– Hay una orden -dijo Marvilli.
– ?Extendida por un juez de esta ciudad?
Despues de una pausa, Marvilli dijo:
– No se si el juez es de esta ciudad, comisario, pero se que habia una orden. No habriamos hecho eso sin una orden, ni aqui ni en las otras ciudades.
Brunetti tuvo que convenir en que esto era probable. Los tiempos en los que la policia podia irrumpir en cualquier sitio sin una orden no habian llegado todavia. Al fin y al cabo, esto no era Estados Unidos.
Con una voz en la que imprimio todo el cansancio del hombre que ha sido despertado varias horas antes de la habitual y al que todo lo ocurrido desde entonces ha hecho perder la paciencia, Brunetti dijo:
– Quiza valdria mas, capitan, que los dos dejaramos de hacernos los duros, fueramos hasta la questura dando un paseo y, por el camino, usted me explicara que es lo que ocurre. -Saco un billete de diez euros, lo dejo en el mostrador y se volvio hacia la puerta.
– El cambio, signore -grito el barman.
Brunetti sonrio al hombre.
– Usted ha salvado la vida a la dottoressa, ?recuerda? Yo diria que eso no tiene precio.
El barman le dio las gracias riendo, y Brunetti y Vianello se alejaron por el pasillo en direccion al vestibulo. Un pensativo Marvilli los siguio.
Al salir a la calle, Brunetti noto el primer calorcillo del dia y observo que la acera estaba mojada. No recordaba si llovia cuando llego al hospital, ni lo habia observado mientras estaba dentro. Ahora no amenazaba lluvia, el aire estaba limpio y el otono recien llegado regalaba a la ciudad uno de sus dias cristalinos, quiza en compensacion por haberle robado el verano. Brunetti estuvo tentado de bajar hasta el extremo del canal, para ver si se divisaban las montanas del otro lado de la laguna, pero comprendio que esto haria que Marvilli se impacientara, y desecho la idea. Por la tarde, la contaminacion y la humedad habrian ocultado las montanas, pero quiza al dia siguiente reaparecieran.
Al cruzar el campo, Brunetti observo que por fin le habian quitado a la estatua de Colleoni el andamio que la habia cubierto durante anos. Daba gusto volver a ver al viejo canalla. Corto por delante de Rosa Salva, que aun no habia abierto, y entro en la calle Bressana. En lo alto del puente, se paro a esperar a Vianello y Marvilli, pero Vianello opto por quedarse al pie de la escalera, para distanciarse. Brunetti dio media vuelta y apoyo la espalda en el pretil. Marvilli se quedo de pie a su lado mirando en sentido opuesto.
– Hace unos dos anos -empezo el capitan-, se nos informo de que una inmigrante polaca, soltera, que estaba en el pais legalmente, empleada en el servicio domestico, iba a dar a luz en un hospital de Vicenza. A los pocos dias, un matrimonio de Milan, de unos cuarenta anos, salio del hospital con el nino y un certificado de nacimiento en el que constaba el nombre del hombre. El declaro que la polaca era su amante y que el hijo era suyo, y la polaca confirmo su declaracion. -Marvilli apoyo los codos en el pretil, miro a los edificios del extremo del canal y prosiguio-: Lo curioso es que, en las fechas en que el nino habia sido concebido, el supuesto padre estaba trabajando en Inglaterra, y la madre ya debia de estar embarazada cuando llego a Italia, porque en su permiso de trabajo consta que entro en el pais seis meses antes de que naciera el nino. Ni el que afirmaba ser el padre habia estado en Polonia ni ella habia salido de su pais hasta que vino a Italia. -Antes de que Brunetti pudiera preguntar, Marvilli dijo-: Eso esta comprobado, puede creerme. -Hizo una pausa y estudio la cara de Brunetti-. El no es el padre.
– ?Como averiguaron ustedes todas esas cosas? -pregunto Brunetti.
Sin dejar de mirar al agua, Marvilli respondio, en una voz en la que ahora, de pronto, se advertia el nerviosismo del que divulga informacion que no esta autorizado a revelar:
– Por una mujer que habia dado a luz al mismo tiempo que la polaca y estaba en la misma habitacion. Dijo que la polaca no hablaba mas que de su novio y de como deseaba hacerle feliz. Al parecer, la manera de hacerle feliz consistia en regresar a Polonia con mucho dinero, y eso le decia cada vez que la llamaba por telefono.
