– Eso me temo -respondio Vianello.

– ?Los habeis visto ya todos?

– No, solo la mitad. Pero he subido en cuanto he visto que Pedrolli era uno de los clientes de esa farmacia.

– Bien -dijo Brunetti-. ?Cuantos estais trabajando en esto?

– Solo Pucetti y yo.

– ?Como sabeis que es lo que encontrais? -pregunto Brunetti golpeando los informes medicos con el dorso de la mano.

– El trabaja con uno de los ordenadores. Cuando encuentra algo que no sabe que quiere decir, lo busca en el diccionario de Medicina.

– ?De donde lo ha sacado?

– Esta todo en un disco que nos envio el amigo, junto con las listas. Penso que nos facilitaria las cosas.

– Que atento -observo Brunetti.

– Si -dijo Vianello sin conviccion.

– Continua, a ver que mas encuentras. Yo repasare esto otra vez.

Vianello se aparto de la mesa, pero no parecia decidido a marcharse.

– Anda, anda -dijo Brunetti senalando hacia la puerta-. Yo bajare enseguida.

Miro los papeles, pero sin interes: ya habia averiguado lo que le interesaba, en la primera lectura. Miro por la ventana. De pronto, se le habia olvidado no solo la hora del dia sino hasta la estacion del ano en que estaba. Se levanto, fue a la ventana y la abrio. El aire era fresco, la hierba del jardin de enfrente estaba mustia y polvorienta, ansiosa de la lluvia que ya se respiraba en el ambiente. El reloj senalaba casi la una. Brunetti recogio los papeles y bajo a la sala de los agentes, donde se entero de que Vianello y Pucetti habian salido a almorzar. Paola tambien estaria fuera, por lo que no habia que pensar en almorzar en casa. Tratando de no sentirse dolido porque sus colegas se hubieran ido sin avisarle, volvio a su despacho.

Marco el numero de Ettore Rizzardi, el forense, del Ospedale Civile, con intencion de dejarle un mensaje, y lo sorprendio que contestara el medico.

– Soy yo, Ettore.

– ?Hmm?

– Tenga tambien usted muy buenas tardes, dottor Rizzardi -dijo Brunetti, procurando imprimir en su voz toda la jovialidad de que era capaz.

– ?De que se trata, Guido? -pregunto el medico-. Ahora mismo estoy ocupado.

– ?Malformacion de los conductos del esperma a causa de un traumatismo sufrido en la adolescencia?

– Nada de hijos.

– ?En un ciento por ciento?

– Probablemente. ?Algo mas?

– ?Puede operarse?

– Quiza. ?Mas preguntas?

– Personales, no medicas -respondio Brunetti-. Sobre Pedrolli, el pediatra.

– Ya se quien es -dijo Rizzardi con aspereza-. Le han quitado al hijo.

– ?Que sabe de como tuvo ese hijo?

– Me dijeron que fue en Cosenza.

– ?Que le dijeron exactamente?

– Ya le he dicho que estoy ocupado -dijo Rizzardi exagerando el tono de paciencia.

– En un minuto. Cuenteme lo que sepa.

– ?De Pedrolli?

– Si.

– Que fue a un congreso medico en Cosenza y alli conocio a una mujer… cosas que pasan… despues se entero de que ella estaba embarazada. Hizo lo que debia y reconocio al nino.

– ?Usted como se entero del caso, Ettore?

Despues de una pausa, Rizzardi respondio:

– Supongo que se debio de correr la voz por el hospital.

– ?De quien partio el rumor?

– Guido -dijo Rizzardi con extrema cortesia-, de eso hace mas de un ano. No lo recuerdo.

– ?Y como se entero Pedrolli? -pregunto Brunetti-. ?Lo sabe?

– ?Como se entero de que?

– De que ella estaba embarazada. La mujer ni siquiera recordaba su nombre cuando la interrogaron. ?Como pudo localizarlo? El no le daria su tarjeta, ?verdad? Entonces, ?como lo encontro ella o como se entero el de que estaba embarazada? -insistio Brunetti, cediendo a la curiosidad.

– No puedo contestar a ninguna de esas preguntas, Guido -dijo Rizzardi, otra vez con impaciencia.

– ?Podria enterarse?

– Preferiria no hacerlo -dijo Rizzardi, sorprendiendolo-. Es un colega. -Entonces, como en desagravio, el medico sugirio-: ?Por que no viene y se lo pregunta?

– ?Esta ahi?

– Esta manana lo he visto en el bar. Y llevaba la bata, o sea que esta trabajando -dijo Rizzardi. Brunetti oyo una voz de fondo, que parecia apremiante o irritada, y el medico anadio-: Tengo que dejarle -y colgo.

Brunetti estaba a punto de llamar a Vianello al movil, con intencion de reunirse con sus colegas para almorzar cuando sono su propio telefonino.

– Pronto -dijo, y vio que era el numero del despacho de Paola-. ?Has dado con tu padre?

– No; el ha dado conmigo. Me ha dicho que, como no podia dormir por la diferencia horaria, llamaba para preguntar como estamos. Desde La Paz.

Normalmente, el nombre de la ciudad habria inducido a Brunetti a bromear y preguntar si su padre habia ido a cerrar alguna transaccion de cocaina, pero la creciente evidencia de que la mayoria de las llamadas hechas por los telefonini, si no todas, eran interceptadas y grabadas lo disuadio, y se contento con un neutro:

– Ah.

– Te recibira a las tres.

– ?Marcolini?

– Desde luego. No iba a ser mi padre -dijo ella, y colgo.

Esto dejaba a Brunetti menos de dos horas. Si conseguia hablar con Pedrolli enseguida, podria preparar mejor la entrevista con el suegro. Quiza hablando con Pedrolli podria hacerse una idea de si un hombre tan poderoso como Marcolini utilizaria su influencia para encontrar la manera de devolver el nino a Pedrolli y su esposa. Puesto que la madre biologica renunciaba a el, quiza las autoridades… Brunetti desecho el pensamiento. Pero no podia borrar la imagen del dottor Pedrolli haciendo como que acunaba al nino en los brazos vacios, y el recuerdo le hizo caer victima de su propio sentimentalismo.

Escribio una nota para Vianello, avisandole de que iba al hospital a hablar con Pedrolli y, de alli, a entrevistarse con Marcolini, y la dejo en la mesa del inspector. Al salir a la calle vio que empezaba a llover, volvio a entrar y agarro un paraguas del paraguero en el que el personal ponia los que se olvidaba el publico.

Se alegraba de que lloviera, a pesar del inconveniente que ello pudiera suponer. El otono habia sido seco, lo mismo que el verano, y Chiara, la supervisora del consumo de agua en la casa, habia extremado su rigor. Brunetti, influido por las insistentes recomendaciones de su hija, ahora instaba a cerrar el grifo a los camareros que dejaban correr el agua sin necesidad, peticion que invariablemente le valia miradas de asombro tanto del personal de la barra como de los clientes. Lo mas sorprendente era la frecuencia con que tenia que hacer esta peticion.

Llego al hospital, abandonada ya toda pretension de almorzar, y siguio los rotulos hasta Pediatria. El oido, mas que la vista, le aviso de que se acercaba a su destino, al captar un berrido infantil que descendia por la escalera y aumentaba de volumen a medida que el iba subiendo.

La sala de espera estaba vacia, pero el sonido traspasaba las gruesas puertas dobles de la planta. Brunetti empujo las primeras y entro en el pasillo. Una enfermera que salia de una habitacion fue hacia el rapidamente.

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