Cuando dejo el telefono, Brunetti comprendio que habria podido hacer el encargo a Vianello, a Pucetti o, incluso, a cualquiera de los otros agentes. El habia aprendido en el colegio leyendo papel impreso, habia estudiado la carrera en papel impreso y conservaba el habito de creer en el papel impreso. Las contadas veces que habia consentido en que alguien le ensenara a utilizar internet para buscar informacion, se habia encontrado inundado de anuncios de toda clase de chorradas y hasta se habia tropezado con alguna pagina porno. Desde entonces, en las raras ocasiones en que habia extendido sus tremulas antenas en la Red habia tenido que plegarlas, confuso y derrotado. Se sentia incapaz de descubrir las conexiones entre las cosas.
La idea reverberaba en su cerebro. Conexiones. Concretamente, ?cual era la conexion existente entre la questura de Venecia y la comandancia de los carabinieri de Verona y como se habia obtenido el permiso para irrumpir en el domicilio del dottor Pedrolli?
Si otro comisario habia autorizado tal cosa, el se habria enterado, y nadie habia mencionado semejante orden, ni antes de la incursion ni despues. Brunetti considero la posibilidad de que los carabinieri hubieran montado la operacion sin comunicarla a la policia de Venecia y que el juez que la habia autorizado les hubiera dicho que era admisible prescindir de tal comunicacion. Pero enseguida desecho la idea: demasiados tiroteos - bien pregonados por los medios- se habian producido ya entre diferentes cuerpos de seguridad que operaban ignorando los respectivos planes, como para que un juez se arriesgara a dar lugar a otro de tales incidentes.
Por consiguiente, solo quedaba la posibilidad mas obvia: la incompetencia. Nada mas facil: un e-mail que se envia a una direccion equivocada, un fax que se traspapela, un mensaje telefonico que no se pasa. La explicacion mas sencilla suele ser la acertada. Aunque el seria de los ultimos en negar que el engano y la intriga desempenaban tambien su papel en el normal funcionamiento de la questura, sabia que mucho mas frecuente era la simple incompetencia. Se asombraba de si mismo por encontrar reconfortante esta explicacion.
CAPITULO 11
Brunetti espero hasta casi las dos a que la signorina Elettra le llevara la informacion que hubiera encontrado acerca de las personas arrestadas la noche anterior. En vista de que ella no aparecia, fue en su busca. A traves de la puerta del despacho de Patta, se oia la voz del vicequestore: las largas pausas indicaban que estaba hablando por telefono. La signorina Elettra habia desaparecido, de lo que Brunetti dedujo que habia decidido recuperar la libertad perdida por la manana, y que volveria cuando lo creyera oportuno.
Era tarde para ir a casa a almorzar, y la mayoria de los restaurantes de los alrededores ya no servian, por lo que Brunetti penso en ir al bar del puente a tomar un panino, y bajo a la sala de agentes, en busca de Vianello, con la intencion de preguntarle si queria acompanarle. No estaban ni el inspector ni Pucetti, solo Alvise, que saludo al comisario con su afable sonrisa.
– ?Ha visto al inspector Vianello, Alvise?
Brunetti observo como el agente procesaba la pregunta: el mecanismo mental de Alvise tenia un componente visual. Primero, consideraba la pregunta, luego consideraba quien la habia hecho y, finalmente, consideraba que consecuencias tendria la respuesta que el pudiera dar. Ahora paseo rapidamente la mirada por la sala, quiza para comprobar que seguia tan vacia como cuando habia entrado Brunetti, o quiza para ver si se le habia pasado por alto la presencia de Vianello, el cual podia estar debajo de alguna mesa. Al comprobar que alli no habia nadie que pudiera ayudarle a responder, concluyo:
– No, senor.
El nerviosismo del agente dio la clave a Brunetti: Vianello habia salido de la questura para un asunto particular y habia dicho a Alvise adonde iba.
El bocado era muy apetitoso para que Brunetti lo dejara escapar:
– Iba a bajar a la esquina a tomar un panino. ?Me acompana?
