2. Demandez nuts

Todavia no se la importancia de todo lo que sigue.

Paris. 1968. Annick. Un precioso nombre breton, ?verdad? A proposito, se pronuncia con acento en la i, asi que rima con pique[2], lo cual no es muy apropiado, al menos para empezar.

Fui a Paris en busca de documentacion para la tesis que habia comenzado, a fin de poder conseguir una beca e irme a Paris. Un orden de prioridades completamente normal entre los recien licenciados. Entonces, el afan de vagabundeo -con provecho o sin el- llevaba a mis amigos a la mayoria de las capitales europeas, tras haber manifestado un interes desorbitado por materias que solo podian ser investigadas a fondo donde daba la casualidad que estaban los documentos pertinentes. En mi caso, se trataba de «La importancia e influencia de los estilos de representacion britanicos en el teatro de Paris desde 1789 a 1850». Siempre habia que colar, al menos, una fecha importante (1789, 1848, 1914) en el titulo, porque asi el tema parece mas importante, y satisface la creencia general de que todo cambia con el estallido de una guerra. La verdad, como descubri en seguida, es que las cosas cambian: por eso, inmediatamente despues de 1789, los estilos teatrales britanicos tuvieron muy poca importancia e influencia en los teatros parisinos, por la simple razon de que ningun profesional britanico en su sano juicio hubiese arriesgado la piel para trabajar alli durante la Revolucion. Supongo que hubiera debido imaginarmelo. Pero a decir verdad, lo unico que sabia sobre actores britanicos en Francia cuando me invente el tema de la tesis, se reducia a que Berlioz se enamoro de Harriet Smithson en 1827. Encima, segun averigue mas tarde, ella era irlandesa. Pero yo solo pedia dinero para vivir seis meses en Paris y los que manejaban el dinero no eran tan remilgados.

– Can-can, frou-frou, vin blanc, lenceria francesa -fue el comentario de Toni cuando le dije que me iba a Paris.

El se iba a Marruecos para «desanglificarse», y ya se estaba tragando sin parar metros y metros de cintas de torturantes silbidos y grunidos aberrantes.

– Kif. Hachis. Lawrence de Arabia. Datiles -le dije yo, no sin advertir que no habia conseguido dar el matiz correcto.

En realidad la cosa no era asi. Ya habia estado muchas veces en Paris antes de 1968, y no iba con ninguna de las ingenuas expectativas que Toni tanto se complacia en adjudicarme. Habia agotado ya su faceta Paree [3] antes de los veinte anos: los libros de bolsillo de tapas verdes de la Olympia Press, las perdidas de tiempo en las terrazas de los cafes de los bulevares, los empujones entre tangas de cuero y bolsas en una parodia de antro de Montparnasse. Cuando era estudiante habia agotado la ciudad-como-parte-de-la-historia, husmeando celebridades en Pere Lachaise para volver a casa exultante despues de hacer un descubrimiento inesperado: las catacumbas de Denfer-Rocherau, donde la historia post-revolucionaria y la melancolia personal pueden combinarse armoniosamente mientras se divaga entre bovedas y zarandeados esqueletos, clasificados por huesos y no por cuerpos: pulcras hileras de femures y solidos cubos de craneos aparecian repentinamente bajo la luz temblequeante de la vela. Por aquella epoca ya habia incluso dejado de despreciar a mis exhaustos compatriotas, apinados en los cafes de los aledanos de la Gare du Nord, levantando los dedos para indicar el numero de Pernods que querian.

Escogi Paris porque era un lugar familiar donde podia, si queria, vivir solo. Conocia la ciudad; hablaba el idioma. No me preocupaban ni la comida ni el clima. Paris era demasiado grande como para verme amenazado por la hospitalidad de una colonia de emigrados ingleses. Tendria pocos estorbos para concentrarme en mi mismo.

Por mediacion del amigo de un amigo, me prestaron un piso en Buttes-Chaumont (la ruidosa linea de metro 7-bis: Bolivar, Buttes-Chaumont, Botzaris). Era un estudio espacioso pero un poco decrepito, con un suelo de madera que crujia a cada paso y, en un rincon una maquina tragaperras, que funcionaba con una provision de francos antiguos amontonados encima de un estante. En la cocina habia un anaquel lleno de botellas de calvados casero que podia beberme, siempre y cuando repusiera cada botella con una de whisky (perdi dinero con el trato pero gane en color local).

