El seguia sin mirarla; solo se permitio mover la cabeza de arriba abajo, sin decir nada.
– Mi hermana no esta casada, pero la hermana de Gustavo tiene tres hijos -dijo ella-. Y su hermano, dos. - Ella lo miro, como espiando su reaccion a esta confesion de su frustracion, y prosiguio-: Entonces alguien del hospital, no se si fue uno de sus colegas o un paciente, hablo a Gustavo de una clinica particular. -Hizo otra pausa. El espero, sin decir nada-: Fuimos a la clinica, nos hicieron pruebas y… resulto que habia problemas. -La revelacion de la naturaleza de la visita violentaba a Brunetti tanto como si hubiera sido sorprendido leyendo correspondencia ajena.
Distraidamente, ella frotaba con la punta del zapato un gran aranazo que un carro o algun objeto pesado habia dejado en las baldosas. Sin levantar la mirada, prosiguio:
– Los dos teniamos problemas. De haber sido uno solo, aun habria sido posible. Pero siendo los dos… - Brunetti dejo que la pausa se prolongara hasta que ella agrego-: El vio los resultados. No queria decirmelos, pero le obligue.
Su profesion habia hecho de Brunetti un maestro de las pausas: era capaz de distinguir unas de otras como un director de orquesta distingue los tonos de los distintos instrumentos de cuerda. Esta la pausa absoluta, casi beligerante, que hay que romper a fuerza de apremios o amenazas. Esta la pausa especulativa, en la que el que ha hablado mide el efecto de sus palabras en el oyente. Y esta la pausa por fatiga extrema, que hay que respetar, hasta que la persona recupera el control de sus emociones.
Creyendo encontrarse ante una pausa del tercer tipo, Brunetti guardo silencio, seguro de que ella seguiria hablando. Se oyo un sonido en el corredor, un quejido, o el grito de un durmiente. Cuando ceso, el silencio parecio expandirse hasta llenar el vacio.
Brunetti miro a la mujer y movio la cabeza de arriba abajo, gesto que podia interpretarse lo mismo como asentimiento que como invitacion a que siguiera hablando. Al parecer, ella lo tomo en ambos sentidos y prosiguio:
– Cuando tuvimos los resultados, nos resignamos. A no ser padres. Pero luego, creo que fue pocos meses despues de haber ido a la clinica, Gustavo dijo que estaba pensando en la posibilidad de hacer una adopcion particular.
A Brunetti le parecia que ella recitaba una declaracion preparada de antemano.
– Comprendo -dijo en tono neutro-. ?Que clase de posibilidad?
Ella movio la cabeza negativamente y dijo casi en un susurro:
– Eso no me lo explico.
Aunque Brunetti lo dudaba, no hizo comentario alguno.
– ?Menciono la clinica?
Ella lo miro, sorprendida, y Brunetti aclaro:
– La clinica en la que les habian hecho las pruebas.
– No; no menciono la clinica. Solo que existia la posibilidad de adoptar a un recien nacido.
– Signora -dijo Brunetti-, yo no puedo obligarla a que me cuente estas cosas. -En cierto modo, era verdad, pero antes o despues alguien tendria autoridad para obligarla.
Ella debia de comprenderlo asi, porque continuo:
– No me dijo de donde, no queria que me hiciera ilusiones, pero creia poder conseguirlo. Yo supuse que era por medio de su trabajo o de algun conocido. -La mujer miro por la ventana y luego a Brunetti-. La verdad, creo que no queria saberlo. El me dijo que todo se haria in regola, que seria legal. Dijo que tendria que declarar que el nino era suyo, pero me aseguro que no lo era.
De haber estado interrogando a un sospechoso, Brunetti habria preguntado con una voz cargada de escepticismo: «?Y usted le creyo?» Pero ahora, en tono de amistosa preocupacion, dijo:
– ?No le dijo como lo haria, signora? -dejo transcurrir tres segundos y anadio-: ?O no se le ocurrio preguntarselo?
Ella movio la cabeza negativamente.
– No. Creo que preferia no saberlo. Solo queria que lo consiguiera. Yo deseaba un nino.
Brunetti le dio un momento para que se recuperara de su confesion antes de preguntar:
– ?Le hablo de la mujer?
– ?La mujer? -pregunto ella, realmente confusa.
