– Y un buen medico -anadio Sandra. Ni Brunetti ni Gina parecian dispuestos a decir algo, y cambio de tema-. He leido la ficha. No saben lo que tiene. Damasco quiere hacerle mas radiografias y un TAC esta manana: eso ha anotado antes de irse a casa.

Brunetti, que sabia que podria conseguir el informe medico mas adelante, pregunto a Gina:

– ?Usted conoce a la esposa?

La pregunta sorprendio a la mujer, que respondio en tono formal:

– No. Es decir, solo he hablado con ella por telefono, un par de veces. -Miro a la puerta de la habitacion de Pedrolli-. Ahora esta con el, ?verdad?

– Si -respondio Brunetti-. Y agradeceria que, de ser posible, una de ustedes estuviera con el mientras yo hablo con ella aqui fuera.

Las dos mujeres se miraron y Sandra dijo:

– Yo entrare.

– Esta bien -dijo Gina, que se fue dejando a Brunetti con su companera.

El precedio a la mujer hasta la puerta, llamo con los nudillos y entro. La esposa de Pedrolli seguia donde el la habia dejado, al lado de la cama, mirando a su marido.

Ella se volvio un momento en direccion a los recien llegados y, al ver la bata blanca de la enfermera, pregunto:

– ?Sabe cuando vendra un medico? -Aunque las palabras eran bastante neutras, el tono indicaba que temia tener que esperar varios dias.

– La visita empieza a las diez, signora -respondio la enfermera llanamente.

La esposa de Pedrolli miro el reloj, apreto los labios y dijo a Brunetti:

– Tenemos tiempo de sobra para hablar. -Rozo el dorso de la mano derecha de su marido y se aparto de la cama.

Brunetti dio un paso atras para dejar que ella lo precediera y cerro la puerta. La mujer miro al carabiniere y luego a Brunetti, dando a entender que el era responsable de la presencia de aquel hombre, pero no dijo nada. El pasillo terminaba en un ventanal que daba a un patio en el que habia un pino raquitico, tan torcido que algunas ramas rozaban el suelo, y daba la impresion de que crecia en sentido horizontal.

Al llegar a la ventana, el dijo:

– Me llamo Guido Brunetti, signora. -No le tendio la mano.

– Bianca Marcolini -dijo ella, medio vuelta hacia la ventana, mirando al arbol.

Como si no reconociera el apellido, Brunetti dijo:

– Me gustaria hablar de lo ocurrido esta noche, signora, si me lo permite.

– No estoy segura de que haya mucho que decir, comisario. Dos hombres con pasamontanas irrumpieron en nuestro domicilio, acompanados por otro hombre. Iban armados. Golpearon a mi marido dejandolo en ese estado -dijo, senalando a la habitacion con un movimiento brusco. Y anadio con voz aspera-: Y se llevaron a nuestro hijo.

Brunetti no sabia si aquella mujer trataba de provocarlo, al seguir hablandole como si el fuera responsable de lo ocurrido, pero pregunto sencillamente:

– ?Podria decirme que recuerda de lo ocurrido, signora?

– Acabo de decirle lo que sucedio. ?No me escuchaba, comisario?

– Si -respondio el-. Ya me lo ha dicho. Pero necesito mas detalles, signora. Necesito saber que se dijo, si los hombres que entraron en su casa se identificaron como carabinieri, y si atacaron a su esposo sin ser provocados. -Brunetti se preguntaba por que llevarian pasamontanas los carabinieri; normalmente, solo los llevaban si habia posibilidad de que fueran fotografiados e identificados. Lo cual no parecia probable, durante el arresto de un pediatra.

– Pues claro que no nos dijeron quienes eran -dijo ella alzando la voz-. ?Imagina que mi marido habria tratado de pelear con ellos si lo hubieran dicho? -El observo su expresion mientras ella rememoraba la escena del dormitorio-. ?Si hasta me dijo que llamara a la policia, por Dios!