Me instale con mis pocas posesiones, le hice un poco la pelota a la portera, Mme. Huet, metida en su cuchitril lleno de plantas, gatos diarreicos y numeros atrasados de France Dimanche (me mantenia informado sobre cada nouvelle intervention chirurgicale a Windsor), me hice socio de la Bibliotheque Nationale (que no estaba demasiado cerca) y comence a considerarme, por fin, un ser autonomo. El colegio, la familia, la universidad, los amigos… Cada uno, a su manera, brindaban un consenso de valores, ambiciones, formas aceptadas de fracaso. Se aceptaban pequeneces, se reaccionaba contra pequeneces, se reaccionaba contra la reaccion ante las pequeneces, y ese movimiento constante y pendular del proceso daba la ilusion de avanzar. Por fin tendria la oportunidad de aclarar las cosas. Me tomaria un respiro y las aclararia de verdad.

Quiza no de golpe. Llegar, sentarse y empezar, metodicamente, a replantearse la vida: ?no seria eso lo mismo que sucumbir a una forma de pensar programada y burocratica que con tanto atrevimiento habia desdenado heroicamente? Asi pues, durante las primeras semanas vagabundee, sin preocupaciones ni remordimientos. Me trague todo el ciclo de Howard Hawks, que siempre se ofrece en algun cine de Paris. Me sente, adrede, en algunos de los jardines y plazas menos celebres. Redescubri esa sonrisa que se escapa al viajar en el metro en primera clase con un billete de segunda. Mire distraidamente un punado de reportajes sobre las representaciones del Cato de Addison, durante la epoca de la Revolucion (la obra era una de las favoritas de Marat). Hojee algunos folletos de como llevar una Vida Artistica en Paris. Pase largos ratos en la libreria Shakespeare & Company. Lei las memorias postumas de Hemingway en Paris, que se rumoreaba habian sido escritas por su mujer («No hay duda, estan tan mal escritas que deben de ser autenticas», me aseguro Toni).

Hice unos cuantos dibujos, bastante buenos, de acuerdo a lo que llamaba Principio Fortuito. La teoria era que todo es intrinsecamente interesante, que el arte no deberia concentrarse unicamente en los temas mas elevados (se que antes algunas personas ya habian tomado ese camino). Asi que se lleva encima la libreta de bocetos a todos lados, deteniendose no por el interes oficial y heredado de lo que se ve, sino segun un factor aleatorio que se decide ese mismo dia, como recibir un empujon en la calle, ver dos bicicletas circulando a la misma altura u oler a cafe. Entonces, se queda uno clavado, mirando en direccion a donde se dirigia, y examina la primera cosa que aparece ante los ojos. Tenia ciertos resabios de la vieja teoria que Toni y yo llamamos el Callejeo Provechoso.

Tambien pergene algun escrito. Aficion por la que sentia un entusiasmo moderado. Ejercicios de memoria. Por ejemplo, describir al carnicero que vendia carne de caballo y de quien yo era cliente semanal (siempre -reconozco que a proposito- los viernes), pero a quien no mire nunca, de verdad, hasta que intente describirlo y me di cuenta de cuantas cosas era incapaz de recordar. Otro ejercicio consistia en sentarme junto a la ventana y escribir simplemente lo que veia. Al dia siguiente, comprobaba la selectividad de mi vision. Luego, unos cuantos ejercicios estilisticos, inspirados en Queneau, para aflojar la mano. Y montones de cartas, algunas (a mis padres) contando lo que no hacia, y las mas largas, con frases mas tajantes a Toni, contando lo que hacia.

Era una existencia muy agradable. Naturalmente, Toni (que solo habia aguantado tres semanas en Africa y ahora empezaba a trabajar dando clases a mayores de veinticinco anos) me escribia para reprenderme por la irrealidad economica de esta existencia. Yo argumentaba en mis respuestas que la felicidad dependia necesariamente de la irrealidad de un aspecto de tu vida: que en un campo concreto (emocional, financiero, profesional) uno debia vivir mas alla de sus posibilidades. ?Acaso Toni y yo no lo habiamos dejado asentado asi cuando ibamos al colegio?

El caballo apropiado

tu banca habra reformado,

si no hay dinero contado

acabaras divorciado

Y entonces, cuando ya llevaba un mes en Paris, conoci a Annick. ?No habria tenido esto que anadir mayor irrealidad, una vida mas alla de todas las posibilidades, mas felicidad? ?Pero fue asi? ?Como era esa vieja regla matematica que aprendimos en el colegio? ?Mas y mas da menos?

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