Respeto de perro Beta hacia perro Alfa, fue el inmediato pensamiento de Brunetti, que retrocedio hasta quedar parcialmente oculto por el mostrador de Enfermeria. Si Patta hacia senal de mirar atras, el tendria tiempo de esconderse, dar media vuelta, y pasearse por el pasillo mientras asimilaba la fenomenal sorpresa de encontrar a su superior en este lugar a esta hora y decidia si era conveniente dejarse ver.

El otro hombre, cuya considerable corpulencia seguia semiescondida tras el cuerpo de Patta, alzo las dos manos en un ademan que tanto podia ser de exasperacion como de sorpresa y senalo repetidamente con un indice furioso la puerta de la habitacion de Pedrolli. En respuesta, Patta movio la cabeza de derecha a izquierda y despues de arriba abajo, como cabecea un perrito de juguete en la trasera de un automovil que pasa por un bache.

De pronto, el otro hombre dio media vuelta y se alejo por el pasillo. Lo unico que Brunetti vio antes de agacharse detras del mostrador, fue su espalda: un cuello tan ancho como la cabeza de pelo blanco, cortado a cepillo y una silueta casi cuadrada. Cuando volvio a mirar, observo que Patta no hacia movimiento alguno para seguir al que se alejaba, quien, al llegar a las puertas del fondo, las empujo violentamente, haciendo que la de la derecha chocara contra la pared con un golpe que resono en todo el pasillo.

El primer impulso de Brunetti fue el de acercarse a Patta y fingir sorpresa, pero la prudencia le aconsejo retroceder por otro pasillo hasta otra salida. Alli espero durante cinco minutos y, cuando volvio a Neurologia, Patta habia desaparecido.

CAPITULO 9

Brunetti volvio al pasillo de la habitacion de Pedrolli y se quedo esperando a que saliera la signora Marcolini, con la intencion de volver a asumir su papel de amigable oyente. Metio la mano en el bolsillo, buscando el telefonino, y descubrio que lo habia dejado en casa. No queria perder a la signora Marcolini, pero tenia que llamar a Paola para decirle que no almorzaria en casa ni sabia cuando llegaria.

Se sento en la silla de plastico, mirando al vacio, procurando mantener la cabeza erguida, apartada de la tentacion de la pared que tenia a la espalda. Al cabo de menos de un minuto, fue hasta el extremo del pasillo y leyo las instrucciones de evacuacion en caso de incendio y la lista de los medicos de la planta. Gina aparecio por la puerta situada al otro lado del mostrador.

– Perdon, signora Gina, ?puedo usar el telefono?

Ella le dedico una sonrisa minima y dijo:

– Primero marque el nueve.

El descolgo el telefono que estaba detras del mostrador y marco el numero de su casa.

– ?Si? -oyo que contestaba Paola.

– ?Todavia muy cansada para hablar? -no pudo menos que preguntar.

– Por supuesto que no -contesto ella-. ?Donde estas?

– En el hospital.

– ?Problemas?

– Al parecer, los carabinieri se extralimitaron al hacer un arresto y el hombre esta aqui. Es medico, de modo que, por lo menos, tiene asegurada una buena atencion.

– ?Los carabinieri atacaron a un medico? -pregunto ella con estupor.

– No he dicho que le atacaran, Paola -puntualizo el, aunque lo que decia su mujer no dejaba de ser verdad-; solo que se extralimitaron.

– ?Y eso que quiere decir, que corrian demasiado con las lanchas cuando lo llevaban al hospital? ?O que hicieron mucho ruido y molestaron al vecindario al dar la patada a la puerta?

En terminos generales, Brunetti solia compartir el escepticismo de Paola acerca de la competencia de los carabinieri, pero, en este momento, bajo los efectos de la cafeina y el azucar, no le apetecia oirla expresarlo.

– Quiere decir que el se resistio al arresto y le partio la nariz a uno de los hombres que iban a arrestarlo.

Ella se abatio sobre el como un halcon.