Alvise agarro un fajo de papeles de encima de su mesa y lo mostro a Brunetti:
– No, senor. He de leer todo esto. Pero se lo agradezco de todos modos. Es como si hubiera aceptado. -El agente clavo la mirada en la primera hoja y Brunetti salio de la sala, divertido pero sintiendose tambien un poco degradado por la diversion.
Vianello estaba en el bar, leyendo el periodico en la barra, cuando llego Brunetti. Delante tenia una copa de vino blanco a medio beber.
Primero comer, despues hablar. Brunetti senalo unos cuantos tramezzini, pidio a Sergio una copa de Pinot Grigio y se quedo al lado de Vianello.
– ?Dice algo? -pregunto senalando el periodico.
Con la vista en los titulares, que voceaban las ultimas luchas entre los distintos partidos politicos que repartian codazos a diestro y siniestro, en su afan por mantener el morro en el comedero, Vianello dijo:
– Veras, siempre pense que no habia ningun mal en comprar este diario mientras no lo leyera. Como si comprarlo fuera pecado venial y leerlo, mortal. -Miro a Brunetti y otra vez a los titulares-. Pero ahora me parece que es al contrario, que el pecado grave es comprarlo porque asi los animas a seguir imprimiendolo. Y leerlo es un simple pecado venial porque en realidad no te hace mella. -Vianello levanto la copa y bebio el resto del vino.
– Tendras que hablarlo con Sergio -dijo Brunetti moviendo la cabeza de arriba abajo para dar las gracias al camarero que le ponia delante el plato de tramezzini y la copa de vino. Estaba mas interesado en saciar el apetito que en oir despotricar de la prensa a Vianello.
– ?Hablarme de que? -pregunto Sergio.
– De lo bueno que es el vino -dijo Vianello-. Tan bueno que voy a tomar otra copa.
Vianello aparto el periodico. Brunetti tomo uno de los tramezzini y le hinco el diente.
– Demasiada mayonesa -dijo. Termino el sandwich y bebio media copa de vino.
– ?La esposa te ha dicho algo? -pregunto Vianello cuando Sergio le hubo servido el vino.
– Lo de siempre. Dejo todo el asunto de la adopcion en manos del marido y no quiso enterarse de que era ilegal. -Las palabras de Brunetti eran neutras y esceptico el tono-. Las otras personas arrestadas eran parejas. Asi que sospecho que no han atrapado al intermediario.
– ?Alguna posibilidad de que los carabinieri nos digan lo que averiguen en los interrogatorios? -pregunto Vianello.
– No han querido ni darme los nombres de los arrestados -respondio Brunetti-. He tenido que recurrir a Pelusso para conseguirlos.
– En general, suelen colaborar un poco mas.
Brunetti no estaba convencido de ello. Con frecuencia, habia encontrado a carabinieri que estaban dispuestos a cooperar, pero individualmente, casos aislados. El cuerpo en si nunca le habia parecido muy dispuesto a compartir informacion, o triunfos, con otras fuerzas del orden.
– ?Que te ha parecido el Zorro? -pregunto Vianello.
– ?El Zorro? -pregunto Brunetti distraido, fija la atencion en el segundo tramezzino.
– El de las botas de cowboy.
– Ah. -Brunetti termino el vino. Con una sena, pidio a Sergio otra copa y, mientras esperaba, esbozo su opinion del oficial-. Es muy joven para capitan, y no debe de tener mucha experiencia en el mando de esta clase de incursiones. Sus hombres se descontrolaron y va a tener problemas, de manera que esta preocupado por su carrera. Al fin y al cabo, la victima es un medico.
– Si. Y la mujer es una Marcolini -agrego Vianello.
– Si. La mujer es una Marcolini.
– En el Veneto esto podia contar bastante mas que la profesion del marido.
– ?Que opinas tu del capitan? -pregunto Vianello.
– Como te he dicho, es joven, aun es una incognita.
– ?Y eso que significa?
– Pues que puede resultar un buen oficial: ha estado un poco duro con su hombre, pero estaba con el en el hospital y le ha conseguido unos dias de permiso -dijo Brunetti-. Quiza con el tiempo hasta deje de llevar las botas.
– ?O si no?