La prudencia aconsejo a Brunetti no responder. Se limito a alzar la mano en ademan de apaciguamiento. El carabiniere seguia sentado en el pasillo y ni levanto la mirada cuando Brunetti salio de la habitacion. Por el fondo, llegaban las enfermeras del turno de dia, dos mujeres de mediana edad, con el uniforme de la enfermera de hoy: pantalon vaquero y jersey debajo de la bata blanca. Una, la mas alta, calzaba zapatos rojos. Su companera tenia el pelo blanco.
El saco la credencial y se la mostro.
– He venido por el caso del dottor Pedrolli -dijo.
– ?Y para que? -pregunto la mas alta-. ?No le parece que ya han hecho bastante?
La de mas edad puso la mano en el antebrazo de su companera, como si temiera que ella y Brunetti fueran a enzarzarse a punetazos, y dijo, tirandole de la manga con energia:
– Ten cuidado, Gina -y a Brunetti-: ?Que desea? -Su tono era menos agresivo, pero tambien ella parecia acusar a Brunetti de complicidad en el golpe que habia puesto al dottor Pedrolli en la habitacion situada a la mitad del pasillo.
Reacia a dejarse aplacar, la llamada Gina resoplo, pero ahora, por lo menos, escuchaba, asi que Brunetti prosiguio:
– He venido al hospital a las tres de la manana, para ver a un hombre al que creia victima de una agresion. Mis hombres no han tenido nada que ver.
La mayor parecia dispuesta a creerle, lo que relajo la tension.
– ?Lo conoce? -pregunto el comisario dirigiendose a ella unicamente. La mujer asintio.
– Trabaje en Pediatria hasta hace dos anos. Creame, el dottor Pedrolli es una excelente persona. De lo mejor. A veces pienso que era el unico que se preocupaba realmente por los ninos o, por lo menos, el unico que hacia como si fuera importante escucharles y hablar con ellos. Pasaba aqui la mayor parte del tiempo; acudia a la mas minima. Todos sabiamos que, si algo ocurria durante la noche, habia que llamarlo a el. Nunca te daba motivo para pensar que no debias haberlo llamado.
Brunetti sonrio ante esta descripcion y miro a la otra mujer.
– ?Tambien usted lo conoce, enfermera?
Ella movio la cabeza negativamente. La mayor le oprimio el brazo.
– Vamos, Gina, pues claro que lo conoces -dijo, y la solto.
Gina dijo, dirigiendose a su companera:
– Nunca he trabajado con el, Sandra. Si -agrego entonces volviendose hacia Brunetti-, lo he visto por el hospital, en el bar y en los pasillos, pero no recuerdo que hayamos hablado, como no sea para decir buenos dias. -Al observar que Brunetti movia la cabeza de arriba abajo, anadio-: Pero he oido hablar de el, como todos, supongo. Es un buen hombre.