– La que lo habia tenido.
Ella titubeo, pero apreto los labios.
– No. No me dijo nada.
Brunetti tenia la extrana sensacion de que, durante aquella conversacion, la mujer habia envejecido, y las lineas que al principio solo se le marcaban en el cuello, se habian extendido a las comisuras de los labios y las sienes.
– Comprendo -dijo Brunetti-. ?Y ya no supo nada mas? -El habia tenido que decirle algo, pensaba Brunetti; ella habia tenido que preguntar.
Ahora vio que los ojos de ella eran grises, no verdes.
– No -dijo la mujer inclinando la cabeza-. Nunca hable de eso con Gustavo. No quise. El debia de pensar, me refiero a Gustavo, que me disgustaria conocer los detalles. Dijo que queria que desde el primer momento yo pensara que el nino era nuestro, y… -Ella se interrumpio, y Brunetti tuvo la impresion de que hacia un esfuerzo para no anadir algo esencial y terminante.
– Por supuesto -murmuro Brunetti cuando comprendio que ella no iba a terminar la frase. No sabia cuanto podia inducirle a decir todavia, pero no creia oportuno seguir interrogandola porque, si manifestaba mas curiosidad que preocupacion, podia perder la confianza que ella parecia haber depositado en el.
Sandra abrio la puerta de la habitacion situada a la mitad del pasillo e hizo una sena a la signora Marcolini.
– Su marido esta muy agitado, signora. Quiza deberia usted entrar a hablarle. -La preocupacion de la enfermera era evidente, y la esposa de Pedrolli reacciono al momento. Rapidamente, fue a la habitacion, entro y cerro la puerta.
Suponiendo que ella tardaria en salir, Brunetti decidio ir en busca del dottor Damasco, para preguntarle si se habia producido algun cambio en el estado de Pedrolli. Conocia el camino de Neurologia y, al llegar al departamento, se dirigio al pasillo en el que sabia que estaban los despachos de los medicos.
Encontro la puerta, pero cuando llamaba un enfermero que pasaba le dijo que el doctor estaba terminando la visita y que despues solia volver a su despacho. Cuando el hombre dijo que eso seria dentro de unos diez minutos, Brunetti decidio esperar. El enfermero se fue y el se sento en una de las sillas de plastico color naranja, tan familiares ya como incomodas. A falta de lectura, Brunetti apoyo la cabeza en la pared y cerro los ojos, a fin de preparar mejor las preguntas que pensaba hacer al dottor Damasco.
– Signore? Signore? -fue lo primero que oyo a continuacion. Abrio los ojos y vio al enfermero-. ?Se encuentra bien, signore? -pregunto el joven.
– Si, si -dijo Brunetti poniendose en pie. Al recordar la situacion, pregunto-: ?Esta libre el doctor?
El enfermero sonrio con nerviosismo.
– Lo siento, signore, pero el doctor se ha marchado. Se ha ido a su casa directamente al terminar la visita. Yo no lo he sabido hasta que alguien lo ha mencionado, y he venido a avisarle. Lo siento -repitio, como si se considerara responsable de la desaparicion del dottor Damasco.
Brunetti miro el reloj y vio que habia transcurrido mas de media hora.
– Esta bien -dijo, dandose cuenta de lo cansado que estaba y deseando terminar su propia ronda e irse tambien a su casa cuanto antes.
En lugar de lo cual, fingiendose completamente despierto, Brunetti dio las gracias al joven y se encamino hacia el mostrador de Recepcion. Paso por delante de Enfermeria y se acerco a las puertas vidrieras que conducian a las habitaciones, desde donde descubrio, con gran asombro, hacia la mitad del pasillo, a pocos pasos de la habitacion de Pedrolli, la inconfundible espalda de su superior, el vicequestore Giuseppe Patta. Brunetti reconocio los anchos hombros enfundados en el abrigo de cachemir y la espesa cabellera plateada. Lo que no reconocio fue la deferente actitud del vicequestore, que estaba inclinado hacia un hombre, del que solo se veia el contorno, ya que el resto quedaba tapado por el cuerpo de Patta. El vicequestore levanto la mano derecha y la agito ante si con ademan conciliador, luego la hizo caer a lo largo del cuerpo y dio un paso atras, como dejando espacio para la respuesta de su interlocutor.