– Ya ha pasado la hora de visita -dijo alzando la voz para hacerse oir por encima del llanto.

Brunetti se saco la credencial del bolsillo, se la mostro y dijo:

– Deseo hablar con el dottor Pedrolli.

– Esta con un paciente -dijo ella secamente, y anadio-: ?Es que aun no le han mortificado bastante?

– ?Cuando estara libre? -pregunto Brunetti, imperturbable.

– No lo se.

– ?Esta en el hospital?

– Si, en la 216.

– Entonces puedo esperar, ?no? -pregunto Brunetti.

Ella, sin saber que hacer, opto por marcharse, dejando a Brunetti en la puerta. El advirtio entonces que los gritos del nino habian cesado y que cedia la tension que sentia en el pecho.

Al cabo de un rato, de una habitacion situada hacia la mitad del pasillo, salio un hombre con barba y con bata blanca que echo a andar en direccion a Brunetti. De haberlo visto en la calle, no hubiera reconocido a Pedrolli. El medico era mas alto de lo que parecia estando en la cama del hospital, y el hematoma de la cara casi habia desaparecido.

– ?Dottor Pedrolli? -pregunto Brunetti cuando el hombre se acercaba.

El medico, sobresaltado, levanto la mirada.

– ?Si?

– Comisario Guido Brunetti -dijo, tendiendo la mano-. Vine a verlo cuando estaba en el hospital. -Con una sonrisa, anadio-: Quiero decir, como paciente.

Pedrolli le estrecho la mano.

– Si, recuerdo su cara, pero poco mas, lo siento. Fue cuando no podia hablar, me parece. -Su sonrisa era tensa, casi timida. La voz, que Brunetti oia ahora por primera vez, era sonora y grave, de baritono.

– ?Podemos hablar un momento, dottore?

La mirada de Pedrolli era franca, diafana, casi indiferente.

– Desde luego -dijo. Precedio a Brunetti por el pasillo hasta una de las ultimas puertas a mano izquierda. Dentro Brunetti vio una mesa con un ordenador. Delante de la mesa estaban varias sillas puestas en fila. Las ventanas situadas detras de la mesa daban al arbol horizontal que Brunetti habia visto en su visita anterior. Una de las paredes estaba cubierta por una estanteria llena de libros y revistas.

– Este sitio es tan bueno como cualquier otro -dijo Pedrolli, ofreciendo una silla a Brunetti. El se sento frente al comisario-. ?Que desea saber?

– Su nombre ha surgido en relacion con una investigacion, dottore -empezo Brunetti.

Casi maquinalmente, Pedrolli se llevo la mano a un lado de la cabeza.

– ?No es un eufemismo? -pregunto con una expresion que queria ser afable.

Brunetti sonrio a su vez y prosiguio:

– No tiene relacion alguna con el asunto por el que vine a verle la ultima vez, dottore.

Pedrolli clavo los ojos en Brunetti y rapidamente desvio la mirada.

– Aquella investigacion estaba, y sigue estando, en manos de los carabinieri. Yo he venido para preguntar por otra investigacion que lleva a cabo mi departamento.

– ?La policia?

– Si, dottore.

– ?Que investigacion, comisario? -pregunto Pedrolli, con un enfasis mas que ligeramente ironico.

– Su nombre ha aparecido en relacion con un asunto totalmente distinto. De eso he venido a hablarle.

– Ya -dijo Pedrolli-. ?Podria ser mas explicito?

– Se trata de un fraude que se ha cometido aqui, en el hospital -dijo Brunetti, optando por enfocar la cuestion desde este angulo, antes de introducir la idea de que el medico podia estar siendo victima de chantaje. Pedrolli se relajo ligeramente.

– ?Que clase de fraude?

– Visitas falsas. -Vio que Pedrolli entornaba los parpados y prosiguio-: Al parecer, algunos medicos programan visitas para pacientes que saben que no han de poder visitarse; en algunos casos, los farmaceuticos programan las visitas, que se cargan a la sanidad publica, a pesar de que no se hacen. Por lo menos tres de los pacientes para los que se programaron visitas ya habian fallecido.

Pedrolli asintio y apreto los labios.

– Mentiria si le dijera que no habia oido hablar de ello, comisario. Pero en mi departamento no ocurren esas cosas. De eso nos encargamos mi primario y yo.

Aunque su primer impulso fue creer al medico, Brunetti pregunto:

– ?Como lo hacen?

– Todos los pacientes que vienen a visitarse, mejor dicho, los padres, ya que nuestros pacientes son ninos, han de firmar en el registro de la enfermera, la cual, cuando termina su turno, coteja el registro de los pacientes que han sido visitados por cada medico con la lista del ordenador. -Al observar la expresion de Brunetti, dijo-: Si, es un sistema muy simple, apenas cinco minutos mas de trabajo para la enfermera, pero elimina toda posibilidad de irregularidades.

– Da la impresion de que han implantado ustedes el sistema precisamente con esa finalidad, dottore -dijo Brunetti-. Si me permite la observacion.

– Desde luego, comisario: esa era la intencion. -Pedrolli espero un momento hasta que Brunetti lo miro-. En un hospital las noticias vuelan.

– Ya veo -dijo Brunetti.

– ?Es todo lo que deseaba preguntarme? -dijo Pedrolli, disponiendose a levantarse.

– No, dottore, hay algo mas. Si me permite un momento.

Pedrolli volvio a dejarse caer en la silla.

– Por supuesto -respondio, pero miro el reloj al decirlo. De pronto, le sonaron las tripas ruidosamente, y el volvio a mirar a Brunetti con aquella sonrisa casi cohibida-. Aun no he almorzado.

– Tratare de no entretenerle mucho -dijo Brunetti, confiando en que sus propias tripas no empezaran a hacer coro a las del medico.

– Dottore -empezo-, ?es usted cliente de la farmacia de campo Sant'Angelo?

– Si; es la que esta mas cerca de mi casa.

– ?Hace anos que compra alli?

– Desde que nos mudamos al barrio, hara unos cuatro anos. Quiza un poco mas.

– ?Conoce bien al farmaceutico? -pregunto Brunetti.

Paso un rato antes de que Pedrolli respondiera, pronunciando las palabras cuidadosamente:

– Ah, el dottor Franchi, modelo de exquisita moral. -Y agrego-: Supongo que lo conozco tan bien como cualquier medico conoce a un farmaceutico.

– ?Podria explicarme por que lo dice, dottore?

Pedrolli se encogio de hombros.

– El dottor Franchi y yo tenemos ideas distintas acerca de la debilidad humana -dijo con una sonrisa amarga-. El es mas severo que yo. -Acentuo la sonrisa y, en vista de que Brunetti no decia nada, prosiguio-: En cuanto a en que medida lo conozco profesionalmente, yo le pregunto si mis pacientes van a recoger lo que les receto y, a veces, cuando he recomendado algun medicamento por telefono, entro a firmarle la receta.

– ?Y para usted, dottore? ?Compra cosas en esa farmacia?

– Lo normal, dentifrico y articulos para la casa. A veces, cosas que me pide mi esposa.

– ?Y sus propias recetas, se las despachan alli?

Pedrolli reflexiono largamente y al fin dijo:

– No; si alguna vez necesito un medicamento, lo consigo aqui, en el hospital.

Brunetti asintio.

Pedrolli sonrio, pero ya no con la sonrisa de antes.

– ?Me dira por que me hace estas preguntas, comisario?

Como si no le hubiera oido, Brunetti prosiguio:

– Durante todos estos anos, ?no ha despachado el dottor Franchi ninguna receta para usted?

Pedrolli miro al vacio.

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