Brunetti muy remotas.

Por lo menos, en Italia. Sobre lo que ocurria al otro lado de las fronteras no se atrevia a especular.

Aun recordaba haber leido la carta, publicada en La Repubblica mas de diez anos atras, en la que una madre angustiada reconocia haber quebrantado la ley al llevar a su hija de doce anos a la India para que se le practicara un trasplante de rinon. En la carta se mencionaba el diagnostico y el puesto asignado a la nina en la lista de espera de la sanidad publica, que equivalia a una sentencia de muerte.

Decia en su carta la mujer que era consciente de que alguna otra persona, quiza otro nino, se veria obligado por la pobreza a vender parte de su cuerpo y que la salud del donante quedaria afectada de modo permanente, independientemente de lo que le pagaran y de lo que pudiera hacer con el dinero. Pero, al contraponer la vida de su hija al riesgo que correria la persona desconocida, habia optado por cargar con la culpa. Habia llevado a su hija a la India con un rinon enfermo y la habia traido con un rinon sano.

Una de las cosas que Brunetti siempre habia admirado en secreto de los ciudadanos de la Antiguedad era la aparente facilidad con que tomaban decisiones eticas. Bueno o malo, blanco o negro. Ah, que tiempos aquellos.

Pero vino la ciencia, que levanto obstaculos a la decision etica, mientras las reglas trataban de adaptarse a la ciencia y la tecnologia. La concepcion se conseguia de distintas maneras, los muertos no estaban del todo muertos ni los vivos bien vivos y quiza existia un lugar en el que se vendian higados y corazones.

Brunetti queria decir todo esto para responder a Vianello, pero no encontraba la manera de condensarlo o articularlo de forma que tuviera sentido. En lugar de intentarlo, se volvio hacia el inspector y le puso una mano en el hombro.

– No tengo grandes respuestas, solo pequenas ideas.

– ?Que significa eso?

– Significa -empezo aunque la idea no se le ocurrio sino a medida que iba hablando- que, ya que no lo hemos arrestado nosotros, quiza podamos tratar de protegerlo.

– No se si acabo de entender -dijo Vianello.

– Yo tampoco, Lorenzo, pero pienso que ese hombre puede necesitar proteccion.

– ?De Marvilli?

– No de el, sino de la clase de hombres para los que Marvilli trabaja.

Vianello se sento en una de las sillas del despacho de Brunetti.

– ?Has tenido tratos con ellos?

Brunetti, que aun sentia el hormigueo del cafe y el azucar y estaba muy agitado para sentarse, se apoyo en la mesa.

– No me referia a los de Verona en particular, sino a la especie en general.

– ?Los hombres que son capaces de dar a los ninos al orfanato? -pregunto Vianello, incapaz de superar la impresion que la idea le habia causado.

– Si -convino Brunetti-, supongo que se les puede describir asi.

Vianello acogio el concepto meneando la cabeza.

– ?Como vamos a protegerlo?

– De entrada, averiguando si tiene abogado y quien es -respondio Brunetti.

Con una sonrisa maliciosa, Vianello comento:

– Da la impresion de que quieres apostar contra nosotros.

– Si van a acusarlo de todo lo que ha dicho Marvilli, necesitara a un buen abogado.

– ?Donatini? -sugirio Vianello, pronunciando el nombre como si fuera una obscenidad.

Brunetti levanto la mano con falso horror.

– No; yo no llegaria a tanto. Necesitara a alguien que sea tan bueno como Donatini, pero integro.

Mas por formula que por conviccion, Vianello repitio:

– ?Integro? ?Un abogado?

– Tambien los hay. Esta la Rosato, aunque no se en que medida se dedica a lo criminal. Y Barasciutti, y Leonardi… -Su voz, poco a poco, se apago.

Vianello no juzgo necesario senalar que, entre los dos, llevaban casi medio siglo trabajando con abogados criminalistas y solo habian podido mencionar a tres que fueran honrados, y se limito a decir:

– Deberiamos buscarlos, mas que integros, eficaces.

De comun acuerdo, soslayaron la evidencia de que ello situaba el nombre de Donatini en cabeza de la lista.

Brunetti miro el reloj.

– Cuando hable con la esposa le preguntare si sabe de alguno. -Se enderezo, dio la vuelta a la mesa y se sento.

Vio unos papeles que no estaban alli la vispera, pero apenas los miro.

– Habra que averiguar una cosa -dijo.

– ?Quien autorizo la operacion? -pregunto Vianello.

– Exactamente. Una patrulla de carabinieri no entrarian en la ciudad e irrumpirian en un domicilio particular sin autorizacion judicial y sin habernos informado a nosotros.

– ?Patta? -pregunto Vianello-. ?Lo sabria el?

El nombre del vicequestore era el primero que le habia venido a la cabeza a Brunetti, pero cuanto mas lo pensaba menos probable le parecia la idea.

– Es posible. Pero nos habriamos enterado. -No menciono que la inevitable fuente de tal informacion no habria sido el propio vicequestore sino su secretaria, la signorina Elettra.

– Entonces, ?quien? -pregunto Vianello.

Al cabo de un momento, Brunetti dijo:

– Podria ser Scarpa.

– Pero el pertenece a Patta -dijo Vianello sin disimular su antipatia por el teniente.

– Ultimamente ha cometido errores. Podria haber informado directamente al questore, para hacer meritos.

– ?Y cuando se entere Patta? -pregunto Vianello-. No le gustara que Scarpa le haya ninguneado.

No era la primera vez que Brunetti reparaba en la simbiosis existente entre aquellos dos caballeros del Sur: el vicequestore Patta y su perro guardian, el teniente Scarpa. Siempre habia supuesto que Scarpa aspiraba a ser el protegido del vicequestore. Pero, ?y si el teniente picaba mas alto, y si su obsequiosidad para con Patta era un simple coqueteo, el medio para escalar un peldano en el camino hacia una meta mas alta? ?Y si habia puesto las miras en el propio questore?

Con los anos, Brunetti habia aprendido a no subestimar a Scarpa, por lo que quiza conviniera contemplar esta posibilidad y, en lo sucesivo, tomarla en consideracion en sus tratos con el teniente. Patta podia ser un idiota inclinado a la indolencia y la vanidad, pero Brunetti no tenia pruebas de que fuera corrupto -o solo en trivialidades- ni de que estuviera en manos de la Mafia.

Desvio la mirada mientras desarrollaba este razonamiento. «?Es que hemos llegado al punto en el que la ausencia de vicio es ya la virtud? -se preguntaba-. ?Nos hemos vuelto todos locos?»

Vianello, conocedor de los habitos de Brunetti, espero a que su superior saliera de su abstraccion para preguntar:

– ?Le pedimos a ella que lo averigue?

– Creo que lo hara con mucho gusto -respondio Brunetti inmediatamente, pese a reconocer que no debia alentar a la signorina Elettra a practicar su aficion de infiltrarse en el ambito de la seguridad policial.

– ?Te acuerdas de la mujer que hara unos seis meses vino a hablarnos de aquella muchacha embarazada? - pregunto Brunetti.

Vianello asintio.

– ?Por que?

Brunetti evoco a la mujer que habia hablado con el: baja, mas de sesenta anos, pelo rubio con una fuerte permanente, y muy preocupada de que su marido pudiera enterarse de su visita a la policia. Pero alguien le habia dicho que fuera. Una hija o una nuera la habia convencido, si mal no recordaba.

– Me gustaria que comprobaras si se hizo transcripcion de la entrevista. No recuerdo si la pedi, y he olvidado el nombre de la mujer. Fue en primavera, ?no?

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