– Comprendo -dijo Brunetti-. ?Y esa otra mujer los llamo a ustedes?
– No; se lo dijo a su marido, que trabaja para los servicios sociales, y el llamo a la comandancia de Verona.
Brunetti miro en la misma direccion que Marvilli, a un taxi que se acercaba por el canal, y dijo:
– Que casualidad, capitan. Que suerte tienen las fuerzas del orden, de verse favorecidas por tan felices coincidencias. La otra mujer debia de saber el suficiente polaco como para entender lo que su companera de habitacion le decia al novio. -Brunetti lanzo una mirada de soslayo al capitan-. Para no hablar del hecho de que, casualmente, el marido trabajara para los servicios sociales y fuera tan escrupuloso como para pensar en informar a los carabinieri. -Miro fijamente al capitan sin disimular el enojo.
Marvilli titubeo un rato antes de decir:
– Esta bien, comisario. -Levanto la mano en ademan de rendicion-. Habiamos sido informados de antemano por otra fuente, y plantamos a la mujer en el hospital antes de que llegara la polaca.
– ?Y la llamada que recibieron ustedes del asistente social?
– Esas operaciones son secretas -dijo Marvilli con irritacion.
– Continue, capitan -dijo Brunetti desabrochandose el abrigo, porque, a medida que se hacia de dia, subia la temperatura.
Marvilli se volvio hacia el bruscamente.
– ?Quiere que le sea sincero, comisario?
Brunetti observo que, segun aumentaba la luz, Marvilli iba pareciendo mas joven.
– Huelga decir, capitan, que su pregunta da a entender que hasta ahora no lo ha sido. Si; puede usted hablar sin tapujos -respondio Brunetti en una voz que, de pronto, se habia hecho afable.
Marvilli parpadeo, sin saber si responder a las palabras o al tono de Brunetti. Se alzo sobre las puntas de los pies y extendio los brazos hacia atras mientras decia:
– ?Dios, como aborrezco estas salidas de madrugada! Esta noche ni siquiera nos hemos acostado; no valia la pena.
– ?Otro cafe? -propuso Brunetti.
Por primera vez Marvilli sonrio, y ahora parecio mas joven todavia.
– Ha dicho usted al camarero que aquel cafe le habia salvado la vida a la doctora. Seguramente, este me la salvara a mi.
– Vianello -grito Brunetti al inspector, que estaba al pie de la escalera, fingiendo admirar la fachada de los edificios de su izquierda-. ?Que hay por aqui que este abierto?
Vianello miro el reloj.
– Ponte dei Greci -dijo, empezando a subir la escalera.
Cuando llegaron al bar, vieron que el cierre metalico que protegia la puerta y las ventanas estaba subido unos centimetros, lo que indicaba que dentro ya habia cafe disponible. Brunetti golpeo la plancha.
– Sergio -grito-. ?Estas ahi? -Volvio a llamar y, al cabo de un momento, cuatro dedos peludos asomaron por el borde inferior del cierre, que lentamente empezo subir. Marvilli, para sorpresa de sus acompanantes, se agacho y ayudo a levantarlo hasta hacerlo encajar en el tope. Detras estaba Sergio, grueso, moreno, velludo: una vision deliciosa a ojos de Brunetti.
– ?Es que ustedes nunca duermen? -rezongo Sergio, mas ladrador que mordedor, yendo hacia el fondo del cafe para ponerse detras del mostrador-. ?Tres? -dijo entonces sin molestarse en preguntar de que: bastaba con mirarles a la cara.
Brunetti asintio y llevo a los otros hacia una mesa situada delante de una ventana.
Brunetti oyo el siseo de la cafetera y unos golpes en la puerta y, al levantar la mirada, vio a un africano alto con chilaba azul celeste y jersey de lana que portaba una bandeja de pastas recien hechas, tapadas con papel.
– Llevalas a esa mesa, Bambola, haz el favor -grito Sergio.
El africano se volvio hacia los clientes y, al ver el uniforme de Marvilli, tuvo un sobresalto, se detuvo y, con un instintivo movimiento de defensa, se acerco la bandeja al pecho.
Vianello hizo un ademan de displicencia.
– Aun no hemos empezado a trabajar -grito.
Bambola miro a Vianello y a los otros dos, que asintieron. El hombre relajo las facciones, se acerco a la mesa y dejo la bandeja. Entonces, con un movimiento de prestidigitador, levanto el papel y el aire se lleno de olor a