Brunetti durmio hasta casi las nueve y luego se quedo en la cocina leyendo los periodicos que Paola habia subido antes de ir a la universidad. Todos los articulos daban los nombres de las personas arrestadas en la redada de los carabinieri, pero solo Il Corriere informaba de que los carabinieri seguian buscando al presunto organizador del trafico. Ninguno de los articulos daba detalles sobre el paradero de los ninos, aunque La Repubblica decia que sus edades oscilaban entre uno y tres anos.

En este punto, Brunetti interrumpio la lectura: si incluso una persona tan poco imaginativa como Alvise se habia indignado al oir que un nino de dieciocho meses habia sido separado de sus padres, ?que habrian de sentir los padres de un nino de tres anos? Brunetti no podia considerar a las personas que habian adoptado a los ninos mas que como padres, no padres adoptivos sino, sencillamente, padres.

Fue directamente a su despacho. En la mesa encontro mas papeles, cosas de rutina, asuntos de personal, ascensos, nuevas disposiciones sobre el registro de armas de fuego. Tambien habia -lo cual era mas interesante- una nota de Vianello. El inspector habia escrito que iba a hacer una visita para hablar acerca de «sus medicos». No «con» sino «acerca de», lo que indicaba a Brunetti que el inspector seguia con la que se habia convertido en su casi personal investigacion de la relacion que sospechaba que existia entre tres especialistas del Ospedale Civile y uno o mas farmaceuticos locales.

El interes de Vianello se habia despertado semanas antes, cuando uno de sus informadores -cuya identidad Vianello se resistia a revelar- dijo que quiza interesara al inspector conocer la frecuencia con la que ciertos farmaceuticos, que estaban autorizados a programar las visitas a especialistas, enviaban a sus clientes a esos tres medicos. Vianello menciono la informacion a la signorina Elettra, que la encontro tan sorprendente como el. Entre los dos habian convertido el caso en una especie de proyecto cientifico escolar y rivalizaban para descubrir como aquellos tres medicos habian atraido la atencion del informante de Vianello.

La explicacion fue aportada por la hermana de la signorina Elettra, tambien medico, cuando les dijo que una reciente innovacion burocratica daba acceso a los farmaceuticos al ordenador central de la sanidad publica de la ciudad, a fin de permitirles programar las visitas a los especialistas, de los pacientes que les enviaban los medicos de atencion primaria. Con ello se evitaba a los pacientes perdidas de tiempo haciendo cola en los hospitales para pedir hora. Por este servicio el farmaceutico percibia unos honorarios.

La signorina Elettra, al igual que Vianello, inmediatamente imagino el procedimiento: lo unico que un farmaceutico avispado necesitaba era un especialista, o mas de uno, que se aviniera a aceptar visitas de pacientes fantasmas. ?Y cuanto mas productivo no seria generar directamente las visitas al especialista, para lo que el farmaceutico no tenia mas que escribir al pie de una receta cualquiera, cuatro palabras recomendandola? La sanidad publica, la ULSS, no era famosa por su eficacia administrativa, y parecia poco probable que se examinara atentamente la caligrafia de las recetas: lo unico que se cotejaba era el nombre del paciente y su numero de registro. Los pacientes casi nunca veian su ficha medica, por lo que la posibilidad de que se enterasen de sus visitas fantasma al especialista era remota. La sanidad publica no tendria por que cuestionar el cargo del medico por la visita ni los honorarios del farmaceutico por haberla programado. Se ignoraban los tratos que hacian el medico y el farmaceutico, aunque 25-75 parecia un reparto equitativo. Si una visita al especialista suponia entre 150 y 200 euros, el farmaceutico que consiguiera programar cuatro o cinco a la semana podia darse por satisfecho, y mas aun, los medicos, que aumentaban sus ingresos pero no el volumen de trabajo.

Era, pues, de suponer que esta manana Vianello estaba en algun lugar de la ciudad hablando con la persona que le habia dado el soplo del tejemaneje, o con alguno de sus otros informadores. Brunetti no sabia, y preferia no preguntar, que daba Vianello a cambio de aquella informacion, como, por su parte, confiaba en que nadie le preguntara como se las ingeniaba el para recompensar a sus propias fuentes por la informacion que le facilitaban.

Seguro de que, a su vuelta, Vianello le pondria al corriente de las novedades, Brunetti marco el numero de Neurologia y pregunto por la signora Sandra.