– ?Uno de los hombres? ?Cuantos eran?

– Dos -opto por mentir Brunetti, admirado de lo pronto que habia sido inducido a defender a los hombres que habian agredido a Pedrolli.

– ?Hombres armados? -pregunto ella.

De pronto, el cansancio pudo con Brunetti.

– Paola, luego te lo cuento todo, ?de acuerdo?

– Claro -respondio ella-. ?Tu lo conoces?

– No. -Habia oido acerca del medico lo suficiente como para formar de el una impresion favorable, pero no bastaba para poder afirmar que lo conocia, dedujo Brunetti.

– ?Por que lo arrestaron?

– Hace un ano y medio adopto a un nino, y ahora parece que lo hizo ilegalmente.

– ?Y que han hecho con el nino?

– Se lo han llevado -dijo Brunetti con voz neutra.

– ?Se lo han llevado? -pregunto Paola con toda su anterior beligerancia-. ?Que significa eso?

– Que ha sido dado en custodia.

– ?Dado en custodia a su verdadera madre o dado en custodia a un orfanato?

– Me temo que a un orfanato -reconocio Brunetti.

Hubo una pausa larga, y Paola dijo, como si hablara consigo misma:

– Un ano y medio. -Y agrego-: Dios mio, ?no son unos desalmados hijos de puta?

?Traicionar al Estado dandole la razon o traicionar al sentimiento humanitario negandosela? Brunetti considero una y otra opcion y dio la unica respuesta que el podia dar:

– Si.

– Luego hablamos, ?eh? -dijo una Paola repentinamente amansada.

– Si -repitio Brunetti colgando el telefono.

Brunetti se alegraba de no haber hablado a Paola de las otras personas, las que habian estado bajo vigilancia durante casi dos anos. A Alvise, y al propio Brunetti, les habia llamado la atencion ese periodo de tiempo, ese ano y medio en el que una autoridad bien informada habia permitido a los nuevos padres conservar a la criatura. Es entonces cuando un hombre se hace padre, eso lo sabia Brunetti o, por lo menos, recordaba que durante aquel primer ano y medio de vida sus hijos se habian convertido en una parte de su corazon. Si uno de ellos le hubiera sido arrebatado, por la causa que fuera, despues de aquel periodo, el habria ido por la vida con una parte de su ser irreparablemente danada. Antes de que esta conviccion se anclara en su mente, Brunetti reconocio que si uno de sus hijos le hubiera sido arrebatado en cualquier momento despues de que el lo viera por primera vez, su dolor no habria sido menor que si lo hubiera tenido a su lado durante dieciocho meses o dieciocho anos.

Brunetti volvio a su silla y reanudo su contemplacion de la pared y de la curiosa circunstancia de la presencia de Patta en el hospital y, al cabo de otros veinte minutos, la signora Marcolini salio al pasillo y se acerco. Parecia mucho mas cansada ahora que cuando habia entrado en la habitacion.

– ?Aun esta aqui? -dijo-. Perdone, he olvidado su nombre.

– Brunetti, signora, Guido -dijo el poniendose en pie. Le sonrio pero no le tendio la mano-. He hablado con las enfermeras, y parece que su marido goza de gran aprecio. Estoy seguro de que estara bien atendido.

El esperaba una respuesta agria, y la mujer no lo defraudo.

– Podrian empezar por librarlo de los carabinieri.

– Claro. Vere lo que puedo hacer al respecto -dijo Brunetti, que dudaba de poder hacer algo. Cambiando de registro, pregunto-: ?Su marido entiende lo que usted le dice, signora?

– Si.

– Bien. -Los conocimientos de Brunetti acerca del funcionamiento del cerebro eran rudimentarios, pero parecia logico que, si el hombre comprendia las palabras, era probable que pudiera recuperar el habla. ?Existia algun medio de comprobar las facultades de Pedrolli? Sin habla, ?que somos?

– … alejados a los medios -la oyo decir.

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