– Si no, puede convertirse en un bestia y complicar la vida a la gente. -Sergio puso la segunda copa de vino. Brunetti le dio las gracias y ataco el tercer tramezzino: atun y huevo-. ?Y a ti que te ha parecido?
– Creo que puede ser un buen tipo.
– ?Por que?
– Porque ha ayudado a Sergio a subir el cierre y porque ha dicho «por favor» al negro.
Brunetti tomo un sorbo de vino y considero la respuesta del inspector.
– Si, es cierto. -Tambien a Brunetti le parecian sintomaticos estos detalles-. Ojala tengas razon.
Eran mucho mas de las tres cuando volvieron a la questura. El resto del dia no aporto novedades. La
Poco antes de las cinco, Brunetti marco el numero de la planta de Neurologia y pregunto por la signorina Sandra. Ella recordaba su nombre, y dijo que el dottor Pedrolli, que ella supiera, aun no hablaba, aunque parecia consciente de lo que sucedia a su alrededor. Si, su esposa seguia con el en la habitacion. Dijo Sandra que, instintivamente, ella habia impedido que los carabinieri hablaran al dottor Pedrolli, pero uno de ellos estaba apostado en el pasillo, al parecer, para impedir que entrara en la habitacion cualquiera que no fuera medico o enfermera.
Brunetti le dio las gracias y colgo. Bonita colaboracion entre las fuerzas del orden. Viles rencillas, luchas intestinas… Comoquiera que lo llamara, Brunetti sabia lo que se avecinaba. Pero preferia no pensar en ello hasta el dia siguiente.
Habitualmente, a Brunetti le disgustaba comer lo mismo en el almuerzo y en la cena, pero el atun de los filetes que Paola habia cocinado a fuego lento en una salsa de alcaparras, aceitunas y tomate, no parecia proceder del mismo planeta que el de los tramezzini del almuerzo. El tacto y la prudencia le aconsejaron no hacer alusion a estos ultimos, porque hay comparaciones que ofenden, aunque pretendan ser lisonjeras. El y su hijo Raffi compartieron el ultimo trozo del pescado, y Brunetti se alino su segunda racion de arroz con el resto de la salsa.
– ?Que hay de postre? -pregunto Chiara a su madre, y Brunetti noto que aun le quedaba un hueco para algo dulce.
– Helado de higo -dijo Paola, lo que provoco en Brunetti una erupcion de contento.
– ?Higo? -pregunto Raffi.
– De la heladeria que esta cerca de San Giacomo dell'Orio -explico Paola.
– ?No es la que tiene cantidad de sabores raros? -pregunto Brunetti.
– Si. Y el de higos es sensacional. El hombre me ha dicho que eran los ultimos de la temporada.
En efecto, era sensacional y despues de que, entre los cuatro, consiguieran despachar un kilo de helado, Brunetti y Paola se fueron a la sala con sendos vasitos de grappa, que era lo que el tio Ludovico siempre habia recomendado para contrarrestar los efectos de una comida pesada.
Estaban sentados en el sofa, contemplando los tenues vestigios de luz que aun creian vislumbrar hacia el Oeste.
– Cuando atrasen la hora, antes de cenar ya sera de noche -dijo Paola-. Es lo que mas me disgusta del invierno, que oscurezca tan temprano.
– Pues es una suerte que no vivamos en Helsinki -dijo el tomando un sorbo de grappa.
Paola se movio hasta encontrar una postura mas comoda y dijo:
– Me parece que podrias nombrar cualquier ciudad del mundo y yo estaria de acuerdo en que es una suerte no vivir alli.
– ?Roma? -propuso el, y ella asintio-. ?Paris? -Ella asintio con mas vehemencia-. ?Los Angeles? - aventuro.
– ?Has perdido el juicio?
– ?A que viene este subito amor a la patria? -pregunto el.
– A la patria no, a todo el pais no, solo a este trozo.
– ?Por que asi, de repente?
Ella termino la grappa y ladeo el cuerpo, para dejar el vasito en la mesa.
– Porque esta manana he ido paseando hasta San Basilio. Sin motivo, no porque tuviera algo que hacer alli. Como una turista, digamos. Era temprano, antes de las nueve y aun no habia mucha gente. Entre en una pasticceria en la que nunca habia estado y tome un brioche que parecia hecho de aire y un cappuccino que sabia a gloria, y el camarero comentaba el tiempo con todo el que entraba, y la gente hablaba veneciano, y ha sido como si volviera a ser una nina y esta fuera una ciudad provinciana, pequena y tranquila.
– Lo sigue siendo -observo Brunetti.
– Si, ya lo se, pero yo me refiero a como era antes de que empezaran a venir millones de personas.
– ?Todas en busca de un brioche hecho de aire y un cappuccino que sabe a gloria?
– Exactamente, y de la trattoria baratita en la que solo comen los del barrio.
Brunetti apuro la grappa y apoyo la cabeza en el respaldo del sofa, con el vasito en la mano.
– ?Conoces a Bianca Marcolini? Esta casada con el pediatra Gustavo Pedrolli.
Ella lo miro un momento.
– De oidas. Trabaja en un banco. Hace obras sociales, me parece, ya sabes, Lions Club, Salvar Venecia y esas cosas. -Ella callo y a Brunetti casi le parecia oir pasar las paginas de su memoria-. Si es quien creo que es, mejor dicho, si son los Marcolini que yo imagino, mi padre los conoce.
– ?Personal o profesionalmente?
Ella sonrio.
– Solo profesionalmente. Marcolini no es la clase de hombre al que mi padre trataria socialmente. -Al ver la expresion con que Brunetti recibia estas palabras, anadio-: Ya se lo que piensas de las ideas politicas de mi padre, Guido, pero puedo asegurarte que las de Marcolini incluso a el le repelen.
– ?Por que razon en concreto? -pregunto Brunetti, aunque no estaba sorprendido. El conte Orazio Falier era tan dado a despreciar a los politicos de la derecha como a los de la izquierda. Si en Italia hubiera existido un centro, sin duda tambien habria encontrado razones para despreciarlo.
– Hay quien ha oido a mi padre tachar sus ideas de fascistoides.
– ?En publico?
La pregunta la hizo sonreir otra vez.
– ?Recuerdas alguna vez en la que mi padre haya hecho una observacion politica en publico?
– Acepto la rectificacion -admitio Brunetti, aunque le resultaba dificil imaginar que existiera una doctrina politica que una persona como el conde pudiera tachar de fascistoide.
– ?Ya has terminado Los embajadores? -pregunto Brunetti, que lo considero una forma cortes de inquirir si habia empezado su busqueda de informacion sobre esterilidad.
– No.
– Esta bien, no te preocupes por la informacion que te pedi que buscaras.
– ?Sobre fertilidad?
– Si.
Ella lo miro con evidente alivio.
– Pero me gustaria que tuvieras el oido alerta por si pescas algo acerca de Bianca Marcolini y su familia.
– ?Incluido el horrendo padre y sus aun mas horrendas ideas politicas?
– Si. Por favor.
– ?La policia piensa pagarme o se supone que es uno de mis deberes de ciudadana del Estado?
Brunetti se puso en pie.
– La policia te traera otra grappa.
CAPITULO 12