– Aqui el comisario Brunetti, signora -dijo cuando ella contesto.

– Esta mejor -dijo ella, saltandose preliminares, para ahorrarles tiempo a ambos.

– ?Ya ha hablado?

– No conmigo ni con nadie del personal, por lo menos, que yo sepa.

– ?Con su esposa?

– No lo se, comisario. Ella se ha ido a su casa hara una media hora, y ha dicho que volveria a la hora del almuerzo. El dottor Damasco ha llegado hace un rato y en este momento esta en la habitacion.

– Si yo fuera al hospital ahora, ?podria hablar con el?

– ?Con quien? ?Con el dottor Damasco o con el dottor Pedrolli?

– Con cualquiera. Con los dos.

La voz de la mujer se redujo a un susurro.

– El carabiniere sigue en el pasillo, delante de la habitacion. No dejan entrar a nadie mas que a la esposa y al personal del hospital.

– En tal caso, tendre que hablar solo con el dottor Damasco -dijo Brunetti.

Despues de una pausa larga, la enfermera dijo:

– Si viene enseguida, quiza pueda hablar con los dos.

– ?Como dice?

– Venga a Enfermeria. Si yo no estoy, espereme. En el cajon superior de la derecha encontrara un estetoscopio. -La mujer colgo el telefono.

Brunetti salio de la questura sin decir adonde iba, fue andando hasta el hospital y se dirigio a la planta de Neurologia. Detras del mostrador no habia nadie. Brunetti tuvo un momento de nerviosismo, miro hacia el pasillo para cerciorarse de que estaba desierto, dio la vuelta a la mesa y abrio el cajon de arriba a mano derecha. Extrajo el estetoscopio, se lo colgo del cuello y volvio a situarse al otro lado. Saco dos hojas de la papelera, las sujeto a una tablilla y se puso a leerlas.

Al cabo de un momento, la signora Sandra, que hoy llevaba vaqueros negros y bambas negras, se reunio con el. Otra enfermera a la que Brunetti no conocia se les acerco por detras y Sandra dijo dirigiendose a Brunetti:

– Ah, dottore, me alegro de que haya podido venir. El dottor Damasco lo espera. -Y, a la otra enfermera-: Maria Grazia, por favor, acompana al dottor Costantini a la 307. El dottor Damasco lo esta esperando.

Brunetti se preguntaba si Sandra trataba de mantenerse al margen del subterfugio, por si despues habia problemas, pero luego se le ocurrio que el guardia podia haber observado su actitud protectora hacia el dottor Pedrolli y sospechar de ella.

Con la mirada en los papeles, copias de informes de laboratorio que no tenian ningun sentido para el, Brunetti siguio a la enfermera hacia la habitacion. El carabiniere uniformado que estaba sentado frente a la puerta miro a la enfermera y luego a Brunetti cuando se acercaban.

– Dottor Costantini -explico la mujer senalando a Brunetti-. Ha venido para una consulta con el dottor Damasco.

El guardia asintio y reanudo la lectura de la revista que tenia abierta sobre las rodillas. La enfermera abrio la puerta, anuncio al dottor Costantini e hizo entrar a Brunetti. Ella se quedo en el pasillo y cerro la puerta.

Damasco miro al recien llegado y movio la cabeza de arriba abajo.

– Ah, si, Sandra me ha dicho que queria usted vernos. -Volviendose hacia Pedrolli, que tenia los ojos fijos en Brunetti, dijo-: Gustavo, este es el hombre que estuvo aqui ayer.

Pedrolli miraba a Brunetti sin parpadear.

– Es policia, Gustavo, ya te lo dije.

Pedrolli levanto la mano derecha y la movio arriba y abajo sobre el pecho, donde Brunetti llevaba el estetoscopio.

– Los carabinieri han puesto un guardia en la puerta. La unica manera de que pudiera entrar a hablar contigo era hacerse pasar por medico -explico Damasco.

La expresion de Pedrolli se suavizo. La barba disimulaba los surcos de las mejillas que parecian haberse acentuado desde la vispera. Estaba tendido en la cama, con la manta subida hasta el pecho. Por encima de la manta, Brunetti vio un pijama a rayas azules y blancas. El pelo, que habia sido castano claro, estaba canoso, lo mismo que la barba. Tenia la tez y los ojos claros que suelen acompanar a este tono de pelo. Un hematoma negro le bajaba desde encima de la oreja y desaparecia en la barba.

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