Sin rectificarla por confundir a los carabinieri con la policia, Brunetti pregunto:

– ?Tenian su marido o usted motivos para esperar su visita, signora?

– No se a que se refiere -respondio ella airadamente, quiza tratando de eludir la respuesta con el tono.

– Tratare de expresarme con mas claridad. ?Existe alguna razon por la que usted o su marido pudieran creer que la policia o los carabinieri estarian interesados en ustedes o en contactar con ustedes? -Aun no habia terminado de hablar cuando Brunetti comprendio que habia elegido una mala palabra, una palabra que no podia dejar de indignarla.

No se equivocaba.

– «Contactar» con nosotros -resoplo ella sin poder contenerse. Se aparto un paso de la ventana y levanto una mano. Apuntandole con el dedo, dijo con una voz cargada de indignacion-: ?Contactar! Eso no fue un contacto, signore, fue un ataque, un asalto, un atropello. -Ella se interrumpio, y Brunetti vio que la piel que rodeaba sus labios estaba muy blanca, en contraste con el resto de la cara, que, repentinamente, se habia tenido de rojo. La mujer dio un paso hacia el, pero se tambaleo. Apoyo una mano en el alfeizar de la ventana, encajando el codo en el angulo, para no caer.

Al instante Brunetti estuvo a su lado sujetandola del brazo mientras ella se sentaba a medias en el alfeizar. El siguio sosteniendola. La mujer cerro los ojos y se inclino hacia adelante, con las manos en las rodillas y la cabeza colgando.

A mitad del pasillo, Sandra asomo la cabeza por la puerta de la habitacion de Pedrolli, pero Brunetti levanto una mano con gesto tranquilizador y la enfermera se retiro. La mujer que estaba a su lado aspiro ronca y profundamente varias veces, sin levantar la cabeza.

Por el fondo del pasillo aparecio un hombre con bata blanca, pero tenia la atencion puesta en un papel que llevaba en la mano y no vio, o hizo como si no viera, a Brunetti y la mujer. Entro en una habitacion sin llamar.

Paso un rato y, finalmente, la signora Marcolini se puso en pie, aunque sin abrir los ojos. Brunetti le solto el brazo.

– Gracias -dijo ella, respirando todavia con fatiga. Con los ojos cerrados, dijo-: Ha sido terrible. Me desperto el ruido. Gritos de hombres, y vi que uno golpeaba a Gustavo no se con que, y el caia al suelo, y entonces Alfredo se puso a chillar, y yo crei que habian venido a atacarnos. -Abrio los ojos y miro a Brunetti-. Creo que nos hemos vuelto un poco locos. De miedo.

– ?Miedo de que, signora? -pregunto Brunetti con suavidad, confiando en que su pregunta no volviera a provocar su colera.

– De que nos arrestaran -dijo ella.

– ?Por lo del nino?

Ella bajo la cabeza, pero el la oyo responder:

– Si.

CAPITULO 8

– ?Quiere hablarme de eso, signora? -pregunto Brunetti. Miro al pasillo y vio que el hombre de la bata blanca salia de la habitacion a mano izquierda y se alejaba hacia las vidrieras dobles del fondo. El hombre las cruzo, giro hacia un lado y desaparecio.

La experiencia aconsejaba a Brunetti permanecer quieto hasta que su presencia se convirtiera en una parte casi imperceptible del entorno de la mujer. Transcurrio un minuto, luego otro. El seguia mirando hacia el pasillo, pero estaba pendiente de la mujer.

Al fin ella dijo con voz mas suave:

– No podiamos tener hijos. Ni podiamos adoptar. -Otra pausa y anadio-: En cualquier caso, cuando se hubiera terminado el papeleo y nos hubieran aceptado, los unicos ninos que nos habrian dado serian…, en fin, serian mayores. Y nosotros queriamos… -dijo ella, y Brunetti se preparo para oir lo que iba a decir la mujer-… un recien nacido. -Lo dijo serenamente, como si no se diera cuenta del patetismo de sus palabras, y a Brunetti eso le parecio aun mas patetico.

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